En las sociedades occidentales la expresión de ojos y boca muy abiertos se interpreta como cara de miedo y sumisión. ¿Pero es esta una interpretación universal y por tanto parte de la naturaleza humana? Para responder a esta pregunta un equipo de científicos sociales de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAM) decidió estudiar cómo los adolescentes de las Islas Trobriand (Papúa Nueva Guinea) interpretan las expresiones de emoción básica.
El trabajo de campo estuvo a cargo de Carlos Crivelli, psicólogo de la UAM, y Sergio Jarillo, antropólogo del Museo Americano de Historia Natural (Nueva York). Según los investigadores, el trabajo fue realizado a través de procedimientos testados en la cultura local, luego de que ellos mismos se integraran en la comunidad y fueran capaces de expresarse fluidamente en la lengua nativa (kilivila).
En un primer estudio «les enseñamos a los adolescentes trobriandeses varias expresiones de emoción. En su mayoría, interpretaron la cara de miedo como enfado y amenaza”, explican.
“En un segundo estudio –agregan– le pedimos a un grupo distinto de adolescentes de las islas Trobriand que eligieran, entre una cara de miedo, de enfado, asco y una cara neutral, aquella que percibían como una expresión amenazante. Nuevamente los trobriandeses identificaron mayoritariamente la cara de miedo como una señal de ataque”.
Cuando se aplicó el mismo test a un grupo de adolescentes españoles, el gesto amenazante más frecuente correspondió con la cara de enfado, es decir, con el ceño fruncido.
Estos resultados permiten a los investigadores concluir que sociedades con un grado notable de aislamiento cultural y visual respecto a la cultura occidental interpretan la cara de miedo como un indicador de enfado y amenaza, en lugar de miedo y sumisión.
Diferencias culturales
Aunque estos resultados rompen con una creencia generalizada, ya existía información que permitía cuestionar el significado universal de la cara de miedo. Es el caso de los trabajos llevados a cabo por etólogos humanos como Eibl-Eibesfeldt, que a principios de la década de 1980 registró expresiones de amenaza similares en distintas culturas indígenas aisladas (Yanomami, !Kung, Himba, Eipo, Maorí, entre otras).
Para los autores, es claro que la conclusión a la que han llegado abre nuevas e importantes cuestiones, por ejemplo si hay otras expresiones supuestamente universales que en realidad no lo son o cuál es la magnitud de las diferencias culturales en la producción y reconocimiento de expresiones. También se preguntan cuál es la función evolutiva real de la conducta facial.
El trabajo, financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad, también lo firma James A. Russell, del Boston College (EE. UU.), y fue dirigido por José-Miguel Fernández-Dols, catedrático de Psicología Social de la Universidad Autónoma de Madrid.
SINC