Simferópol, 8 mar (dpa) – Cada día que pasa crece la desconfianza en la península de Crimea. Son sobre todo los opositores a una integración de Crimea en la Federación Rusa los que están advirtiendo sobre el peligro de una creciente anarquía bajo el nuevo gobierno autoimpuesto, acusado por los detractores de estar ligado a medios criminales.
Aumentan las denuncias sobre actos intimidatorios y atropellos, también contra periodistas. Los canales de televisión ucranianos han sido desconectados. A una semana del controvertido referéndum sobre el futuro de Crimea, que oficialmente sigue formando parte de Ucrania, parece imposible cualquier discusión desapasionada.
«El resultado ya está decidido», dice Dmitri, un joven empresario de Internet. El gobierno prorruso de cualquier manera va a falsificar el resultado a su favor, estima. Además, un plazo de sólo diez días para preparar el referéndum no permite que la gente se forme una opinión objetiva, alega Dmitri. La Unión Europea, Estados Unidos y el gobierno prooccidental en Kiev han tachado de ilegal el plebiscito.
Ya se está hablando de una votación de estilo soviético. Los habitantes de Crimea están convocados a decidir en el referéndum si desean la incorporación de la región a Rusia o la independencia. En ambos casos sólo existe una casilla para el «Sí». «El ‘No’ no es una opción», escribió Katia Gorchinskaya, redactora jefe del periódico «The Kyiv Post». En el referéndum no existe la posibilidad de que la población vote por el mantenimiento del statu quo.
El Parlamento en Simferópol, la capital de Crimea, ya ha votado a favor de la unión con Rusia. Apenas se conocen los pormenores de la sesión parlamentaria que tomó esta decisión. «Es como la elección del papa; sólo falta el humo», dice Dmitri. Según los críticos, los diputados estuvieron sometidos a una enorme presión. Dicen que en el Parlamento hay hombres armados y el edificio está siendo vigilado por cosacos prorrusos con sus tradicionales gorras de piel y látigos en el cinturón que actúan de forma agresiva.
La población ha sido convocada el 16 de marzo para ratificar oficialmente la decisión del Parlamento, dos meses y medio antes de la fecha originalmente prevista. «Por supuesto que vamos a formar parte de Rusia», afirma Roman, de 21 años. «Crimea siempre ha sido tierra rusa», asegura mientras que camina, seguro de sí mismo en medio del delirio prorruso, junto con tres amigos por el centro de la ciudad.
Los jóvenes llevan en el brazo lazos con los colores de la bandera rusa. Dicen que son miembros de una milicia de autodefensa civil formada para repeler ataques de las fuerzas nacionalistas a la mayoría de origen ruso de la población de Crimea. El mismo peligro que invoca el jefe del Kremlin, Vladimir Putin, para justificar el despliegue militar en torno a la península. Sin embargo, hasta el momento no se ha reportado en Crimea ningún ataque a un ruso por su origen.
Ya hace algunos días que hombres armados sin distintivos tomaron posiciones alrededor de una base militar en la población de Perevalnoye, unos 30 kilómetros al sureste de Simferópol. Aunque Putin lo desmiente, para los habitantes de Crimea es evidente que se trata de soldados rusos. «Estamos contentos con esta protección», dice Marina, una mujer de 43 años. Tampoco a las fuerzas de seguridad ucranianas les cabe ninguna duda. En otros lugares, miembros de la milicia civil bloquean instalaciones militares.
La importante minoría musulmana de tártaros también está muy preocupada por el futuro. Hombres jóvenes musculosos montan guardia frente al edificio del Mejlis, el Consejo del Pueblo tártaro, en Simferópol. «Procuramos que los rusos no asalten nuestras viviendas», dice uno de ellos recordando lo ocurrido durante la Segunda Guerra Mundial, cuando el dictador soviético Josef Stalin deportó a los tártaros por su supuesto colaboracionismo con los nazis.
No fue hasta después del colapso de la Unión Soviética cuando los tártaros recibieron permiso para regresar a Crimea. Ahora rechazan vehementemente una anexión a Rusia. El líder de los tártaros de Crimea, Refat Chubalov, llamó a boicotear el referéndum.
Por Benedikt von Imhoff