Salsa y sabor al son de la Feria de Cali

Foto: Corfecali/dpa

Cali (dpa) – Luz Aydé Moncayo sonríe, pero sus indicaciones las da con voz firme. «1-2-3, 5-6-7. Patada, atrás y cierra», ordena mientras muestra los pasos frente al espejo, marcando el ritmo con las palmas.

«¿Dónde están esos brazos?», «sube la cabeza», «miren a su pareja a los ojos», arenga a sus alumnos. Sudorosos, éstos intentan seguir las directrices sobre el resplandeciente suelo de una casa de dos plantas en el barrio de San Fernando, en Cali.

El calor es intenso, pero la motivación del grupo también lo es: algunos alumnos viajaron miles de kilómetros desde Estados Unidos, España o Alemania sólo para aprender a bailar salsa o perfeccionar su estilo en Sondeluz, la academia fundada por Luz Aydé.

Cali, en el suroccidente de Colombia, se ha ganado fama también allende de sus fronteras como «La capital mundial de la salsa». Puede que otras ciudades del mundo le disputen ese título, pero lo cierto es que los bailarines caleños son particularmente exitosos en competiciones nacionales e internacionales.

Eso también ha contribuido a que Santiago de Cali – así el nombre oficial – se haya convertido en un destino cada vez más popular para extranjeros ávidos de aprender a bailar. Hoy por hoy, la ciudad, de unos 2,4 millones de habitantes, cuenta con unas 130 escuelas de baile registradas, según la secretaría de Cultura.

Dentro del género de la salsa bailable, el «Cali style» se consolidó como uno de los cinco estilos más famosos, junto con las variantes cubana, puertorriqueña, neoyorquina y la de Los Angeles. La particularidad de la salsa caleña «es la gran velocidad con la que se ejecutan los pasos, o sea la rapidez con la que los bailarines mueven piernas y pies», explica el bailarín profesional Juan Ángel Ramírez.

Así, en vez de hacer pausas como en otros estilos, se marca cada uno de los ocho tiempos de los que consta la salsa, ya sea añadiendo una patada o «kick» en el tiempo cuatro y en el ocho o con un «repique», lo que supone incorporar un chachachá entre paso y paso.

Por si esto fuera poco, el meneo de las caderas es más acentuado y si en la canción suena una campana o hay un solo de tambores, los bailarines imitan ese sonido moviendo los hombros. Todo esto hace que la salsa caleña sea especialmente dinámica y vistosa.

«Hay tantos pasos distintos que uno nunca deja de aprender», indican Kathrin Weidner y Camilo Montero Daza. Ella, una farmacéutica alemana de 33 años y él, un ingeniero electrónico oriundo de Cartagena un año menor, perfeccionaron su estilo en Cali y ahora dan clases de salsa colombiana en Berlín, la capital de Alemania. «La salsa es alegría y desafío al mismo tiempo», explican.

Si bien los caleños bailan en cualquier ocasión, hay una fecha cúspide para celebrar la capitalidad salsera: del 25 al 30 de diciembre tiene lugar la Feria de Cali, que atrae a cientos de miles de personas, muchos de ellos extranjeros. Este año, en su edición número 62, contará con 58 eventos, la mayoría de ellos gratuitos.

Uno de sus mayores atractivos es el Salsódormo. En este desfile hasta 1.500 bailarines de las 25 mejores escuelas de salsa de la ciudad muestran sus coreografías en un recorrido de un kilómetro y medio a lo largo de la autopista suroriental, cerrada para ello al tráfico.

Esta vez, el desfile tiene lugar bajo el lema «Mi gente» y está dedicado a los propios caleños. «De lo que se trata es de mirarnos al espejo, afianzar nuestra identidad, mostrar ante el mundo los valores asociados a ella, festejar nuestras capacidades y reafirmar en cada uno la idea de que Cali depende de lo que todos aportemos», explicó el director del Salsódromo, David Lerma, en la presentación del programa. Esta toma de conciencia, es sus palabras, debe servir para que la ciudad «continúe caminando por una senda de recuperación, crecimiento y bienestar».

Estas palabras, aunque pronunciadas antes del paro nacional del 21 de noviembre que se convirtió en una protesta contra el poder establecido y a favor de reformas sociales en Colombia, reflejan también el duro pasado de Cali y la dificultad de dejar atrás los capítulos más oscuros de su historia.

Uno de ellos fue la tragedia del 7 de agosto de 1956. En la madrugada de aquel día, la explosión de 42 toneladas de dinamita para obras públicas que eran transportados en camiones del Ejército del puerto de Buenaventura a Bogotá causó miles de muertos y heridos en el centro de Cali.

La deflagración destruyó unas 40 manzanas a la redonda y su causa nunca de aclaró por completo, aunque la hipótesis más extendida es que se trató de un accidente debido a la colilla de un cigarrillo. La primera Feria de Cali, celebrada en 1958, surgió también con la idea de devolver la alegría a la ciudad. Duró nada menos que 39 días.

También la violencia ha marcado a Cali. Hasta hace apenas un cuarto de siglo, la ciudad era sacudida por la guerra por el control del narcotráfico entre el Cartel de Cali y el Cartel de Medellín, encabezado por Pablo Escobar. La muerte del capo en 1993 y la desarticulación de ambas organizaciones contribuyó a pacificar la ciudad y la región, así como también lo hizo en 2016 el acuerdo de paz entre el Gobierno colombiano y la guerrilla de las FARC.

Aunque la delincuencia sigue siendo un problema en las grandes ciudades, el crecimiento económico y la reducción del nivel de pobreza han contribuido a mejorar considerablemente la imagen de Colombia en el exterior y a atraer a cada vez más turistas.

Para los caleños de todas formas no hay duda alguna: su ciudad, custodiada por un monumento a Cristo Rey de 26 metros de altura, es «la sucursal del cielo». Así lo canta también el Grupo Niche en una de sus canciones más famosas, «Cali pachanguero», un homenaje a la ciudad convertido en todo un himno. «Cali es Cali, señoras, señores. Lo demás es loma», reza una de las estrofas.

La propia ciudad también rinde homenaje a esta banda y a su fundador, Jairo Varela, fallecido en 2012, con una gran escultura formada por trompetas y trombones ubicada en una céntrica plazoleta. Ésta y un aledaño museo de la salsa llevan también el nombre del famoso músico.

Que la salsa esté tan arraigada precisamente en Cali resulta a primera vista algo extraño: ubicada a unos 1.000 metros de altura en el valle del río Cauca, la ciudad fundada en 1536 por el conquistador español Sebastián de Belalcázar (es una de las más antiguas de América) está enclavada en la región andina.

Es decir, muy alejada de los rincones donde tiene sus raíces este género musical afrocaribeño, surgido en los años 60 en los barrios latinos de Nueva York con una fuerte influencia de ritmos cubanos y puertorriqueños como rumba, son, mambo, chachachá, bomba o plena.

Sin embargo, «la Sultana del Valle», como también se la conoce, tiene un aire caribeño. Las razones son históricas, explica el antropólogo y melómano Alejandro Ulloa en su libro «La salsa en Cali».

Al igual que en el Caribe, en el Valle del Cauca, cuya capital es Cali, el esclavismo fue un elemento clave de la economía, marcada por vastas plantaciones de caña de azúcar, cacao, tabaco o frutales. Fue esto lo que trajo la cultura africana a la región y contribuyó a «sembrar en sus descendientes rasgos físicos y culturales de los cuales la música y la danza son los más expresivos», escribe Ulloa.

Otro factor determinante fue la importante migración a Cali desde la costa del Pacífico: Buenaventura, el principal puerto del país, está a apenas unos 120 kilómetros de distancia. Con todo, de las grandes ciudades colombianas Cali es la que tiene el mayor porcentaje de población afrodescendiente, con aproximadamente un 26 por ciento, según la secretaría de Bienestar Social.

Pero que los caleños adoptaran la salsa como suya también se debió a los grandes artistas del momento que actuaron en Cali, como Richie Ray y Bobby Cruz, Ismael Miranda, Celia Cruz y la Sonora Matancera, Héctor Lavoe y la Fania All Stars o el Gran Combo de Puerto Rico.

A la par crecieron en torno a la salsa la industria musical y la del ocio así como el número de orquestas. Hasta qué punto influyó en todo ello la gran cantidad de dinero que movía el narcotráfico, es un tema sobre el que se ha especulado mucho en la ciudad.

Lo que pocos ponen en duda es que la salsa, que inicialmente se escuchaba sobre todo en los barrios pobres, también por sus textos de crítica social, terminó convirtiéndose en un elemento unificador de la identidad caleña. Algo que se puede constatar en los muchos clubes de la ciudad, como «La Topa Tolondra», «El Rincón de Heberth», «Tintindeo», «Zaperoco», «Malamaña» o «La Caldera del Diablo».

La salsa además ha contribuido a alejar del dinero fácil y las drogas a muchos jóvenes formados como bailarines en academias como la de Luz Aydé Moncayo, que es también una fundación que trabaja con niños de familias humildes. Algunos de ellos participan este año en el Salsódromo, otros llegan a ser parte de famosos shows como «Delirio».

Sus alumnos extranjeros, mientras, buscan poder «azotar baldosa» como lo hacen los caleños en los clubes de la ciudad. Y muchos lo terminan consiguiendo, afirma esta doble campeona nacional de salsa. «Entran como troncos y salen como trompos», dice Luz Aydé sonriendo.

Por Jorge Vogelsanger (dpa)