César Aira se rebela contra la industria literaria del dolor

ANALISIDIGITALOaxaca (México), 5 nov (dpa) – Se considera un escritor rebelde que va contra los moldes impuestos por la literatura y dice que jamás escribiría sobre el dolor causado en su país por la dictadura militar (1976-1983), un tema que ha generado grandes ganancias a la industria editorial.

Desde México, donde participa en la Feria Internacional del Libro de Oaxaca, el argentino César Aira, autor de 80 libros, como «Cumpleaños» y «El pequeño monje budista», dijo en entrevista con dpa que, aunque le gusta plantearse retos, le parece antiético abordar ciertos temas.

«A veces me planteo dificultades especiales para ver si puedo y con el tiempo la apuesta va subiendo», pero «lo único que he evitado deliberadamente hacer es escribir sobre Eva Perón, la tragedia histórica argentina o los desparecidos, que ha sido toda una industria en la Argentina», planteó el autor, de 64 años.

Escribir de ese tema, prosiguió, le parece «totalmente deshonesto». «La literatura, por más que sea la literatura minoritaria que hago yo, termina siempre en plata. Aunque yo no gane mucha plata con los libros, algo recibo materialmente, y ganar plata con el dolor es otra cosa».

Para él, cualquier momento o circunstancia puede ser una fuente de inspiración.

El domingo, mientras visitaba un museo arqueológico en Oaxaca, en el sur de México, encontró el título de su siguiente obra: «El mundo de la representación, porque el ser humano tiene una necesidad ancestral de representar objetos, cosas».

Luego del título, a Aira le vino a la mente la primera frase del libro: «Yo entré en ese mundo, pero tuve que pagar un precio muy alto».

No sabe aún a que se referirá esa línea, «pero justamente esa sugerencia de algo sin sentido, sin forma, es lo que me impulsa a escribir», afirmó el creador de decenas de novelas cortas que no rebasan las cien páginas.

Él las clasifica como relatos: «Yo las llamo ‘novelitas’ para que no esperen una novela propiamente dicha. Son más relajadas porque no apuntan tanto a un cierre, a una perfección».

Aira fue un «niño miope, tímido, retraído» que se refugió en los libros en su hogar de Coronel Pringels. Sin embargo, fue la pluma de Jorge Luis Borges, a quien llama «el maestro perfecto», la que le hizo entender en su adolescencia lo que era el arte de la literatura.

«A veces, cuando voy a otros países, me preguntan cómo se las arreglan (en Argentina) por tener una figura como Borges. Al menos, en mi caso, es un estímulo porque marca un nivel y entonces hay que esforzarse», declaró.

Su juventud la pasó rodeado de un grupo de poetas natos conformado por Alejandra Pizarnik, Arturo Carrera y Osvaldo Lamborghini. A él la poesía no se le dio.

Su camino fue escribir textos breves, profundos, aunque variopintos en género, temas y lectores. También en sorpresas, ya que uno de los sellos de su estilo es lo irreverente, lo excéntrico e inesperado.

Luego de fumar un cigarrillo y beber un poco de agua, justificó su vocación diciendo: «Para mí escribir en un placer. Además es lo único que sé hacer. Yo voy a seguir escribiendo hasta el último suspiro. Puede haber una decadencia de las funciones con la edad, pero quizás lo que salga de allí tenga su encanto propio».

Incluso si las cosas no le salen bien, a Aira le da igual.

«Si hay un camino recto es hacia la libertad, hacia ir liberándose de convenciones, de trabas que uno se autoimpone. La última será liberarse de la calidad. ¿Por qué hacerlo bien? ¿Por qué darles ese gusto a los lectores y a los críticos? ¿Y qué si lo quiero hacer mal?», cuestionó

Por Itzel Zúñiga