Katmandú, 18 nov (dpa) – Cuando Bhupendra Malla dejó su casa en Nepal en junio de 2011 para buscar trabajo como conductor en Qatar no podía imaginar el impacto que el viaje tendría en su vida: casi muere, y hoy ya no es quién era, aunque al menos puede contarlo.
Malla, de 31 años, era en ese momento uno de los entre 1.200 y 1.500 jóvenes que dejan Nepal cada día para buscar trabajo en el extranjero, según estimaciones gubernamentales.
Una noche lo llamó su jefe. Llevaba cinco meses de trabajo en Qatar conduciendo un tanque atmosférico.
«Me dijo que había otro conductor nepalí que se había quedado varado en la autopista debido a problemas de batería y me pidió que lo ayudara», explicó a la agencia dpa Malla sentado en el piso de su pequeña habitación en los suburbios de Katmandú.
Malla se deslizó bajo el camión para arreglar la batería cuando otro camión perdió el control en la autopista y se estrelló contra aquel en el que Malla trataba de solucionar el problema, arrastrándolo por la autopista.
«El tanque comenzó a caer sobre mí, y mientras intentaba mover mi cara vi como mi pierna se torcía por completo, como si ya no fuera una parte de mi cuerpo», recordó Malla al tiempo que buscaba entre sus documentos para encontrar una foto de aquellos días.
«Me dije a mí mismo que no podía morir porque tenía familia y muchas deudas. Luego me desmayé».
Malla sobrevivió, pero su pierna derecha quedó paralizada permanentemente. El otro conductor quedó en coma por seis meses y fue repatriado. Ya no puede caminar y apenas habla.
Los años posteriores al accidente pintan de horror el rostro de Malla. Tras tres dolorosos meses en un hospital de Qatar fue llevado por compatriotas nepalíes a su casa, en la que vivían hacinados de a ocho y durmiendo en el suelo.
«No tenía dinero para ir a un hospital, así que mi pierna comenzó a oler mal y mis compañeros dejaron de comer carne» para pagar las cuentas médicas, señaló.
Presionada por otros trabajadores inmigrantes, la embajada nepalí escribió a la compañía de Malla pidiéndole que pagase su seguro y salarios pendientes.
«La compañía intentó hacerme firmar un papel diciendo que ya había recibido todos mis salarios y deseaba regresar a casa. Por suerte leo algo de inglés y me negué a firmarlo».
El nepalí debió soportar dos años de pobreza y arrastrar su cuerpo lesionado desde la estación de policía hasta las oficinas judiciales antes de lograr cobrar su dinero.
Malla es uno de los muchos trabajadores inmigrantes que se lesionan en su trabajo a diario en Qatar. Muchos mueren, dice, porque «tienen problemas de idioma y miedo de pedir ayuda en un país extranjero».
Las agencias de empleo en Nepal están en la mira por no darle la orientación adecuada a los inmigrantes antes de que viajen a trabajar al exterior.
«Intentamos convencerlos de que se preparen antes de dejar el país, pero la mayoría no lo hace porque es caro vivir en Katmandú», explicó Tanka Bahadur Raut, a cargo del Foro Progresista de Agencias de Trabajo en Nepal.
Nepal reclamó en septiembre a Qatar que examine el trato que se le da a los trabajadores del país. El pedido llegó después de que el diario británico «The Guardian» publicara que 44 trabajadores nepalíes murieron en el país entre el 4 de junio y el 8 de agosto.
Cifras gubernamentales señalan que en la última década murieron 7.200 trabajadores nepalíes en los países del Golfo y en Malaisia.
Qatar está en el punto de mira desde hace tiempo, pero más aún desde el domingo, cuando la organización Amnistía Internacional (AI) redobló la presión sobre la FIFA al denunciar violaciones generalizadas a los derechos humanos en las obras de construcción de escenarios relacionados con el Mundial de fútbol de 2022.
«Durante meses muchos trabajadores no reciben salario y son pese a ello obligados a trabajar bajo la amenaza de quitarles el salario por completo o deportarlos», dijo Regina Spöttl, experta en Qatar de la sección alemana de AI, al presentar el documento de 169 páginas titulado «El lado oscuro de las migraciones: un foco en el sector de la construcción en Qatar de cara al Mundial».
El reporte describe situaciones de tremendo impacto. Los trabajadores son obligados a cenar en habitaciones a oscuras y sin electricidad tras extensas jornadas de trabajo bajo un fuerte calor. Las condiciones de higiene en los alojamientos, en los que se hacinan trabajadores en su mayor parte provenientes del sudeste asiático, son muy precarias.
Lo cierto es que las remesas provenientes de sus trabajadores en el extranjero representan el 28 por ciento del PBI de Nepal, y la cifra sigue creciendo.
«El costo social de los trabajadores emigrantes se observa en los entre tres y cuatro cadáveres que llegan cada día, las crecientes tasas de divorcios, los niños abandonados y el virus del VIH», resumió Ganesh Gurung, sociólogo y ex miembro de la Comisión Nacional de Planificación.
Malla regresó en julio de este año a Nepal tras cobrar finalmente el dinero que le debía su empleador, aunque esas ganancias fueron destinadas de inmediato a pagar las deudas que contrajo en más de dos años.
Ahora, viviendo en su diminuta habitación, espera a que el gobierno de Nepal le pague su indemnización, que quiere utilizar para crear una pequeña tienda.
«Mi esposa puede traer las provisiones y yo aún soy capaz de manejar mi negocio», aseguró mientras se estiraba para alcanzar sus muletas.
Por Pratibha Tuladhar