Berlín, 29 ago (dpa) – El país que hace tan solo tres años encandiló al mundo por abrir sus puertas a cerca de un millón de refugiados escandaliza ahora a propios y a extraños por la convocatoria de manifestaciones en las que ultraderechistas incitan a «dar caza a criminales extranjeros».
Las marchas organizadas por la extrema derecha desde el domingo en la ciudad de Chemnitz, en el este de Alemania, no solo han dejado a su paso una veintena de heridos, sino la constatación de que en el país más rico de Europa ser públicamente xenófobo ha dejado de ser un tabú.
Pero ¿es Alemania tan xenófoba como dan a entender los disturbios ocurridos en Chemnitz? «El racismo se abre camino sin ningún disimulo», señaló en declaraciones a dpa Robert Lüdecke, experto de la Fundación Amadeu Antonio, que desde 1998 centra su actividad en respaldar a la sociedad civil para plantar cara a la extrema derecha.
El fenómeno no es nuevo, sobre todo el este del país, la antigua Alemania comunista, donde desde la caída del Muro de Berlín en 1989 los postulados ultraderechistas han gozado de gran aceptación entre una población empobrecida y que se sentía la gran perdedora de la reunificación alemana.
Sin embargo, la utilización de las redes sociales, en las que se comparten «fake news» (noticias falsas) con gran rapidez, le ha dado una nueva dimensión: «Acaban teniendo la sensación de que representan a una mayoría», explica Lüdecke.
Así ocurrió también el domingo, cuando los extremistas hicieron gala de su poder de convocatoria al lograr que en tiempo récord centenares de personas saliesen a las calles de Chemnitz para reclamar justicia tras la muerte de un ciudadano alemán de 35 años presuntamente a manos de dos migrantes ocurrida de madrugada en el transcurso de una pelea.
«Los ultraderechistas instrumentalizan la muerte de una persona para su propio beneficio: para salir a cazar personas que no tienen la apariencia física que desean los alemanes», indica el semanario «Der Spiegel».
Ataques a autobuses en los que viajaban solicitantes de asilo o celebraciones públicas al ver arder un albergue de refugiados son solo algunos ejemplos de violencia ultraderechista ocurrida en los últimos tiempos en el territorio de extinta República Democrática Alemana (RDA).
En estas mismas latitudes surgió también en 2014 el movimiento xenófobo Pegida, que convocaba manifestaciones todos los lunes y en las que se daban cita «ciudadanos preocupados» por la presunta islamización del país.
Con este caldo de cultivo, no sorprende que en la antigua RDA el partido ultraderechista y antiislam Alternativa para Alemania (AfD) lograse convertirse en primera fuerza política de la región de Sajonia en las pasadas elecciones generales del 24 de septiembre con un 32,9 por ciento de los votos.
Por primera vez en mucho tiempo, una formación política condensaba y expresaba las preocupaciones de ciudadanos que no residían en zonas prósperas, sino en aquellas donde el desempleo sigue siendo muy elevado, donde las pensiones son bajas o donde los jóvenes se ven abocados a emigrar en búsqueda de un futuro mejor.
AfD supo canalizar el descontento de una Alemania del Este que se sentía la gran olvidada por los partidos tradicionales. Las reservas hacia los extranjeros, latentes pero escondidas durante años en el fondo del armario, salieron sin complejos a la luz con el AfD.
«Nosotros no echamos más leña al fuego, sino que hay un ambiente sombrío en el país que está más que justificado», argumentó por su parte el presidente de AfD, Jörg Meuthen, ante las críticas recibidas.
Pocos políticos se atreven ahora a enmarcar lo ocurrido en Chemnitz como un caso aislado porque el patrón, con mayor o menor frecuencia, se repite. La canciller alemana, Angela Merkel, convertida en el chivo expiatorio y a quien los extremistas han tildado en el pasado de «traidora de la patria» por dejar entrar de manera incontrolada a peticionarios de asilo, ha condenado con firmeza el llamamiento a perseguir a extranjeros.
A día de hoy, la mandataria es más que consciente de que su decisión de abrir las fronteras de Alemania a los refugiados en 2015 sin apenas controles -que ella misma reconoció como errónea- podría pasarle factura en cualquier momento. Hasta ahora, a veces «in extremis», se ha salvado de todas las tormentas que han hecho temblar su silla.
La pregunta es si la ola ultraderechista que inunda Europa dará más alas a los extremistas alemanes y acabará por condenarla al naufragio.
Por María Prieto (dpa)