Beirut (dpa) – Un pequeño grupo de niños refugiados sirios se alegra al ver un autobús pintado de azul, blanco y lila en el lujoso barrio de Raouché en Beirut, la capital del Líbano. Los siete niños de seis a quince años venden pañuelos de papel, CDs, flores y goma de mascar para apoyar financieramente a sus familias. Algunos piden limosna.
Pero en el «Fun Bus» (el autobús de la diversión) pueden hacer una pausa por un par de horas bajo la atención de dos trabajadoras sociales y aprender junto a otros niños de su edad. También pintan, cantan y juegan.
El proyecto es impulsado por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) y la Unión Europea.
«El ‘Fun Bus’ fue un buen recurso para sacar a estos niños de la calle y brindarles tanto apoyo psicólogico como conocimientos básicos de lectura, escritura y matemáticas», explica a la Agencia Alemana de Prensa Jussif Tabsh, de la Fundación libanesa Makhzoumi, que está a cargo de la implementación del proyecto.
Desde su creación en 2017, cientos de niños de las calles de Beirut y sus alrededores pasaron por el proyecto del «Fun Bus» con ayuda de la organización no gubernamental. La mayoría de ellos es parte de los casi 950.000 refugiados registrados en el Líbano.
Millones de sirios huyeron al país vecino sobre la costa del Mediterráneo desde el levantamiento contra el presidente Bashar Al Assad en 2011 y el comienzo de la guerra. Algunos refugiados ya comenzaron a regresar a su país tras el apaciguamiento del conflicto en los últimos meses. Pero muchos otros aún dudan y esperan que la comunidad internacional les garantice un retorno seguro.
Los niños aprenden en el «autobús de la diversión» sobre higiene y cómo evitar los riesgos que implica vivir en la calle, declara Tabsh. Uno de los principales desafíos es ganar la confianza de los menores, señala Faraj Barbar, quien trabaja como directora de crisis para la Fundación Makzhoumi.
Ella quiere conseguir que los niños regresen y difundan el proyecto entre sus pares, así los asistentes pueden trabajar con las familias como grupo.
Según estimaciones del ACNUR, más del 98 por ciento de quienes participan en el proyecto son niños sirios que trabajan y viven en las calles.
Entre ellos están Fardus, de 14 años, y Nassir, de 11. Los hermanos huyeron de su pueblo, cerca de la ciudad de Idlib en el oeste del país, antes de los ataques de las tropas gubernamentales sirias.
«Mi hermano y yo trabajamos desde las 8 hasta las 17 horas en las calles cerca del aeropuerto de Beirut. Vendemos pañuelos de papel para ayudar a nuestro padre a pagar la renta de la habitación en la que vivimos», dice Fardus, que sueña con ser ingeniero. Su hermano Nassir quiere ser médico. Pero a causa de la guerra, ambos debieron abandonar la escuela. Ninguno de los dos sabe leer ni escribir.
«Nos gustaría dejar la calle para siempre e ir a la escuela», comenta Fardus. «Las calles no son lugares seguros para los niños de nuestra edad», añade. Hasta que la situación económica de sus padres mejore, pueden disfrutar al menos de las dos horas en el «Fun Bus».
«Muchos de los refugiados sirios viven por debajo de la línea de pobreza. Por eso las familias obligan a sus hijos a trabajar desde muy pequeños para aportar al sustento familiar», señala la trabajadora de ACNUR Laura Almirall.
El proyecto ha sacado hasta ahora a unos 150 niños de las calles, afirma Almirall. Y espera que pronto sean muchos más.
Algunos de los niños sirios refugiados trabajan diez horas diarias, los siete días de la semana, tal es también el caso de Ilham y su hermano Muas. Ellos dejaron su aldea Hadshin cuando las milicias terroristas del Estado Islámico (EI) tomaron en 2014 la región oriental de Siria. Ahora quieren jugar y aprender junto a otros niños en un contexto seguro.
«Mi único deseo es aprender a leer y escribir y ser como otros niños de mi edad», expresa Ilham, de 9 años y que se dedica a vender pañuelos en las calles. Su madre Sahra lamenta entre lágrimas que no puede ofrecer una vida mejor a sus hijos.
«La guerra en nuestro país nos ha impedido ofrecer a nuestros hijos las condiciones adecuadas para vivir como los demás niños. A veces ni siquiera podemos brindarles un pan».
Por Weedah Hamzah (dpa)
Foto: Marwan Naamani/dpa