Dallas, escenario del «crimen del siglo», el asesinato de Kennedy

Kennedy - Ankunft in Dallas am 22. November 1963DALLAS (dpa) – El bar «Lee Harvey’s» y no está precisamente en el mejor barrio de Dallas. Es uno de esos locales un tanto estrambóticos y oscuros, donde un par de tipos juegan al billar y la especialidad de la casa son las hamburguesas gigantes y muy hechas. Se escucha rock de los 50 y el mobiliario es viejo.

¿No es curioso que precisamente en Dallas haya un bar lleve el nombre del asesino de John F. Kennedy? La camarera, vestida totalmente de negro, piensa apenas un segundo y luego sonríe, como si se alegrara de tener ya lista la respuesta. «El nombre es pura ironía». El bar no tiene nada que ver con el asesinato del presidente ni con Harvey Oswald, «pero de alguna forma hay que atraer a la gente».

El bar no es el único de la metrópolis texana que saca partido del magnicidio, del que el viernes se cumplen 50 años. En estos días salió a subasta el anillo de matrimonio de Oswald, vendido por 108.000 dólares. Según el diario «Dallas Morning News», el asesino se lo había quitado expresamente para el día del asesinato.

Además, la alianza de oro tiene grabadas una hoz y un martillo, añade el rotativo. Oswald, que estaba vinculado al comunismo, había vivido al parecer un tiempo en la Unión Soviética antes de protagonizar los letales disparos a Kennedy. Después, su viuda no quiso que el anillo siguiera en su casa. Y según declaró, no quiere tener nada más que ver con todo lo que sucedió aquel 22 de noviembre de 1963.

También la Justicia local se ocupa actualmente del caso Kennedy. El colegio de abogados aprovecha la atención que genera el aniversario para un curioso espectáculo: jueces, un fiscal y abogados -todos ellos en activo- llevan a cabo, y en serio, en los juzgados de la ciudad «el proceso que nunca tuvo lugar», como lo describe el juez que preside el tribunal, Martin Hoffman.

El poderoso Hoffman, enfundado en un amplio talar, dirige al público la pregunta clave: «¿Cuáles son las pruebas que tenemos contra Oswald?». El objetivo es mostrar qué habría ocurrido si el asesino hubiera sobrevivido y se hubiera enfrentado a la Justicia.

El juicio se prolonga a lo largo de varias horas, aunque la sala no está precisamente llena. Un joven delgado, con un jersey oscuro del que sobresale el cuello blanco de una camisa, interpreta a Oswald, que vestía así el día de su detención. Al final, llega la votación. En el cuestionario que el público recibe hay dos opciones: culpable o absolución. Y una clara mayoría se decide por «culpable».

Dallas no es una ciudad bonita. Su centro lleno de rascacielos y las ciudades dormitorio a su alrededor se entrelazan con una red de autovías que se expanden como tentáculos. Pero la gente de Dallas posee una amabilidad, más habitual en las zonas de interior, que desconcierta al extranjero. Puede ocurrir que, mientras uno pasea, le digan «¡que tenga un buen día!» con una sonrisa tan irritante como cautivadora.

«Dallas es conocida por tres cosas», afirma Thomas Huang, periodista del «Dallas Morning News», señalando con los dedos. La primera es el asesinato de Kennedy; la segunda, la serie de televisión que lleva el nombre de la ciudad y, la tercera, los Dallas Cowboys, el club de fútbol local. Aunque quizá con ésta última exagere un poco.

Stephen Fagin, vicecomisario del Museo de Kennedy, va incluso un paso más allá: «El asesinato de Kennedy forma parte de nuestra identidad nacional», sentencia. Fue «el crimen del siglo» y casi se ha convertido en «parte de la cultura pop», opina pensando quizá en el bar «Lee Harvey’s». La ciudad fue apodada entonces como «city of hate», ciudad del odio.

El Sixth Floor Museum es un sólido edificio de ladrillo. Se llama así porque fue allí arriba desde donde disparó Oswald. Antaño, albergaba el depósito municipal de libros escolares en el que a finales de 1963 trabajaba Oswald, de entonces 24 años. Se sitúa entre Houston y Elm Street, en una profunda curva en la que el convoy de Kennedy se vio obligado a dar un frenazo en su día.

Eran las 12:30 del 22 de noviembre de 1963 cuando el Lincoln negro con Kennedy y la primera dama Jacqueline a bordo pasó por allí. En contra de lo que se esperaba, hacía buen tiempo aquel día de otoño, por lo que la pareja presidencial viajaba en un descapotable. Y también en contra de lo que esperaban algunos, el presidente había recibido hasta el momento una calurosa acogida, con decenas de miles de ciudadanos en las calles.

«Señor presidente, no podrá decir que Dallas no lo quiere», le dijo según las crónicas Nellie Connolly, esposa del gobernador de Texas, poco antes del atentado. El presidente sonreía cuando el convoy pasaba por delante del depósito de libros.

Antes de aquel día, fueron muchos los asesores que recomendaron al presidente no ir a Dallas. En la ciudad, el ambiente estaba caldeado, azuzado por las fuerzas ultraconservadoras, y ya se habían producido ataques a demócratas. El día de la visita, la agitación se veía en los diarios, y por las calles se repartían octavillas con un «buscado por traición». Claramente, la derecha se estaba movilizando.

En el museo hay una cita que supuestamente pronunció Kennedy el día de su asesinato. «Si alguien quisiera realmente pegar un tiro al presidente de Estados Unidos, no sería difícil. Todo lo que tendría que hacer es subir a un edificio alto y encontrar un fusil con mira telescópica.» ¿Presentía el presidente que la muerte lo acechaba?

Entre lo más visitado del museo figura la «corner window», la ventana en esquina del último piso desde la que Oswald disparó. Está protegida por un cristal y se pueden ver las cajas con libros escolares sobre las que el asesino colocó su fusil con mira telescópica. «La escena se ha reconstruido, las cajas originales están en el archivo de la ciudad», explica una empleada del museo.

El caso sigue sin estar «aclarado al cien por cien», opina el vicecomisario Fagin. Aunque una comisión quiso cerrar las actas asegurando que Oswald actuó en solitario, sigue habiendo muchas preguntas abiertas, opina. ¿Por qué poco después Oswald fue asesinado ante las cámaras de televisión por Jack Ruby, el dueño de un club? ¿Y cómo consiguió Oswald colar el fusil en el edificio sin llamar la atención?

Autodenominados «expertos» se dirigen a todo visitante que sale del museo para contarle la «verdadera historia». Hablan rápido y muestran fotos del cráneo de Kennedy y apuntan a las curvas que debieron trazar las balas. «Demasiadas contradicciones, algo falla», opina uno de estos teóricos de la conspiración. Y también el «Kennedy mystery», las conjeturas sobre los motivos del asesinato, forman parte del folklore nacional, según Fagin.

Sobre el asfalto de la Elm Street hay pintadas dos cruces blancas. Gente joven se coloca al lado, posando para hacerse fotos. Las cruces marcan los dos puntos en los que Kennedy recibió los disparos. Según Fagin, no las pintó el museo. Y tampoco sabe exactamente quién las puso ahí.

Para Robert Witzel, un granjero jubilado oriundo de Wisconsin, el trasfondo del crimen del siglo es secundario. Aunque habla despacio, reflexivo, afirma que sus recuerdos están tan vivos como entonces. «Tenía 13 años, estábamos en clase de biología, y llegó la noticia por los altavoces del colegio», cuenta. «Sólo recuerdo que de pronto, todo era silencio, nadie dijo nada.»

Witzel se para a pensar durante un rato. La era de los Kennedy fue una época fantástica, afirma. «Las cosas iban bien», a la gente le iba bien, a Estados Unidos le iba bien. Kennedy incluso mandó astronautas a la Luna. Y después, tras una larga pausa, añade. «Hoy todo es distinto.»

Por Peer Meinert