Singapur, 12 jun (dpa) – Una mesa y dos sillas están preparadas en el hotel Capella de la isla de Sentosa en Singapur. Un ayudante con guantes blancos entra en la gran sala del hotel de cinco estrellas para depositar dos plumas. Finalmente, Donald Trump y Kim Jong-un estampan sus firmas en un documento de dos páginas, en la primera cumbre en la historia de dos líderes de esas naciones.
El ambiente es festivo y pomposo al mismo tiempo, exactamente como le gusta al presidente estadounidense, y al parecer también al líder norcoreano. Ya fuera real o fingido, los dos líderes sentados irradiaban satisfacción. De alguna manera, Trump y Kim sentían que estaban haciendo historia y también se lo hacían notar al mundo.
Tras décadas de enconada hostilidad, por primera vez en la historia se reunían los líderes de los dos países. Y no sólo hicieron demostraciones de amistad o se dieron golpecitos en el hombro, sino que después de cinco horas firmaron un documento conjunto.
Trump, que el jueves cumple 72 años, ha conseguido algo constructivo en el plano internacional por primera vez desde que asumiera el poder hace un año y medio. Y parecía disfrutarlo. «Los enemigos pueden haerse amigos», aseguró en un mensaje dirigido al mundo.
Kim, a sus presuntamente 34 años, ni la mitad que Trump, disfrutaba también de estar en el centro de las miradas de todo el mundo. «Hemos decidido dejar atrás el pasado. El mundo vivirá un gran cambio».
Sin embargo, suena demasiado ambicioso. El acuerdo, alcanzado tras semanas de negociaciones entre los dos los países, es muy frágil. Tanto, que las formulaciones de algunos pasajes suenan banales. En muchas partes parece casi lo que Trump llama en su mundo de negocios una «declaración de intenciones» y está muy lejos de parecer un acuerdo diplomático internacional.
Aún está por ver si pese a ello, resulta efectivo. Y es que no es el primer documento que firman ambos países. En el pasado ya hubo algunos intentos de incluir a Corea del Norte en el sistema internacional de control de armamento, llegando lejos en algún caso, sin que nunca hubiera resultados reales.
El experto en Corea del Norte, Andrei Lankov, profesor de la universidad surcoreana de Kookmin, considera que el acuerdo actual «no tiene valor práctico de ningún tipo. Estados Unidos podría haber ganado imporatantes concesiones, pero no lo ha hecho. Corea del Norte se verá alentada y Estados Unidos no ha conseguido nada», critica.
En el texto, Kim se declara dispuesto a avanzar en el desarme nuclear de la península coreana, el punto central de toda la cumbre. ¿Pero cuánto tiempo necesitará para ello? No hay nada concreto, ni siquiera un calendario. «Creo que lo quiere lograr», dijo Trump irradiando confianza.
Sin embargo, el texto no recoge tres palabras que Estados Unidos repitió hasta la saciedad en los últimos días: el carácter «total», «irreversible» y «verificable» del desarme nuclear. Trump abogó hoy por la formulación «lo antes posible».
El texto también es vago en lo que respecta a la solución de paz entre las dos Coreas, manifestando la intención de forjar una paz total, ya que las dos naciones siguen técnicamente en guerra. La guerra de 1950-53 no terminó con un acuerdo de paz formal. Sin embargo, no hay respuestas concretas sobre cómo avanzará ese acuerdo o qué papel adoptará China, el principal aliado de Pyongyang.
Kim y Trump apuntaron además hacia un acercamiento, pero tampoco concretaron si reanudarán sus relaciones diplomáticas.
Para escenificar el acercamiento, Estados Unidos también ha tenido que hacer concesiones: Trump anunció el fin de las maniobras militares conjuntas con su aliado surcoreano, una de las principales reivindicaciones de Pyongyang. Las maniobras son al fin y al cabo un «juego de guerra» que cuesta mucho dinero, justificó Trump.
Pese a todo, Singapur ha sido un gran éxito para los dos protagonistas, quizá incluso más para el líder norcoreano. Kim se movía como pez en el agua durante su paseo nocturno en la víspera por Singapur. Al comienzo de la cumbre se le veía sin embargo nervioso: al fin y al cabo había conseguido algo que ningún líder norcoreano había tenido nunca: un encuentro con el presidente de la potencia número uno del mundo. Y al mismo nivel. Y Trump lo llamó además «talentoso» y negociador fiable e incluso lo invitó a la Casa Blanca.
Ningún presidente estadounidense hasta ahora se había atrevido a calificar así al miembro de una familia dictatorial del Estado comunista. Pero Kim forzó a Trump, quizá con sus ensayos nucleares. La estrategia del régimen totalitario parece haber funcionado.
Kim quiere el cambio, eso es seguro, pero tampoco quiere dejarse derrocar, objetivo al que se acercó un poco en Singapur: Estados Unidos le prometió garantías de seguridad.
Trump, un empresario de la construcción y showman de reality y su «numevo amigo», hijo de una actriz, protagonizaron hoy una amplia escenificación en Singapur: el primer apretón de manos de la historia delante del Capella, su encuentro en la biblioteca, las horas que pasaron juntos durante el almuerzo o el paseo por los jardines tropicales del hotel.
Incluso poco antes del final de la cumbre, Trump le permitió a su nuevo socio echar un vistazo a su limusina negra. La «bestia» acorazada traída expresamente, como hace habitualmente, desde Estados Unidos. En ocasiones Kim parecía incrédulo. «Mucha gente en el mundo podría ver esto como una especie de fantasía, como una película de ciencia ficción», dijo.
El hombre al que Occidente acusa de asesinar incluso dentro de su propia familia y que tiene encerrados a decenas de miles de personas en campos de trabajo, se convierte de repente en un compañero de salón de Trump.
Muchos se preguntarán, sobre todo tras el fracaso del G7 el pasado fin de semana, si a Trump no se le da mejor tratar con líderes totalitarios que con jefes de Estado y Gobierno elegidos democráticamente.
Por Michael Donhauser, Christoph Sator, Andreas Landwehr y Dirk Godder (dpa)
