Lula da Silva, la caída de un mito de la izquierda latinoamericana

Río de Janeiro, 8 abr (dpa) – Lustrabotas, obrero, presidente, estadista de fama mundial y presidiario: el ascenso y la caída del brasileño Luiz Inácio Lula da Silva representa una de las más grandes tragedias políticas de América Latina en las últimas décadas.

Lula, de 72 años, es uno de los mitos de la izquierda latinoamericana, celebrado por sacar a millones de personas de la pobreza durante sus dos Gobiernos (2003-2010) y por impulsar el milagro económico que puso a Brasil entre las potencias mundiales a comienzos de siglo.

«Es el político más popular de la Tierra», lo celebraba su colega estadounidense Barack Obama en 2009.

El ex presidente, sin embargo, podría pasar ahora varios años preso tras entrar el sábado en prisión por cargos de que participó en una trama fraudulenta para saquear las arcas de la estatal Petrobras.

«Lula es el comandante máximo de los delitos de corrupción de Petrobras», lo acusó el fiscal brasileño Deltan Dallagnol cuando presentó cargos por la megacausa «Lava Jato» («Lavado de autos»).

Entonces, en septiembre de 2016, la estrella del antes intocable ex mandatario ya se empezaba a hundir por la enorme investigación sobre corrupción política dada a conocer en 2014.

Lula nació en octubre de 1945 en la localidad de Caetés, en Pernambuco, en el árido noreste, una de las regiones más simbólicas del imaginario nacional brasileño. Su familia emigró a buscarse la vida en la metrópoli industrial Sao Paulo cuando él era muy joven.

Séptimo de ocho hermanos e hijo de campesinos analfabetos, Lula empezó a trabajar desde niño vendiendo frutas y las típicas tortillas brasileñas de yuca «tapiocas», o como lustrabotas.

Más tarde se convirtió en tornero y obrero metalúrgico en una fábrica, donde perdió un dedo durante un accidente laboral. En esa época empezó una carrera política que lo llevó a liderar el pujante movimiento sindical que plantó cara a la dictadura militar brasileña (1964-1985).

En 1980 fue uno de los fundadores del Partido de los Trabajadores (PT), que habría de convertirse en las décadas siguientes en el partido de izquierda más grande de América Latina.

Tras ser elegido diputado por Sao Paulo, Lula fue tres veces candidato presidencial (1990, 1994 y 1998) antes de llegar al poder al cuarto intento en las elecciones de 2002. El 1 de enero de 2003 juramentó como el primer presidente de origen obrero de Brasil.

El líder del PT, curtido en las virulentas luchas sindicalistas, sorprendió a todos al tender la mano al empresariado para impulsar el crecimiento económico. Al mismo tiempo, creó programas sociales como el emblemático «Bolsa Família» para auxiliar a los más pobres.

Gracias a los altos precios del petróleo, Brasil vivió un «boom» económico sin precedentes durante los años de Lula, con un crecimiento récord del 7,5 por ciento en 2010. Según estimaciones, unos 20 millones de brasileños pudieron salir de la pobreza a lo largo de los mandatos del ex líder obrero.

Lula consiguió afianzar a Brasil en el G20 como una de las principales naciones industrializadas del mundo y pasó a formar parte del BRICS, el foro de los cinco países emergentes más importantes.

Como símbolo del ascenso del «país del futuro», como lo llamaba el escritor austriaco Stefan Zweig, el Brasil de Lula obtuvo la organización del Mundial de fútbol de 2014 y los Juegos Olímpicos 2016, dos eventos que pusieron al país en los focos mundiales.

En América Latina, el «lulismo» ganó apoyos como una mejor alternativa a modelos de izquierda populistas como el liderado por Hugo Chávez en Venezuela.

Lula cultivó siempre un perfil de hombre dialogante, forjador de compromisos antes que polarizador. Se acercó a las élites económicas que temían una deriva populista con su llegada al poder para tejer pactos que le permitieron sacar adelante su agenda progresista. Un maestro de la «realpolitik» para sus simpatizantes.

Esos pactos, sin embargo, condujeron en ojos de sus detractores finalmente al contubernio y las redes corruptas. «Lula se corrompió y corrompió a la sociedad brasileña», lo acusó en 2015 Hélio Bicudo, un cofundador del PT que se distanció del partido.

El político conciliador, que llegó a tener un 80 por ciento de popularidad al dejar el cargo según algunas encuestas, divide ahora al país. Un 36 por ciento de sus compatriotas, sobre todo los más pobres, votarían por él para presidente, mientras un 40 por ciento lo rechaza.

También su juicio genera opiniones divididas, no sólo entre sus seguidores, que ven una farsa en su condena a 12 años de prisión.

«El proceso contra Lula da Silva es un proceso político. Está vestido de garantías judiciales, pero (…) yo creo que no ha habido garantías suficientes», dice el ex juez español Baltasar Garzón, conocido por haber llevado ante la Justicia al fallecido dictador chileno Augusto Pinochet.

El representante de Transparencia Internacional en Brasil, Bruno Brandao, considera en cambio que el proceso es un hito porque somete a la Justicia a alguien poderoso.

«Un análisis desapasionado y cuidadoso de los autos y los procedimientos del juicio echa por tierra la gran mayoría de las críticas», dijo Brandao a la agencia dpa.

Lula sigue defendiendo su inocencia y acusa a sus adversarios de querer alejarlo de esa manera del Palacio de Planalto, tras haber sacado en 2016 al PT del poder con la controvertida destitución de su sucesora, Dilma Rousseff. «No perdonan que un obrero haya llegado al poder», sostiene.

Por Isaac Risco (dpa)