Bogotá, 16 jun (dpa) – «Títere o traidor»: Según el analista León Valencia, esa será la dicotomía que se le planteará a Iván Duque si el domingo, como proyectan los sondeos, es elegido presidente de Colombia para el período 2018-2022.
Porque, opina Valencia, la gente no votará por Duque, sino por su jefe, el ex presidente Álvaro Uribe (2002-2010), quien lo sacó del anonimato y al parecer lo pondrá en Palacio para que ejecute las políticas conservadoras y autoritarias de su partido, Centro Democrático.
Lo admite a su modo el candidato cuando llama a Uribe «presidente eterno», le cede el micrófono en las plazas para que pronuncie el discurso de fondo y lo defiende de quienes lo cuestionan de todos los casos de derechos humanos y corrupción que se le atribuyen.
Por Constitución, Uribe no puede postular. De estar habilitado, seguro ganaría. Por eso recurre a alguien que lo represente. Y millones de personas están prestas a votar por aquel a quien señale el dedo mesiánico del líder de la derecha radical.
Tras polémicos pasos como alcalde de Medellín, gobernador del departamento de Antioquia y senador, el político más influyente en Colombia en el Siglo XXI llegó a presidente en 2002, en primera vuelta, con un discurso radical de odio contra la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
Era un momento especial. Las FARC, en la práctica una banda con discurso político pero dedicada a delitos comunes, eran odiadas por los colombianos. El país reclamaba mano dura. Y quien mejor que un hombre al que ese grupo le asesinó al padre en 1983.
Uribe golpeó a unas FARC fortalecidas en el débil Gobierno de Andrés Pastrana (1998-2002). El país se sumió en la violencia, pero, paralelamente, la seguridad renació tras décadas en algunas regiones. A ese le sumó un crecimiento económico anual promedio de un cuatro por ciento, nada malo en la coyuntura.
El país prefirió hacer oídos sordos a múltiples denuncias: Buena parte de los éxitos de la «pacificación» se explicaban en el auge de grupos paramilitares de ultraderecha que echaban a las FARC de sus territorios y montaban esquemas de similar o peor terror, con el narcotráfico y el robo de tierras como sustento.
Arropado en la popularidad, Uribe acomodó la Constitución para ser reelegido en 2006. Ganó con holgura. No contento, quiso un tercer mandato, pero la Corte Constitucional se lo impidió.
Unas 4.000 personas murieron en Colombia de 2002 a 2010 solo en «falsos positivos» (inocentes asesinados para presentarlos como éxitos de combate militar), según está documentado. El analista Ariel Ávila recuerda que en solo ese renglón el Gobierno formalmente democrático dejó más muertes que la dictadura chilena de Augusto Pinochet en 17 años.
Los paramilitares se adueñaron de gran parte del país, aunque hubo quienes cayeron presos, entre ellos varios líderes políticos uribistas. Pero todo se barrió bajo la alfombra con tal de acabar con los guerrilleros, dicen las voces críticas con esa etapa.
En 2010, Uribe tomó una decisión costosa: eligió como candidato a un estrecho aliado, Juan Manuel Santos. Y la mayoría de votantes le obedeció. Pero Santos, que tenía fuerza y experiencia, lo «traicionó», a ojos de Uribe: lo dejó de lado, se acercó al centro y buscó la paz, mientras su otrora amigo le hacía una ruda oposición.
Pero Uribe estaba lejos de la muerte política. En 2014 por poco sorprende a un Santos que debió emplearse a fondo para ganar la reelección ante Óscar Iván Zuluaga, candidato sin carisma y de pobre personalidad que solo tenía como fortaleza al padrino.
El ex presidente dedicó los últimos cuatro años a obstaculizar la paz con las FARC. Y en 2016 mostró su brazo al impulsar el victorioso «no» en un plebiscito que por poco deja a Colombia sin tener a 2017 y lo que va de 2018 como los años más pacíficos de su historia reciente.
Esta vez, Uribe fue a la fija: Desechó a los que pudieran sacarlo del juego, como Santos, y en vez de apelar a un gris como Zuluaga subió al podio a un Duque de 41 años, con pocos anticuerpos, sin prontuario, bien preparado y hábil comunicador. Y, lo principal, alguien que parece obediente.
«A veces me preguntó por qué Colombia es así, por qué avanza un paso y retrocede dos. No encuentro explicación. Al final, los gobernantes son el reflejo de la sociedad», se lamenta Ávila en una columna que resume los antecedentes de Uribe.
«Los verdaderos ‘castrochavistas’ (palabra usada en Colombia para descalificar a la izquierda) son los uribistas», añade Ávila al recordar que con Duque se abre paso a la concentración de poder.
Salvo que, según la dicotomía de Valencia, Duque sorprenda a todos, decline ser títere y decida gobernar. Implicaría una traición, como la de Santos, porque, formalismos aparte, los que votan por Duque no lo hacen por él, sino por Uribe.
Uribe tiene 65 años y se le ve fuerte como un roble. Para bien o para mal es el principal líder de su país y no parece dispuesto a dejar de serlo. Si Duque gana, en ese hay consenso, sentirá la respiración del jefe sobre la nuca.
Por Gonzalo Ruiz Tovar (dpa)