Madrid, 26 may (dpa) – Al comprar una lujosa casa con jardín en las afueras de Madrid, Pablo Iglesias buscaba un remanso de paz familiar. Pero el carismático fundador y líder del partido de izquierda Podemos encontró algo bien diferente: una tormenta política.
El chalet de 600.000 euros (700.000 dólares) comprado por Iglesias e Irene Montero, su pareja y portavoz parlamentaria de Podemos, fue vista por los críticos como señal de que la pareja traicionó su origen y se unió a «la casta» burguesa que lleva años fustigando.
Tras días de acoso mediático, filtraciones propias de la prensa rosa y artículos contrastando el «dicho y el hecho» de los líderes de Podemos, Iglesias y Montero optaron por una solución inesperada: someter al voto de sus bases su continuidad al frente del partido.
«No pensábamos que tener a nuestros hijos en un contexto más tranquilo iba a generar este debate», explicó Iglesias sobre los mellizos que espera Montero, «pero una vez generado, la decisión la deben tomar ahora los y las inscritas en el partido».
Se trata de casi medio millón de militantes habilitados para votar desde el martes hasta mañana domingo a la pregunta: «¿Consideras que Pablo Iglesias e Irene Montero deben seguir al frente de la secretaría general de Podemos y de la portavocía parlamentaria?»
Los resultados de la votación se conocerán el lunes. Pero ni siquiera el previsible respaldo mayoritario a Iglesias y Montero cierra la crisis de imagen y la división interna abierta en el tercer partido más fuerte del Congreso español.
El primer problema, previsible, fue que la compra del lujoso chalet ofreció munición política a los críticos de Podemos, un partido surgido al calor de los «indignados» que revolucionó desde 2014 el paisaje político español con sus consignas de izquierda.
En cuanto se conoció la noticia, muchos recordaron un tuit de 2012 en el que Iglesias criticaba al entonces ministro Luis de Guindos por comprar una casa al mismo precio: «¿Entregarías la política económica del país a quién se gasta 600.000 euros en un ático de lujo?».
Los defensores de la pareja, en cambio, apuntaron que Iglesias, de 39 años, y Montero, de 30, compraron la vivienda en una parcela de 2.000 metros cuadrados con jardín y piscina gracias a una hipoteca del 90 por ciento y en un esfuerzo económico acorde con sus salarios.
Pero el verdadero conflicto para la pareja no se originó en el exterior, sino en el mismo seno del partido. Tanto el lujoso capricho como el manoseo mediático indignaron a diversos sectores de Podemos, así como la consulta abierta para dirimir una crisis personal.
El jefe de la corriente anticapitalista de Podemos, Miguel Urbán, consideró «innecesaria» la votación, vista por muchos como un reflejo del personalismo de Iglesias. «Me hubiera gustado más ver consultas sobre programas que consultas de este tipo», lamentó Urbán.
José María González, alcalde de la ciudad de Cádiz conocido como «Kichi», publicó una dura carta abierta en la que dijo que no quería «dejar de vivir en un piso de currante (trabajador)» y defendió la necesidad de «vivir como la gente».
En una muestra de disgusto, el sector anticapitalista de Podemos decidió no participar en la consulta, aunque sin hacer compaña a favor de la abstención. La participación será por eso clave en el resultado, admitió el propio Iglesias.
«Con total claridad: una participación baja sería un fracaso de la consulta y nos obligaría a dimitir, y una participación alta sería un éxito, independientemente de si los inscritos nos dicen que sigamos o que dimitamos», sostuvo tras el inicio de la votación.
En el fondo de la «crisis del chalet» late un dilema más profundo que una compra inmobiliaria en un barrio selecto y apartado: Podemos lleva tiempo luchando por mantener su raíz contestataria e «indignada» pese a su consolidación como fuerza establecida.
En una votación decisiva, el partido rechazó el año pasado la vía más institucional que ofrecía el cofundador Íñigo Errejón y respaldó como líder de Podemos a Iglesias, que insistía en apostar por «la calle».
La nueva vida familiar que afronta en las afueras de Madrid parece chocar con ese perfil, pero como dijo la propia Montero: «No estamos libres de contradicciones».
Por Pablo Sanguinetti (dpa)