Montevideo, 24 feb (dpa) – El artista uruguayo Carlos Páez Vilaró, tuvo una vida intensa, apasionada, y una mágica relación con la Luna que le permitió enfrentar uno de los trances más duros de su vida. Una vida que se apagó hoy, a los 90 años.
Páez Vilaró estaba descansando en Casapueblo, un lujoso complejo a la entrada de la ciudad balnearia de Punta del Este, que construyó como residencia y luego fue ampliando a galería de arte, museo y hotel. Allí «imaginaba y creaba todo el tiempo» según destacó el periodista y escritor Diego Fischer, autor de la biografía novelada «Hasta donde me lleve la vida».
Nacido en Montevideo el 1 de noviembre de 1923, Páez Vilaró sintió desde muy joven una inclinación por el arte en sus diversas manifestaciones, pero principalmente la pintura y la música. «Siempre sentí una atracción especial por los tambores que no sé de dónde venía», confesó alguna vez.
Pintó cuadros y murales que están repartidos por hospitales, plazas públicas, aeropuertos y residencias particulares de diversas partes del mundo, muchas de las cuales visitó en un peregrinaje permanente de inspiración y aprendizaje.
El 12 de octubre de 1972, cuando estaba próximo a cumplir 49 años, recibió la noticia que el avión en el que viajaba a Chile su hijo Carlos con un equipo de rugby a jugar partidos amistosos, se había estrellado en la cordillera de Los Andes.
Viajaban 45 personas en aquel aparato de la Fuerza Aérea Uruguaya (FAU) y desde el primer momento se creyó que no habría sobrevivientes, ya que las condiciones climáticas y la geografía del lugar lo harían imposible.
De los 45 pasajeros, murieron 29 y 16 soportaron 72 días en las peores condiciones, pero fueron ubicados el 22 de diciembre de 1972, marcando una epopeya que desde entonces se conoce como «El milagro de Los Andes».
El 1 de noviembre de 1972, Páez Vilaró pasó su cumpleaños 49 «entre lágrimas y derrotas, tristezas y amarguras… jugando al ‘gallo ciego’ tratando de encontrar el avión» y a su hijo.
Llevaba 20 días durante los cuales «capitulaba en las noches, vencido por el sueño y el fracaso» pero sabía que «detrás de los reveses de cada jornada lo estaba esperando «Carlitos Miguel», como llamaba a su hijo, entonces con 19 años, cumplidos el 31 de octubre, en medio del frío, la nieve y la inmensidad de la montaña.
«Algo renacía en mi fe cuando se deshilachaba… Yo sabía que por ahí me tildaban como el padre loco que busca al ‘cabro’ (muchacho) que se perdió en las montañas» contó Páez Vilaró en el libro «Entre mi hijo y yo, la Luna».
Papsicología, superstición, rabdomancia, astrología y espiritualismo se unieron a su propia religión para reforzar los intentos, y una frase escrita por Walt Whitman (1819-1892) resumió su «testarudez» y su confianza: «Si no me encuentras enseguida, no te desanimes; si no estoy en aquel sitio búscame en otro. Te espero… En algún sitio estoy esperándote», rememoró el artista en aquel libro.
Carlos Paéz Vilaró incluyó esa frase en la obra y agregó otra de su hijo, conocida cuando éste volvió a la vida. «Cada vez que veo la Luna pienso que mis padres también la están mirando y eso me mantiene junto a ellos».
En esos momentos de angustia e incertidumbre, mientras su hijo miraba la Luna, el padre, casualmente, también la miraba y se aferraba a ella: «Tal vez sea lo único que ambos podemos ver sin vernos, y nos sirva de espero para mantener nuestras imágenes estrechamente unidas».
«Carlitos Miguel», hoy con 60 años, comentó que «lo único, si realmente hay una frase que le cabe, es que descanse en paz». «Era un tipo que trabajó hasta último momento, hasta ayer, así que descanse en paz».
Por Carlos Castillos