SAN SEBASTIÁN DE LA GOMERA (dpa) – Isidro Ortiz se alegra cuando recibe la visita de turistas. El anciano, de 83 años, vive solo con sus gatos en Chipude, un pueblo de montaña en la escabrosa pequeña isla canaria de La Gomera. Hoy viven allí sólo 200 personas, tres veces menos que hace diez años. La mayoría de los habitantes se mudó a la capital de la isla, San Sebastián, o encontró trabajo en la vecina isla de Tenerife.
Chipude, un pueblo dominado por la escarpada montaña La Fortaleza, era en el pasado una de las localidades más grandes de La Gomera. Con su amplia meseta en la cima, la montaña, de 1.243 metros de altura, era utilizado por los guanches, los antiguos habitantes aborígenes, como lugar para hacer sacrificios. La vista panorámica del valle desde la casa de Isidro es impresionante.
«Antes cuidábamos cabras y cultivábamos la tierra, pero hoy es el turismo el que determina nuestra vida», dice Isidro. Al igual que otros muchos isleños, él emigró de joven a Venezuela. «Vivíamos en la miseria. Casi toda la tierra estaba en manos de un par de familias nobles de Agulo, Hermigua y Vallehermoso. Para nosotros era difícil arrancar suficientes alimentos a nuestras pequeñas parcelas». Sin embargo, Isidro volvió diez años después por nostalgia. En el salón de su casa cuelgan de la pared fotos de Isidro con el rey Juan Carlos y dignatarios locales.
Isidro Ortiz es un personaje famoso, mucho más allá de la isla. Él rescató el silbo gomero, el lenguaje silbado de la población autóctona, cuando estaba en peligro de extinción, y logró que en el año 2009 la Unesco lo incluyera en la lista del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
«Los ovejeros trabajábamos dispersos por los barrancos y nos comunicábamos a larga distancia mediante el lenguaje silbado», relata Isidro. El anciano demuestra su destreza colocando el dedo índice de la mano izquierda atravesado en la boca y produciendo una rápida secuencia de sonidos regulados con la otra mano. Después traduce la frase que acaba de silbar: «Se me ha extraviado la cabra negra. ¿La has visto?».
Con cuatro vocales y cuatro consonantes, el silbo gomero permite producir hasta 4.000 palabras. Actualmente, hay otra vez más gente que domina este lenguaje, que Isidro ha enseñado en los últimos 25 años en las escuelas. «Los niños reciben a la semana media hora de clases de silbo, y así se ha rescatado la tradición», dice Isidro con orgullo. Sin embargo, ya ha sido identificado un nuevo enemigo: «Son esos celulares en los que todo el mundo está tecleando constantemente y que ahora incluso están sustituyendo el contacto personal entre la gente», opina el silbador.
La sinuosa carretera entre Chipude y el Parque Nacional de Garajonay muestra otra amenaza para el rico patrimonio de la isla. Todavía se alzan al cielo las ramas carbonizadas del fayal-brezal. Esta formación boscosa es típica de las partes altas de Garajonay. El incendio, provocado por personas que hasta el día de hoy no han podido ser detenidas, quemó en agosto de 2012 el diez por ciento de la superficie del parque. No obstante, hoy vuelven a crecer pequeñas plantas en el suelo del bosque devastado. «Tardarán años en alcanzar su altura», dice el guarda forestal José Aguilar.
Afortunadamente, el bosque más valioso, en el norte de la reserva, donde las copas de los árboles retienen la humedad, no sufrió daños. La tupida laurisilva, siempre verde, que crece mejor en alturas de entre 500 y 1.200 metros, absorbe el agua de niebla de los vientos alisios. «Los árboles chupan la humedad de las nubes», explica Aguilar. Al guarda forestal le gusta llevar a grupos de excursionistas por el sendero conocido como «La cúpula verde», en el valle alto de El Cedro, en la parte norte del parque, donde también se encuentra el Chorro del Cedro, el salto de agua más importante de las Islas Canarias.
Este día las nubes están bajas y pronto puede comenzar a llover. «Bienvenido en mi casa de niebla», dice José riéndose. Efectivamente, uno se siente curiosamente protegido en esta maleza. Las ramas nudosas, cubiertas de musgo, de las que cuelgan liquenes hirsutos, y los enormes helechos, que a veces alcanzan la altura de un hombre, estimulan la fantasía. No sería de extrañar que de repente asomara entre los árboles un personaje de fábula. Igualmente mágico es el sendero Las Creces, que toma su nombre de la fruta de la faya, parecida a la mora, que en el pasado servía de alimento a los habitantes de La Gomera.
La que más sabe de estas cosas es Efigenia Borges. Esta mujer, que hoy cuenta 80 años, lleva casi 40 años regentando un restaurante vegetariano y un hostal en el diminuto pueblo de Las Hayas, situado directamente en la frontera con el parque nacional. Al igual que Isidro, el silbador, ella es todo un personaje en la isla. Ya de niña aprendió de la madre cómo preparar platos vegetarianos, porque al padre no le gustaba la carne. El restaurante no tiene carta: a cada cliente se sirve un sabroso plato compuesto por almogrote, el queso típico de la isla, gofio, un puré de harina de maíz tostada, y un potaje de verduras que se sirve con mojo picón, una salsa picante.
De postre hay un pastel cubierto de una espesa capa de miel de palma. En el restaurante de Efigenia Borges se celebró la fiesta cuando Garajonay fue declarado en el año 1981 parque nacional. «Le debemos tanto a esta laurisilva», dice doña Efigenia. «Es nuestra fuente vital y base de subsistencia. Qué dios la proteja».
INFORMACIÓN BÁSICA: La Gomera
Cómo viajar: La Gomera no tiene aeropuerto internacional. La mayoría de los turistas llegan a la isla en transbordador desde Tenerife.
Cuándo viajar: Al igual que todas las islas canarias, las temperaturas en La Gomera son relativamente agradables durante todo el año. La mejor época para hacer caminatas, por la escasa probabilidad de lluvias, son los meses de marzo a noviembre.
Informaciones: Oficina de Turismo de La Gomera, Calle del Medio (Casa Dencomo) (Tel.: 0034/922/14 15 12, www.lagomera.travel).
Por Ute Müller