Madrid, 23 mar (dpa) – Adolfo Suárez se quedó sentado en su escaño cuando dos centenares de guardias civiles sediciosos irrumpieron pistola en mano en el Congreso de los Diputados para tumbar una joven democracia que daba sus primeros pasos en España tras la muerte del dictador Francisco Franco.
El terrorismo de ETA en los llamados años del plomo, la desastrosa situación económica del país y la legalización cuatro años atrás del Partido Comunista (PCE) -un golpe durísimo para los militares- habían abonado el terreno a las conspiraciones y alentado a un grupo de militares a intentar echar abajo el sistema.
Aquel 23 de febrero de 1981 se votaba en la cámara la investidura de su sucesor al frente de la presidencia del gobierno español.
Súarez había presentado su dimisión tras perder el apoyo de casi todo su partido. La Unión de Centro Democrático (UCD), que había creado pocos años atrás para las primeras elecciones democráticas, le había dado la espalda.
«¡Todo el mundo al suelo… al suelo! ¡Se sienten, coño!», ordenó a gritos el teniente coronel golpista Antonio Tejero.
Bajo las balas que volaron por la cámara solo permanecieron inalterables Suárez; su vicepresidente del gobierno, el teniente general Manuel Gutiérrez Mellado; y Santiago Carrillo, el líder del PCE.
Con la muerte de Suárez desapareció hoy el último de esos tres políticos que desde sus escaños encararon a los golpistas que intentaban acabar con la joven democracia española.
Gutiérrez Mellado murió en 1995 a los 83 años. El histórico Santiago Carrillo, en septiembre de 2012 a los 97.
El escritor Javier Cercas llamó a ese momento de 1981 «Anatomía de un instante» (2009). Así tituló el ensayo histórico escrito a modo de novela sobre el fracasado golpe de Estado que en 2010 ganó el Premio Nacional de Narrativa de España.
Un ensayo que arranca describiendo al lector una foto fija de un Congreso de los Diputados en el que solo tres hombres permanecen estáticos frente a las balas en el momento más angustioso de la democracia española.
Un ensayo en el que desmitifica la figura de Suárez como héroe sugiriendo que posa para los medios internacionales, pero en el que también hace justicia a un político que, llegado del régimen de Franco, apostó y arriesgó todo por la democracia. Cuando Tejero ordena que lo lleven a un despacho en el que lo aisla, todo el mundo teme por la vida del aún presidente del gobierno.
Golpistas aparte, el cuarto protagonista del 23-F fue el rey Juan Carlos. Desde el Palacio de la Zarzuela aseguró aquella noche el respaldo de la mayoría de los generales a la democracia y compareció de madrugada por televisión desactivando el golpe.
La muerte del político lo deja ahora como única figura viva de aquel episodio crucial en el que pudo cambiar la historia de España. Una historia en la que, como artífices de la transición política, ya habían entrado juntos él y Suárez.
Tras permanecer sentado en su escaño, impasible, fumando de vez en cuando, Suárez hizo una proclama después del 23-F: «La democracia es irreversible». Lo dijo él, uno de sus padres y su primer presidente, el hombre que estuvo al frente del periodo más complejo de España desde su guerra civil. No erró.
Por Sara Barderas
