(dpa) – Para cocinar siempre hace falta una pizca de sal. Y es que en el agua hirviendo se produce un proceso físico decisivo, la compensación de partículas a través de la llamada ósmosis.
La sal en el agua hace que los aromas y los sabores de la comida en gran parte no pasen al agua, sino que se queden en el producto.
La sal en contacto con el agua genera una solución, que impide que las sustancias de las verduras o las papas pasen al agua. También lo que se está cociendo contiene sal y las fuerzas físicas buscan una concentración similar en el exterior.
Por cierto, no importa a qué temperatura se añada la sal al agua. Y en contra del mito habitual, el agua fría con sal no hierve más rápido que el agua sin sal.