Bagdad, 15 may (dpa) – Una de las principales virtudes del que muy probablemente será el próximo jefe de Gobierno de Irak es su gran capacidad para movilizar a las masas, como demostró en los últimos años.
Miles de personas siguieron al clérigo chiita Muktada al Sader una y otra vez en sus llamamientos a protestar contra el sistema, la corrupción y exigir reformas políticas en Irak.
Hace dos años, sus seguidores incluso asaltaron el Parlamento en la estrictamente protegida y vigilada Zona Verde de Bagdad, donde se ubican edificios gubernamentales y embajadas extranjeras. Con todo ello, adquirió una importante influencia en la política del país.
Al Sader no es un desconocido: saltó a la escena política en 2003, tras el derrocamiento de Sadamn Husein en una invasión internacional liderada por Estados Unidos y se convirtió junto con su Ejército del Mahdi en un continuo hostigador de la presencia estadounidense en el país.
Entonces, para ganar influencia utilizó también la red de su padre Mohammed Sadik al Sader, un clérigo opositor asesinado por el servicio secreto de Sadam en 1999. De él heredó una red de fundaciones de beneficencia con cuya ayuda se ganó ante todo el aprecio de los chiitas más relegados económicamente.
Sus seguidores proceden principalmente de barrios chiitas pobres, por ejemplo de Sader City, en el este de Bagdad, habitado por quienes no se beneficiaron en nada de la riqueza petrolera del país y bautizado así en honor a su padre. Otra de sus bases de influencia es la ciudad santa chiita de Nayaf.
Tras la retirada de las tropas estadounidenses, Al Sader siguió siendo una de las figuras más influyentes de la política nacional.
En los últimos años se convirtió en uno de los principales críticos del sistema político iraquí y encabeza un movimiento que sale regularmente a la calle para exigir reformas y el fin de la corrupción. También se opone a una excesiva influencia política del vecino Irán en el país, pese a su confesión chiita.