Salamanca, 31 oct (EFE).- Cuarenta minutos, 333 escalones y una subida por la parte externa de la cúpula de la seo, ha utilizado el folclorista salmantino Ángel Rufino de Haro, conocido como «El Mariquelo», de subir la víspera de la festividad de Todos los Santos a lo más alto de la Catedral Nueva de Salamanca.
La tradición comenzó en 1755 como un forma de dar gracias a Dios, porque el terremoto de Lisboa, que se sintió en Salamanca, no causó víctimas entre los salmantinos, que se refugiaron en la Catedral.
Desde aquel año, uno de los miembros de la familia de «Los Mariquelos», que cuidaba la seo salmantina, subía hasta lo más alto del edificio.
Doscientos años después, en 1985, el folclorista Ángel Rufino de Haro recuperó la tradición -lleva 27 años- y, tras considerarse como el heredero de «Los Mariquelos», comenzó a subir al cupulín, donde se encuentra la veleta de la Catedral Nueva, aunque en los últimos años, y debido al estado en el que se encuentra, se decidió que solo llegara a la base.
Esta mañana, Ángel Rufino, «El Mariquelo», ha vuelto a cumplir con la tradición, en una jornada soleada, pero fría, y a las diez y media ya estaba en la plaza de Anaya, ataviado con el traje típico de Salamanca, a lomos de su yegua «Bailadora», y acompañado por los sones de jotas salmantinas de un grupo de folcloristas.
Tenso, y «algo» nervioso, comenzaba a desvelar cómo iba a realizar el agradecimiento, de quién se iba a acordar: «Este año daré gracias a Proyecto Hombre por el trabajo que realizan y me acordaré de las mujeres con cáncer de mama».
El trabajo lo comenzó ayer, en su entrenamiento habitual para subir a la Catedral, al desplegar en la veleta un lazo azul y otro rosa.
La subida ha comenzado entre la tensión habitual y la fuerza que siempre exhibe Rufino de Haro. En un primer momento, subió 200 escalones, hasta asomarse por una pequeña ventana que tiene el reloj de la Catedral Nueva.
Y en ese momento descubrió que detrás de él iba su madre, Marina de Haro, con 82 años, que decidió acompañarle sin haberlo pensado con anterioridad.
Si «El Mariquelo» subía los 63 escalones de una angosta escalera de caracol con soltura y fuerza, su madre, detrás, iba poco a poco, con pies y manos en las escaleras, sin estruendos y con la «emoción» de estar junto a su hijo.
Los dos últimos tramos -de 65 y 63 escalones, respectivamente- del interior de la Catedral Nueva son estrechos, apenas cabe una persona, con escalones cortos, altos y en constante curva, así hasta llegar a la última balaustrada, desde la que se sale al exterior y asciende al final de su recorrido, en la base del cupulín.
Junto a él, un ayudante, que le da una paloma para soltar por la «paz en el mundo» y que le lleva la gaita y el tamboril hasta su salida al exterior, que sube por escalones de hierro sujetos a la cúpula de la Catedral Nueva.
Una vez llegado a su cima, el folclorista ha recordado a los niños con problemas mentales, a Proyecto Hombre, cuyo director en Salamanca, Manuel Muiños, le ha acompañado en todo momento, a las mujeres con cáncer de mama y a los enfermos de Alzheimer.
Mientras su madre le coreaba y le decía «muy bien, muy bien» Rufino de Haro evocaba a la familia, hablaba de la paz e, incluso, de la fe.
Además, «El Mariquelo», con su gaita y tamboril, tarareó arriba del todo la charrada que él mismo había compuesto para este momento.
A las 12,17 horas, las palomas blancas volvieron a sobrevolar la Catedral Nueva como símbolo de la paz. Una vez más, Ángel Rufino de Haro, «El Mariquelo», había cumplido con la tradición.
Justino Sanchón