NUEVA YORK (dpa) – El pintor mallorquín Miquel Barceló solo necesitó un fin de semana de exposición en Nueva York para demostrar que sigue siendo uno de los artistas más valorados del mundo. Durante los primeros días de su muestra en la mítica galería Acquavella situada en Manhattan, el artista vendió más del 90 por ciento de las obras, según ha confirmado la propia galería en palabras de Nicholas Acquavella, miembro de la tercera generación familiar al frente de la conocida sala.
La muestra, inaugurada el pasado 8 de octubre, supone la vuelta del artista mallorquín a Nueva York tras diez años sin exponer individualmente en una galería, si bien hace dos años Barceló plantó su Gran Elefante Erguido en la céntrica Union Square de dicha ciudad.
Las obras que han cautivado al público neoyorquino se encuadran en dos muestras bien diferenciadas entre sí: una de 22 pinturas blancas que combinan las referencias marinas con representaciones de plazas de toros; y otra de 14 retratos espectrográficos. Para Barceló, la presentación conjunta de estas dos series se justifica por haberlas realizado contemporáneamente e insiste en que ambas se tratan de «reflexiones muy cercanas a la naturaleza de la pintura».
El mallorquín sorprende con una serie de retratos distorsionados de ambiente tétrico y fantasmagórico. Con claras reminiscencias a las espectrografías de Strindberg, Barceló recuerda el proceso químico de la fotografía, donde «cada retrato es como una pequeña cerilla encendida que muestra su luz antes de extinguirse». El artista consigue así captar el aura en cada imagen, cual foto sin cámara pintada, solo con la mano y el ojo.
Su esposa, su hija o su amigo, el poeta Pere Gimferrer, son objeto de estas particulares fotografías con las que Barceló celebra que la fotografía vuelva a convertirse en técnica pictórica.
La serie de retratos destaca además por la técnica por sustracción empleada en algunas de estas obras. Consistente en restar color con el uso de lejía, es considerada por el propio Barceló como «la misma que la de adicionar pintura pero por caminos opuestos». El mallorquín recuerda que ya utilizó esta técnica para pintar albinos en África y destaca la importancia de esta exposición en mostrar cómo materiales tales como lino, algodón, fieltro o terciopelo reaccionan de manera muy diferente ante la lejía (lavandina).
Para Barceló, la serie de obras blancas supone la segunda vez en su vida que pinta cuadros casi totalmente en este color, tras su experiencia en 1991 con la representación de desiertos africanos. Convencido de que «la costa mallorquina y el desierto son dos mundos tan diferentes como parecidos», el propio autor confiesa que con 16 años ya intentaba dibujar el movimiento del agua desde la isla Dragonera de Mallorca. Además, destaca la técnica por adición de pintura: «cada nueva ola es una nueva capa de pigmento de titanio, un material excelente para el blanco por su estabilidad y lo poco que amarillea».
Cuatro de los cuadros de la serie blanca llevan el título de algunas de las más emblemáticas plazas de toros españolas. Sin embargo, el propio Barceló asegura que su intención primaria fue la de pintar círculos concéntricos, «como el primer plano del agujero de la bañera», a los que posteriormente renombró con nombres de ruedos.
La vuelta de Barceló a Nueva York supone regresar a la ciudad en la que trabajó hace 25 años de la mano de artistas como Leo Castelli. El mallorquín no oculta su satisfacción por exponer en Acquavella, de la que alaba su buen criterio artístico. «Me gusta exponer en galerías en las que encuentro artistas que me gustan», aseguró.
Por Sergio Rozalén