Katmandú/Nueva Delhi, 3 nov (dpa) – Los alumnos se ponen de pie en un aula de Katmandú, la capital de Nepal, cuando ven a su maestra. Pero en vez de «Namaskar» recitan a coro el saludo chino «Ni Hao!». Wu Lijuan, para sus alumnos Wu Li, forma parte de un grupo de cien voluntarios a los que el gobierno chino les paga para dar clases en el país vecino. Y es que hace tiempo que la potencia económica China no exporta sólo bienes. La República Popular apuesta cada vez más también por exportar cultura.
Para ello son de gran ayuda los Institutos Confucio, que brotan por todas partes y que por encargo del gobierno «impulsan la lengua y el entendimiento cultural». Desde 2004, abrieron cientos de estos institutos en todo el mundo. Hasta el año 2020, Pekín quiere disponer de 1.000 institutos en todo el mundo. «China quiere expandir su influencia cultural con poder», dijo hace poco en Pekín David Shambaugh, de la Universidad George Washington.
Claro que el ser una potencia económica ayuda. Los nepaleses esperan que sus conocimientos de la lengua les aporten nuevas posibilidades de trabajo. «Hay proyectos enormes como las centrales hidroeléctricas, que fueron licitadas todas a empresas chinas, por lo que hacen falta traductores», dice Babu Krishna Maharjan. Él mismo fue reportero en Katmandú. Hoy trabaja como guía turístico para la cada vez mayor cantidad de visitantes chinos.
También en la mayor escuela de idiomas del país del Himalaya, el Campus Biswa Bhasa, el mandarín es actualmente la lengua más solicitada. «Este año pidieron su matriculación 600 alumnos, pero tuvimos que rechazar a 200 por falta de espacio. Casi me rompen la puerta en señal de protesta», relata el director Bam Dev Adhikari. La demanda es grande, dado que en Nepal es difícil conseguir un trabajo bien pagado tras años de inseguridad política.
«Los chinos saben cómo expandir también su ‘soft power’ junto con sus inversiones en infraestructura en el sur de Asia», explica Srikanth Kondapalli, profesor de estudios chinos en la Universidad Jawaharlal Nehru en Nueva Delhi, India.
Se refiere a que a China le gusta hacer regalos en la región: por ejemplo, en el paupérrimo Bangladesh, donde fueron levantados seis puentes sobre el Ganges. En Sri Lanka, los chinos financian un puerto para contenedores que cuesta cientos de millones de dólares.
A la vecina Myanmar (ex Birmania) los chinos le entregaron réplicas de estupas budistas con reliquias del fundador de la religión. «Quieren influenciar en la opinión pública a su favor diciendo: a pesar de que somos un país comunista, nos ocupamos de la religión», comenta Kondapalli.
Algo parecido pasa en Bután, donde China acaba de levantar una gigantesca estatua de bronce de Buda Dordenma, que es visible casi desde cualquier punto de la capital Thimphu.
El gran vecino de India ve esta evolución con preocupación. Estados como Nepal, Bután y Sri Lanka pertenecen tradicionalmente a la zona de influencia de Nueva Delhi. Y también los indios intentan cuidar su imagen en la región, construyendo hospitales en Afganistán y exportando su cultura a través de Bollywood.
Shashi Tharoor, ex diplomático en Naciones Unidas y exitoso autor, se ocupa en sus libros de la competencia entre los dos gigantes.
Hoy en día no cuenta la grandeza del Ejército o la potencia económica. El verdadero «global player» es aquel que se sepa vender mejor, escribe Tharoor.
Visto así, China lleva ventaja en Nepal, al menos en lo que a la lengua se refiere. Sólo en Katmandú hay 19 centros con 900 alumnos. A ello se suman las clases por acuerdos bilaterales, gracias a los cuales, por ejemplo, está Wu Lijuan en el país.
Por Pratibha Tuladhar y Doreen Fiedler