BERLÍN (dpa) – La principal exposición histórica sobre la Primera Guerra Mundial en Alemania abrió recientemente sus puertas en Berlín con un enfoque sobrio y despojado de patriotismo, en el que destaca la gran responsabilidad de los alemanes en la gran conflagración que hace cien años se cobró a casi 15 millones de vidas.
El oscurecido sótano del Museo Histórico de Alemania sirve de escenario para toda la infernal parafernalia de la guerra, de bombas, a lanzallamas y máscaras antigás.
En un país profundamente pacifista, muchos de los alemanes que visitan la muestra inaugurada el 28 de mayo por la canciller alemana, Angela Merkel, reaccionan consternados.
«He leído sobre esto, pero nunca lo había visto con mis propios ojos», cuenta un estudiante de 26 años que no quiere dar su nombre, mientras se inclina sobre un mortero alemán impecablemente conservado. «Es increíble que hubiera gente que quisiera construir un lanza bombas. Es tan pérfido».
Mientras que todas las naciones que lucharon en la Primera Guerra Mundial han recordado sus sacrificios, Alemania ha destinado sumas modestas a las conmemoraciones, que tienen lugar mayormente en forma de exposiciones en museos. Y tampoco se ven señales de orgullo entre los descendientes de los soldados alemanes.
Entre las naciones de la Commonwealth británica se cultiva el respeto a la memoria de aquellos hombres y mujeres que fueron forzados a soportar la terrible experiencia de la guerra. Pero en Alemania, incluso el respeto por los viejos soldados que sufrieron en la guerra de trincheras parece lejano.
«Yo ya había nacido cuando aquella vieja guardia aún estaba con vida. Solían describir la forma en la que fueron maltratados y estaban orgullosos de haber sobrevivido todo aquello», dijo un ingeniero jubilado durante la visita a la muestra. Pero al preguntarle si deberían ser homenajeados por ello, murmuró: «Es solo algo que hay que saber».
La exposición berlinesa incluye una pintura de los años 30 que muestra la cara sombría de un soldado alemán arrojando desafiante la última granada de mano antes del anunciarse el armisticio en 1918. Una placa al lado explica que se trata de propaganda del nazismo en la antesala de la Segunda Guerra Mundial.
La muestra describe las atrocidades cometidas durante la I Guerra, entre ellas, los «6.500 civiles belgas asesinados por los militares alemanes». Destaca las decenas de miles de ciudadanos de la Europa ocupada fueron llevados a Alemania como trabajadores forzados.
Muchos alemanes se muestran reacios a relativizar el papel de su país en la I Guerra Mundial comparado con el rol en la Segunda Guerra.
Pese al éxito de ventas del libro «Sonámbulos», en el cual el historiador australiano Christopher Clark afirma que la guerra estuvo precedida por fallos en la diplomacia de ambas partes, la exhibición no intenta menoscabar la culpa de los alemanes. Su principal mensaje es que el emperador Guillermo II y sus adláteres apostaron por el riesgo y destruyeron a su propia nación.
La exposición no promueve la identificación con la Alemania de 1914 y remarca el absurdo de la propaganda de guerra a través de objetos como un óleo que muestra a un batallón de soldados alemanes de uniforme inmaculado disponiéndose al ataque sobre un campo de maíz recién cortado.
El tono sombrío de la muestra se prolonga hasta el final, donde ilustra la vida en Berlín durante la guerra, el hambre y el racionamiento de comida. También cuenta sobre cómo las mujeres eran obligadas a prostituirse y exhibe un modelo de aquella época de los órganos sexuales femeninos deformado por la sífilis.
Sin efectos de sonido y siguiendo una senda irregular a través de una sala gris más parecida a un búnker, la exposición atrajo a un sinnúmero de visitantes que la recorrieron con gesto grave en el día de apertura.
En Alemania no hay planes de grandes proyectos similares a la remodelación del Museo Imperial de Guerra de Londres, que reabrirá sus puertas el 19 de julio con galerías de la Primera Guerra Mundial modernizadas. O como el Memorial de la Guerra de Vietnam en Washington, cuya arquitecta Maya Lin lo llamó «un dolor agudo que remite con el tiempo, pero que nunca terminará de sanar».
Sin una sensación de dolor compartida, Alemania probablemente nunca tendrá un monumento nacional de la Primera Guerra Mundial. Merkel señaló durante la ceremonia inaugural que la guerra nunca fue tema de conversación cuando creció en Alemania Oriental. Para muchos, la Alemania de hace un siglo parece ser otro país, no el propio.
Un abogado de 46 años se mostró perplejo ante la descripción del entusiasmo que desató la guerra en 1914 y la creencia generalizada en ambas facciones de que el conflicto las revitalizaría. «Es algo que no puedo concebir».
Por Jean-Baptiste Piggin
