Con una historia de poetas y hippies, descubrimos el encanto de esta aldea abandona.
El poeta asturiano no cumplió la profecía de Roque, volvió al pueblo perdido junto a Páramo del Sil, aquél en el que pasó unos meses impartiendo clases mientras se recuperaba de una tuberculosis que lo dejaría marcado para siempre. Pero no fue sólo la tuberculosis lo que le dejó una huella imborrable, también el pueblo de casas de piedra resguardado por altas montañas salpicadas de nieve y sobre todo las palabras del vecino que lo acompañó en su despedida. El poeta se despidió con una de esas cosas que se dicen aun sin ser ciertas, ya volveré por aquí, a lo que Roque respondió: No, don Ángel, usted no va a volver. A Primout no vuelve nadie.
Estas palabras con una fuerza evocadora y literaria arrasadoras fueron recogidas por el escritor Julio Llamazares en su libro de cuentos Tanta pasión para nada. A Primout no vuelve nadie. Y sin embargo, no sólo él sino muchos otros regresaron y se marcharon definitivamente de un lugar que hoy día vive prácticamente abandonado. Con una belleza insólita se puede observar el paso implacable del tiempo, sus estragos, lo que se lleva y a lo que permite quedarse.
Subiendo por un angosto camino del tierra los doce kilómetros que la separan de Páramo del Sil encontramos esta pequeña aldea de casas de piedra a la que nunca llegó la luz ni el agua corriente. El excursionista queda a merced de la grandiosidad del paisaje como antaño estaban sus habitantes, con una economía basada en la subsistencia y el trueque.
En la década de los 80 quedó completamente abandonado y pocos años después vivió un momento de ocupación hippie. Un grupo de jóvenes encontró en el lugar las condiciones adecuadas para establecerse y vivir en contacto con la naturaleza. Los hippies desataron las polémicas y fueron objeto de varios reportajes para distintos medios. Llamaba la atención el establecimiento permanente en un lugar tan hostil pero sobre todo despertó las quejas de los propietarios de las viviendas ocupadas. Finalmente tuvieron que abandonar el lugar y esas casas, algunas de ellas hoy rehabilitadas por los descendientes de antiguos vecinos.
Ángel González volvió y también numerosos excursionistas atraídos por su encanto. Primout bien merece una visita.