Goma/Ginebra (dpa) – La congolesa Kaswera Kahumb escuchó la temida palabra Ébola a la salida de la sala de maternidad de una clínica en Beni. Y cada vez que escucha el nombre de la contagiosa enfermedad revive el dolor de la pérdida. Su nuera dio a luz en ese centro médico, pero tras salir de allí comenzó de repente a sentirse mal.
La mujer se había contagiado de Ébola durante su estancia en la clínica. «La llevamos a un hospital cercano, pero murió al cabo de un par de días», recuerda entre sollozos Kahumba, de 63 años. «La echamos mucho de menos», añade.
El virus del Ébola sigue matando gente en la República Democrática del Congo. El 1 de agosto de 2018, el ministerio congoleño de Salud informó del brote de esta enfermedad contagiosa a la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Un mes antes se habían registrado algunos casos de fuertes fiebres con hemorragias sin que los médicos diagnosticaran de inmediato que se trataba del Ébola.
La peligrosa enfermedad sigue sin estar bajo control.
Entretanto, ya fueron detectados dos casos en la ciudad de Goma, el último hace unos días. El peligro de que la enfermedad se propague a los países vecinos es grande, ya que esta ciudad con millones de habitantes se encuentra directamente en la frontera con Ruanda, y en la cercana Uganda también fueron reportados tres casos. Si el Ébola alcanza Sudán del Sur, un país en conflicto, las consecuencias podrían ser devastadoras.
Este brote todavía no tiene las dimensiones de la epidemia que azotó varios países de África Occidental hace cinco años y que costó la vida a más de 11.000 personas.
Sin embargo, la pandemia podría ser más peligrosa que nunca. «Todavía no se vislumbra un final», señala Markus Diemon, miembro de la filial de la ONG alemana Welthungerhilfe en Goma.
El brote de Ébola no podría haber estallado en peores circunstancias, debido a la complejidad de la región. El este de la República Democrática de Congo está inmerso en un conflicto armado desde hace décadas.
Varias milicias luchan por el control de los recursos minerales y aterrorizan a los residentes, y ahora también al personal que trata casos de Ébola en la zona. Cada vez más personas se ven obligadas a huir debido a la violencia.
Desde enero pasado se han registrado al menos 198 ataques contra los sanitarios que combaten el virus del Ébola. Siete de ellos murieron, según datos de la OMS.
La epidemia no es ni de lejos el único problema. «La crisis del Ébola es tan sólo una más», señala Marcus Bachmann, a cargo de la misión de Médicos Sin Fronteras en la zona entre abril y junio.
Además, los lugareños tienen que hacer frente a un brote de sarampión y a la malaria. «El Ébola es una crisis adicional que podría hacer que todo se desmorone«, comenta Bachmann.
En un principio se vivió cierto optimismo creyendo que la epidemia se iba a poder controlar. La República Democrática del Congo ya ha superado otros nueve brotes del virus del Ébola.
En comparación con la situación hace cinco años, ahora hay medicamentos con los que se están curando un 70 por ciento de los afectados, según datos de la OMS.
Pero sin medicación muere cerca de un 70 por ciento de los enfermos. Más revolucionario aún es el desarrollo de una vacuna experimental. Este medicamento de los laboratorios Merck está demostrando una efectividad de más del 97 por ciento, según un estudio de la OMS y del Instituto Nacional de Investigación del Congo.
Lo determinante es localizar rápidamente a los enfermos y sus familiares para que puedan recibir tratamiento. Y precisamente ese es el reto. «Creemos que estamos detectando un 75 por ciento de los casos», apunta Michael Ryan, coordinador de la ayuda de emergencia de la OMS.
A menudo las clínicas donde la población puede ser atendida por el Ébola quedan lejos y se corre un gran peligro intentando llegar hasta ellas debido a las milicias. Además, existe mucho desconocimiento. En una región en la que la malaria y las enfermedades que provocan diarrea están muy extendidas, muchas personas mueren en casa o en clínicas normales sin que su familia sea consciente de que esas muertes se deben al Ébola.
Es por ello que existe «un elevado riesgo de contagio», señala Bachmann. Tal como en el caso de la nuera de Kahumba, que contrajo la enfermedad en un hospital.
Es preocupante que, un año después de que estallara el brote de Ébola, la enfermedad aún sea diagnosticada tras la muerte en uno de cada cuatro casos, observa Bachmann.
Esa circunstancia se da sobre todo por el temor y la desconfianza de las personas. Tras años de violencia e inestabilidad, la población apenas confía en las autoridades y los cooperantes extranjeros.
La confianza de la población es de vital importancia. «De esto depende que se consiga controlar con éxito la epidemia del Ébola o de que se fracase», señala Bachmann.
Entretanto, está claro que se necesitan más esfuerzos. Tras detectarse a mediados de julio el primer caso de Ébola en Goma, la OMS declaró que el brote es una «emergencia de salud pública de importancia internacional» (PHEIC, según sus siglas en inglés).
Se trata del grado máximo de alerta en el caso de una enfermedad contagiosa. No tiene consecuencias definidas en concreto, porque cada situación de emergencia atiende a particularidades específicas, pero la OMS ve en esta declaración un llamamiento para que la comunidad internacional se implique con más especialistas y más dinero.
Muchos cooperantes exigen además un cambio de mentalidad. Se ha subestimado la importancia de la participación activa de la población, indica Bachmann, quien aboga por centros ambulantes más pequeños, de forma que a las personas les resulte más fácil acudir a hacerse las pruebas del Ébola.
Por su parte, Diemon, miembro de la ONG alemana Welthungerhilfe, exige más esfuerzos para explicar a la gente la enfermedad. Tanto él como su equipo visitan escuelas para informar a niños y jóvenes sobre el virus del Ébola.
Wemba Kambale Kikopo, un superviviente de esta enfermedad, participa en esa labor de concienciación. «La gente tiene que saber que la enfermedad existe y que puede matar«, destaca.
Por Gioia Forster, Christiane Oelrich y Sammy Mupfuni (dpa)
Foto: Kitsa Musayi/dpa