Londres, 26 nov (dpa) – Casi parecía el argumento de la película «La vida de Brian» de los Monty Python, en la que los miembros del «Frente Popular de Judea» se pelean con el «Frente de la Judea Popular»: grupos escindidos de la extrema izquierda se unieron en comunas con características similares a una secta en los años 70.
Era la época de la oposición a la guerra de Vietnam, de convulsiones sociales, de la búsqueda de la libertad, del consumo de drogas y de la revolución sexual. El Londres de aquellos años era un destino atractivo para miles de agrupaciones izquierdistas con miembros de todo el mundo que vivían en esas comunas. Pero al menos una se apartó completamente de sus principios.
El fanatismo político de un grupo maoísta desembocó en la tortura durante 30 años de tres mujeres que fueron liberadas de su condición de esclavas hace unos días. Con sus torturadores compartieron al principio «una misma ideología política», informó oficialmente la policía. A las escuetas palabras de Scotland Yard han seguido las revelaciones que han ido publicando los medios británicos en los últimos días, arrojando luz sobre un singular caso de esclavitud moderna.
La vida de estas tres mujeres se asemeja a una particular montaña rusa, según lo que se ha ido conociendo hasta ahora con cuentagotas. Todo comenzó con la fascinación por el punto de vista político del «camarada Bala», como se conoce al sospechoso de 73 años en este caso. Al parecer de esa situación nació una relación de dependencia y finalmente un sufrimiento interminable. «Desarrollaron rituales y la vida en común es uno de ellos», dijo el profesor londinense Dennis Tourish en declaraciones a la BBC sobre las particularidades de los grupos maoístas. «La gente se subordina con todas sus pertenencias a los objetivos del grupo y también en cierta forma con sus almas».
El «camarada Bala» y su esposa Chanda, también sospechosa, llegaron en los años 60 a Londres, procedentes de India y Tanzania. Se unieron al ala marxista leninista del Partido Comunista de Inglaterra. Pero eso no era lo suficiemente izquierdista para ellos. El «camarada Bala» no sólo acusaba al Estado británico de fascismo, sino también a sus correligionarios del partido. Eso fue demasiado para sus camaradas, que lo expulsaron del partido en 1974.
Tras siete años de lucha por la unidad entre los comunistas de Londres, «de forma unilateral y sin coordinación con nadie», Bala intentó crear una escisión en las filas de los proletarios, según el protocolo de una sesión extraordinaria del comité central del partido. Su expulsión se produjo por sus «actividades para crear división» y porque el comité central lo acusó de «fascismo social».
El activista se independizó entonces con un grupo de unas 25 personas que compartían su forma de pensar y creó un centro maoísta en el sur de Londres. En 1977 anunciaba que el Ejército Popular de China liberaría a Reino Unido del fascismo y en 1978 la policía cerró el centro y tanto él como su esposa y otros tres activistas fueron detenidos de forma temporal.
El profesor de Oxford Steve Rayner analizó para su doctorado a este grupo. Portaban siempre pins de Mao, dijo. «La mayoría eran estudiantes extranjeros que en Londres no conectaban», dijo en declaraciones al «Evening Standard». Fueron pocos los miembros que buscaron un trabajo regular. Todo aquel que tuviese un ingreso, gastaba ese dinero en el grupo. «Llegado cierto momento, la comuna llegó a su fin», dijo el responsable de la investigación de Scotland Yard, Steve Rodhouse.
El «camarada Bala», su esposa y las dos mujeres de Irlanda y Malaisa (hoy de 57 y 69 años), que en un principio se unieron voluntariamente, han ido dando tumbos por Londres. La policía ha seguido el rastro de esta pequeña comuna en 13 direcciones diferentes. Al principio posiblemente había más miembros del partido. La policía investiga ahora la relación con ellos de una mujer que murió tras lanzarse por una ventana, según informan los medios.
Y cada vez sale más a la luz el papel de las autoridades en este asunto. Hace 15 años un vecino alertó de que la hoy británica de 30 años no estaba escolarizada. No pasó nada. Además, tampoco se produjeron las visitas obligatorias a la casa de comadronas y trabajadoras sociales.
Por Michael Donhauser