Múnich (dpa) – Muchas niñas sueñan con poder calzarse las zapatillas de punta. De suave satén, en general de color rosa pastel, se atan con románticas cintas en el tobillo y, como el tutú, enmarcan la elegancia y el estilo de las bailarinas.
Para las bailarinas profesionales, estas zapatillas con suela y puntera dura representan mucho más: son parte de su vestimenta de trabajo que lucen durante largas horas de ensayo y pruebas y en las presentaciones.
Una bailarina profesional puede llegar a usar hasta ocho pares por mes.
En el Ballet Estatal de Baviera en Múnich existe el cargo especial de jefa de calzado de punta, porque cada una de las cerca de 30 bailarinas tiene su marca especial y suele necesitar una adaptación individual de cada par a sus pies.
Séverine Ferrolier, solista del Ballet, se asegura de que siempre haya suficientes pares nuevos en las taquillas de metal gris de su sobrio camarín. Cada bailarina tiene su propia casilla donde guarda las bolsas con zapatos nuevos.
Las zapatillas más antiguas se usan primero, mientras que las nuevas se guardan. «Cuanto más secas, más se endurecen las zapatillas de punta y más las pueden usar las chicas», argumentan.
«El calzado de punta tiene una edad óptima», confirma también Sophie Simpson, de la fábrica inglesa Freed. Sostiene de las manos a una bailarina y le da dos o tres breves indicaciones: «¡Primera posición, plié, relevé!».
La bailarina gira las puntas hacia afuera hasta que sus pies forman una sola línea. Flexiona las rodillas y se para en punta de pie. La mirada experta de Simpson necesita apenas unos pocos segundos para analizar si es la zapatilla correcta, o es muy grande, o muy pequeña, muy angosta o demasiado ancha, o si el pie necesita una mayor protección aún.
Por ejemplo, una bailarina necesita una suela interna dura y continua, mientras que otra debe parar para posibilitar una mejor extensión. A una artista la punta rígida se le sube hasta el empeine, otra tiene los dedos más cortos de lo habitual.
También la tela de la parte lateral se puede recortar más por razones estéticas, mientras el talón se puede subir para evitar que se resbalen.
«Cada zapato tiene los mismos componentes, pero la terminación es diferente», explica Simpson.
Se necesitan tres semanas para fabricar una zapatilla de punta a media, en un proceso en el que participan quince personas. Y cada bailarina es atendida durante años por su propio zapatero, un lujo sólo disponible para los miembros del conjunto de las compañías profesionales.
A menudo las bailarinas suelen tardar años en sentirse satisfechas con sus zapatillas. Muchas martillan el calzado en algunos puntos para hacerlo más suave, o lo endurecen con goma laca.
El objetivo de Simpson es realizar el zapato perfecto para cada bailarina. Es importante no sólo por la estética, sino también por la salud, ya que las bailarinas pueden sufrir pequeñas grietas por sobrecarga, caídas por suelas demasiado blandas o dedos deformados por zapatos demasiado estrechos.
Las bailarinas se paran, saltan y hacen piruetas sobre apenas seis centímetros cuadrados. Todo tambalea al pararse en punta, es agotador con demasiada frecuencia y suele ser cualquier cosa menos cómodo. Y por ello, así suelen lucir los pies de las bailarinas: con marcas de presión, callos, uñas negras o astilladas.
Varias suelen usar separadores de dedos o acolchados para hacer más llevadera la presión. Y acuden a la amplia oferta de suplementos de silicona en los comercios especializados o usan pequeños copos de algodón o hasta papel de baño.
«No he encontrado el zapato perfecto en toda mi carrera», reconoce Ferrolier. Ella danza desde hace 37 años y con 42 se siente, según sus propias palabras, una «abuela del ballet».
Su colega solista Prisca Zeisel apenas tiene 23 años pero hace tiempo que no tiene grandes aspiraciones acerca del calzado: «La zapatilla perfecta es aquella que presione lo menos posible».
Por Elke Richter (dpa)
Foto: Sina Schuldt/dpa