POSCHIAVO (dpa) – Erwin Cabernab a menudo puede sonreír durante el trabajo. Una y otra vez, los pasajeros que lo acompañan en la cabina del conductor de la locomotora del Bernina Express se embelesan. Cuando el tren de vía estrecha y de un color rojo brillante, atraviesa la garganta de Albula o, como muy tarde, cuando alcanza el hielo eterno del glaciar Morteratsch y se abre en la curva de Montebello apareciendo una deslumbrante vista panorámica de la Piz Bernina, de 4.049 metros de alto, los viajeros quedan impresionados.
«Incluso después de un número infinito de viajes, el tramo Albula-Bernina sigue siendo para mí el cruce alpino más bonito en tren», dice el maquinista, de 60 años. Para disfrutar de ese tramo, no es necesario ser un fanático del ferrocarril o haber reservado, pagando un recargo, un lugar en la cabina del conductor. Los vagones del Bernina Express tienen ventanas panorámicas. Durante el viaje, que dura poco más de cuatro horas, de Coira, la capital del cantón de los Grisones, a la ciudad italiana de Tirano con sus palmeras y clima mediterráneo, siempre están garantizadas las hermosas vistas de las montañas.
Sin embargo, el nombre «Express» es un poco engañoso: a una velocidad bastante lenta, el tren atraviesa serpenteando glaciares y viaductos y pasa por túneles helicoidales que son considerados como obras maestras de la tecnología ferroviaria. No es de extrañar, pues, que la Unesco declarara en 2008 el tramo Albula-Bernina y su paisaje Patrimonio de la Humanidad.
La historia de los ferrocarriles alpinos comenzó hace 125 años en el cantón de los Grisones. Excepcionalmente, no fue un suizo quien «inventó» esta maravilla. El pionero del ferrocarril alpino helvético fue el holandés Willem Jan Holsboer. En el pasado, éste había ascendido a fuerza de trabajo de grumete a capitán de barco y más tarde ganó dinero como banquero. Cuando su mujer enfermó de tuberculosis, la pareja se trasladó a la estación termal de Davos esperando encontrar una cura. No fue así. Después de la muerte de su esposa, Holsboer se quedó en Suiza. Invirtió dinero, energía e ideas en la construcción de un ferrocarril alpino entre Landquart y Davos.
Así nació la actual red alpina del Ferrocarril Rético. En 1903 se sumó el Ferrocarril de Albula y en 1910 el de Bernina. Los dos ferrocarriles conectaron con el mundo exterior el valle alto de Oberengadin, y el ferrocarril de Bernina finalmente también el pintoresco y aislado valle de Poschiavo.
Durante todo 2014, el Ferrocarril Rético celebra su 125 aniversario con numerosos eventos y ofertas especiales. Estos incluyen viajes con antiguas locomotoras de vapor, viajes de placer en restaurantes rodantes, viajes en el vagón piano-bar del Express Glaciar, igualmente famoso, y viajes en un tren de nostalgia en el tramo de Bernina.
La ruta de Bernina se integra de manera totalmente armónica en el impresionante paisaje montañoso. «Aquí se logró fusionar una línea ferroviaria con el entorno hasta tal punto que a este paisaje le faltaría algo si no hubiese existido el ferrocarril», dice exultante Cassiano Luminati, presidente de la región de Valposchiavo. «Desde el principio, la idea fue construir el ferrocarril de Bernina para turistas. Por esta razón, se evitaron en la medida de lo posible los túneles y se construyó el tramo de tal manera que los viajeros pudieran disfrutar al máximo de las fantásticas vistas panorámicas».
Aun así, fue necesario construir en total 55 túneles. El ferrocarril cruza 196 puentes entre Coira y Tirano. En el lugar más empinado el tren salva una pendiente del siete por ciento, sin la ayuda de ruedas dentadas ni tracción de cable. Anteriormente, un desnivel del cinco por ciento era considerado como el máximo.
«Bienvenidos a nuestro techo», dice Cabernab, el maquinista. A una altura de 2.253 metros sobre el nivel del mar domina el paisaje el Hospicio Bernina y, junto a él, la estación más alta del Ferrocarril Rético, que ofrece amplias vistas de un mundo blanco. No totalmente blanco, por cierto. ¿De dónde vienen esas líneas sucias amarillas? «Aunque usted no lo crea: es arena del Sáhara», dice Cabernab. «Cuando existen determinadas condiciones del viento, esa arena es lanzada al cielo a una gran altura y por el efecto foehn en los Alpes es arrastrada hacia aquí».
La estación Ospizio Bernina se encuentra casi a la mitad del trayecto. También delimita una frontera lingüística y cultural. Detrás de nosotros está el valle Engadina, donde se habla retorromano y alemán. Delante de nosotros está el valle de Poschiavo, de carácter marcadamente italiano.
¿Y cuáles son las maravillas que hemos visto hasta aquí? El valle Domleschg con sus castillos como testigos de la era de las caballerías, la localidad de Thusis con la entrada a la legendaria garganta de la Viamala, el castillo Ortenstein, la confluencia de los ríos Rin Anterior y Rin Posterior cerca de Tamis, en el Valle de Río Rin-Coira. Y hemos pasado sobre una de las más grandes maravillas de la construcción ferroviaria, el viaducto de Landwasser, de 138 metros de longitud.
¿Y qué tenemos todavía por delante? Bonitos pueblos y pequeñas ciudades antiguas como Pontresina o el lujoso balneario alpino de St. Moritz, que a través de un ramal del Ferrocarril Rético está comunicado con la línea de Bernina, el restaurante Alp Grüm con su terraza con vistas al glaciar Palü y el viaducto circular de Brusio, una obra única tanto por su tecnología ferroviaria como por su inserción en el paisaje. Con la ayuda de esta construcción, la obra más fotografiada del Ferrocarril Rético, el tren salva en un espacio muy pequeño enormes diferencias de altura en una curva de 360 grados.
Poco después llegamos a la terminal de Tirano. Sin embargo, decidimos regresar un pequeño tramo para pernoctar en la ciudad suiza de Poschiavo y también para visitar el museo, digno de verse, que ilustra estupendamente la historia del valle de Poschiavo. Sin embargo, lo que más nos atrae a Poschiavo es Ornella Isepponi. Ella cocina pizzoccheri realmente fantásticos. Esta especialidad, tanto de Valtelina como de Poschiavo, es una variedad de pasta hecha de alforfón y harina de trigo. Los pizzoccheri se mezclan con col de Milán y patatas y se sirve con queso. Y por supuesto, este plato se acompaña en el restaurante de Ornella con vino de Valtelina. El restaurante, situado junto a la estación de Bernina, tiene el nombre apropiado de «Motrice», que en este caso significa «Locomotora». (www.rhb.ch, www.valposchiavo.ch).
Por Thomas Burmeister