Atenas/Bruselas, 18 ago (dpa) – El entonces primer ministro griego Giorgos Papandreu lo presentía: «Estamos ante una nueva odisea», dijo el socialista cuando el 23 de abril de 2010 dirigió desde la pintoresca isla de Kastellorizo una llamada de socorro a la Unión Europea (UE) y al Fondo Monetario Internacional (FMI). Su país estaba al borde de un colapso financiero. Lo que siguió después fue un drama sin precedentes en la historia de la UE y la eurozona.
El lunes 20 de agosto expira el tercer programa de rescate, lo que obliga a Atenas a autofinanciarse nuevamente después de haber recibido durante ocho años créditos internacionales para evitar la bancarrota. Sin embargo, no es seguro que el país heleno sea capaz, a largo plazo, de salir adelante por sí mismo.
La crisis tenía muchas causas, no en último lugar el nepotismo, la corrupción y una burocracia desbordante. Después de la adhesión de Grecia a la UE en 2002 y durante los años anteriores a 2010, especialmente, el gasto público superaba notablemente a los ingresos. Sin embargo, debido a las estadísticas opacas, la verdadera dimensión del endeudamiento no estuvo clara durante mucho tiempo.
Tras la llamada de socorro de Papandreu, los socios de la eurozona elaboraron un primer programa de rescate por 80.000 millones de euros a cambio de que Atenas aplicara medidas de austeridad y reformas. La UE apenas estaba preparada para hacer frente a semejante situación y cundía el miedo a un «contagio» de la crisis griega a toda la eurozona.
Entre tanto, la situación económica de Grecia se fue deteriorando cada vez más. La tasa de desempleo subió a más de un 25 por ciento y no pocos griegos llegaron a perder más de una cuarta parte de sus ingresos. El partido socialista de Papandreu perdió los favores del electorado. En el centro de Atenas murieron varias personas en estallidos de violencia durante grandes manifestaciones de protesta.
En junio de 2012 llegó al poder el partido conservador Nea Dimokratia (ND), de Antonis Samaras, quien aplicó, pese a la enconada oposición de un amplio sector de la población, el segundo programa de austeridad y reformas a cambio de créditos por 144.700 millones de euros. Durante protestas en Atenas fueron incendiados edificios y se produjeron una y otra vez graves enfrentamientos entre manifestantes y la Policía. Para la mayoría de los griegos, la «troika» formada por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el FMI, que supervisaba los programas de austeridad, se había convertido en enemigo, al igual que el poderoso e implacable ministro de Finanzas de Alemania en aquel entonces, Wolfgang Schäuble.
Del acalorado ambiente se aprovechó una nueva estrella política: Alexis Tsipras, nacido en 1974, y su partido izquierdista Syriza, inicialmente una agrupación pequeña, ganaron cada vez más popularidad. Tsipras prometió poner fin a todos los programas de austeridad. En enero de 2015 ganó las elecciones y formó junto con un pequeño partido populista de derechas el primer Gobierno encabezado por la izquierda en la historia moderna del Estado griego. Muchos de los ciudadanos machacados por la crisis financiera le dieron su confianza.
Tsipras comenzó su Gobierno siguiendo una estrategia sencilla: los programas de austeridad deberían eliminarse y Grecia debería recibir ayuda prácticamente sin condiciones porque, de lo contrario, toda la eurozona se tambalearía. El principal valedor de esta política fue el entonces ministro de Finanzas, Gianis Varoufakis.
En junio de 2015, Tsipras llegó al extremo de no reembolsar a tiempo créditos otorgados por el FMI. Después, en julio, preguntó en un referéndum a la población si estaría dispuesta a aceptar otro programa de austeridad. La respuesta fue contundente: no.
Sin embargo, para evitar la bancarrota del Estado y una posible salida de la eurozona, el primer ministro dio un giro radical a su política. Despidió a Varoufakis y aceptó un tercer programa de austeridad estricto. Para legitimar estas decisiones, Tsipras convocó elecciones adelantadas para septiembre de 2015, que terminó ganando.
A partir de entonces, el líder griego comenzó a seguir una nueva línea política. Implementó sin rechistar las medidas de austeridad y las reformas que exigían los acreedores, recortó las pensiones y subió los impuestos. «Se nos puede acusar de habernos engañado a nosotros mismos», afirmó Tsipras para justificar el cambio de rumbo. Reconoció que había sido ilusorio creer que los acreedores internacionales harían concesiones. «Sin embargo, no hemos mentido», aseguró.
Tsipras se enfrenta hoy a nuevos problemas. En las encuestas, los conservadores llevan una ventaja de diez puntos porcentuales sobre Syriza. Muchos griegos no experimentan ninguna mejora tras la leve recuperación económica registrada últimamente. Uno de cada cinco griegos en edad de trabajar sigue desempleado y más de 400.000 jóvenes bien formados han abandonado el país.
«El paciente griego aún no se ha recuperado definitivamente», señala el economista Panagiotis Petrakis, de la Universidad de Atenas. «Los mercados financieros van a evaluar si las inyecciones financieras y los programas de reformas han sido eficaces o si se necesitan otras soluciones y un recorte de la deuda».
La capacidad de Grecia de atraer inversiones podría ser decisivo. Para recorrer el camino sin programa de rescate, el país cuenta con una reserva de 24.000 millones de euros, aportados por los acreedores y por el propio Estado, cantidad que le permitiría a Atenas, en el caso extremo, cubrir sus necesidades financieras durante dos años.
Sin embargo, Grecia sigue enfrentada a una gigantesca deuda, que supone alrededor de un 180 por ciento de su producto interior bruto (PIB), con diferencia el nivel más alto en Europa. Desde que comenzó la crisis, tanto el PIB como el ingreso per cápita se han reducido considerablemente.
De aquí a 2022, Atenas debe alcanzar, en virtud del acuerdo con el Eurogrupo, un superávit primario de un 3,5 por ciento anual, es decir, sin tomar en cuenta los gastos para el servicio de la deuda. En la prensa griega se multiplican las voces que dudan de que esta meta sea realista. «Una vez más, las decisiones difíciles se postergan», dijo un funcionario de alto rango del Ministerio de Finanzas en Atenas en alusión a una eventual condonación parcial de la deuda.
Por Takis Tsafos y Alkimos Sartoros, dpa
