BERLÍN (dpa) – Bustos de Karl Marx y de Lenin, juguetes para niños, un kiosko de periódicos, trajes, delantales y, sobre todo, objetos preciados a los que la población de la Alemania oriental no podía acceder: ahora pueden contemplarse en una nueva exposición en Berlín sobre la vida en la República Democrática de Alemania (RDA).
La exhibición, que abrió sus puertas este fin de semana en el Museo de la Kulturbrauerei, fue titulada «La vida cotidiana en la RDA».
Entre los objetos exhibidos destaca «la muerte del ruso», un dispositivo casero construido a base de un calentador de leche que servía para eliminar interferencias de comunicaciones soviéticas que imposibilitaban captar la señal de un canal de televisión de Alemania occidental.
Jeans, libros, discos y revistas, todos productos que los veraneantes alemanes intentaban adquirir en Hungría, país al que les estaba permitido viajar por pertenecer al bloque del este. Las medidas en territorio húngaro eran más laxas: allí podían comprar pantalones de la marca Levi’s o discos de Michael Jackson.
Eso sí: eran supuestos objetos de culto y, por ende, nada baratos. El recuadro que acompaña la vitrina en el museo recuerda que los ciudadanos de Alemania oriental muchas veces preferían sacrificar la comodidad en el hospedaje o ahorrar en comida para poder reunir el dinero que les permitiera acceder a alguno de esos tesoros.
Pese a haber costado aproximadamente un millón de euros, la exposición no despliega una gran gama de objetos. Pero sí se esmera en mostrar «las necesidades económicas (…) y la desilusión ante las promesas incumplidas» que «alentaron los deseos de un cambio político», como indica el recuadro a la entrada del museo.
La muestra hace hincapié en las falencias: en la falta de bienes, en la falta de democracia, en la falta de libertad de prensa. Como ejemplo de este último punto, optó por reconstruir un kiosko que ofrece diversos periódicos de un 1 de mayo. Mirando los lemas publicados en el Día del Trabajador, el visitante del museo debería notar la parcialidad y la vigilancia de las fuerzas del orden sobre las publicaciones.
«La nueva exposición muestra que la vida cotidiana en la RDA no puede ser pensada independientemente de las condiciones políticas», explica el presidente de la fundación a cargo del museo, Hans Walter Hütter. Y en ese mismo sentido se expresó el director regional Mike Lukash: «En nuestra exposición no hay ningún espacio en el que no esté presente la dictadura».
Tal vez la nueva exposición hubiese debido llevar el título que originalmente se había planteado: “La vida cotidiana bajo la dictadura de la SED”, el partido único de Alemania oriental. Pero la propuesta fue criticada por algunos periódicos locales. «Los comentarios afirman cosas sin decir quién las afirma. Escriben: `En muchos sitios no podía conseguirse jabón para lavar la ropa´. ¿Era tan así? ¿Quién vivió eso?», se pregunta el «Berliner Zeitung».
A una pareja de ancianos consultados por dpa, el lugar que se les da a las falencias también le resulta exagerado. «No comíamos hasta el hastío, como aquí (en la Alemania occidental), pero comíamos bien», comenta Rolf, que vivió la mayor parte de su vida en la RDA.
Sobre las ropas exhibidas, confeccionadas con retazos que sobraban de alguna muestra, la mujer de Rolf, Hanni, apunta: «La calidad de los textiles que se fabricaban en la RDA era excelente, pero se exportaban a Alemania occidental», recuerda. «Las cosas eran distintas no por falta de voluntad, sino porque la situación internacional no permitía que fuese de otra manera, y eso aquí ni se menciona».
En la muestra se exponen los programas de deporte ofrecidos por las plantas de las fábricas, afiches propagandísticos «con los que el régimen, al no haber sido elegido por la población, buscaba legitimar su imagen» y material televisivo. Tampoco podía faltar el popular modelo de coche Trabant, todo un símbolo de la vida en la RDA. En esta oportunidad es presentado en su «versión camping»: con una carpa móvil que podía armarse sobre el techo del rodado y permitía dormir en cualquier sitio.
La carpa, fabricada por Gerhard Müller y su mujer, fue todo un éxito de ventas -los alemanes de la RDA eran muy adeptos al camping-, pero el emprendimiento no sobrevivió la caída del comunismo ni el avance repentino de la competencia.
Y la competencia, omnipresente, también afecta al propio museo recién inaugurado. Berlín ya contaba con una exposición permanente dedicada a la RDA, nada menos que a orillas del río Spree. «¿Quién no diría que es superfluo organizar otra exhibición con el mismo contenido?» dijo a dpa su director, Robert Rückel, cuyo museo inaugurado en 2006 ya fue visitado por unas 2,9 millones de personas.
Si bien la nueva sala compite incluso ofreciendo el ingreso gratuito, quedará por verse hasta qué punto valió la pena la inversión.
Por Florencia Martín