
Plovdiv (dpa) – Anna Holt muestra entusiasmada las fotos de su propiedad en Malko Drjanovo, un pequeño pueblo en Bulgaria. En los últimos diez años ha transformado la finca de 6.000 metros cuadrados situada cerca de Plovdiv -capital cultural europea 2019- en su paraíso personal.
El recinto cuenta con dos casas, vides y árboles frutales. Holt y su marido, fallecido hace dos años, invirtieron mucho trabajo personal y 100.000 euros (111.000 dólares) en el proyecto.
Originaria de la ciudad bávara Ingolstadt, Holt tenía varias peluquerías en Berlín. A sus 67 años, está encantada con su jubilación en la soleada Bulgaria.
El estar rodeada de naturaleza intacta compensa, a su juicio, los socavones de las carreteras, las agrietadas aceras y el estado deteriorado de las casas. Aún recuerda el día que tomó la decisión de mudarse: «Cuando vi este paisaje me quedé sin habla».
Cada vez son más los pensionistas alemanes que se sienten atraídos por los países del sureste europeo, comparativamente más baratos.
Según datos del organismo federal del seguro de pensiones alemán Deutsche Rentenversicherung Bund (DRV, por sus siglas en alemán) actualmente más de 10.000 pensionistas germanos viven en países como Hungría, Rumania, Croacia, Bulgaria y Grecia, aproximadamente el doble que hace diez años.
Nunca antes residieron tantos alemanes retirados en el extranjero. El DRV transfirió recientemente alrededor de 240.000 pensiones a jubilados germanos que viven diseminados en países de todo el mundo. «Se trata de un nuevo récord», afirma Dirk Manthey, del DRV.
Según la Oficina Federal de Estadística, Bulgaria tiene el coste de vida más bajo de Europa. Allí los consumidores pagan la mitad por productos y servicios que la media del resto de estados miembros de la UE.
Un kilogramo de manzanas, por ejemplo, cuesta 0,60 euros. El precio medio en una peluquería por corte y secado es de 15 euros. Sin embargo, los productos importados como la pasta, el queso, ropa o zapatos son a menudo mucho más caros que en Alemania.
Según la Oficina Europea de Estadística (Eurostat), en Rumania y Hungría los alimentos también son mucho más baratos que en el país germano, no así en Grecia donde los productos alimenticios son tan caros como en Alemania.
Mientras que para Anna Holt el cambio de residencia fue como un radical nuevo comienzo, Werner Christes ha optado por una adaptación progresiva.
Este jubilado de 69 años ha alquilado un apartamento de tres estancias por 300 euros al mes en Plovdiv y va a probar si le gusta durante un año.
De momento la experiencia es positiva. «La gente aquí es muy hospitalaria», dice sobre la acogida que tienen con los inmigrantes centroeuropeos. Bulgaria necesita gente urgentemente. Según las previsiones de la ONU, debido a la masiva emigración perderá casi la mitad de su población a finales de este siglo.
Entretanto, este friburgués tranquilo y amable ya chapurrea algo de búlgaro y dice haberse acostumbrado al alfabeto cirílico. «Si hace falta utilizo las manos y el lenguaje no verbal para hacerme entender», dice, «hasta el momento siempre he conseguido comunicarme».
Christes trabajó durante 30 años en Suiza como ingeniero topográfico y antes de trasladarse a Bulgaria residió junto al Lago de Constanza. Pero se cansó del progreso. A su juicio, tanto en Suiza como en Alemania la vida está sobre regulada.
Su mujer también va a trasladarse a Bulgaria para probar durante un tiempo hasta qué punto le gustaría cambiar allí su residencia. Christes podría vivir de forma holgada en Plovdiv con su pensión alemana -sin contabilizar su retribución suiza-.
Pero Christes advierte que no hay que ser demasiado ingenuo: «Esto no es para todo el mundo». También expertos del mercado inmobiliario en Sofía conocen casos de pensionistas alemanes que calcularon mal sus posibilidades.
«Carecen del conocimiento de la lengua y desconocen el funcionamiento del sistema sanitario del país», explican. Y añaden que «cuanto más mayores, peor».
Adquirir una propiedad en la popular costa del Mar Negro puede resultar como marcar un gol en propia meta. Allí, en invierno, muchos lugares están prácticamente abandonados, por lo que no es lugar para ancianos. Incluso si se compra a través de inmobiliarias hay que tener cuidado con los malos asesores.
Los pensionistas británicos descubrieron Bulgaria como lugar de retiro mucho antes que los alemanes. Años antes de la adhesión búlgara a la Unión Europea en 2007 e inmediatamente después, los ingleses compraron miles de propiedades en el país balcánico, según datos de la industria turística.
En la vecina Rumania hay pintorescos pueblos en Transilvania donde pensionistas germanos, franceses y holandeses han comprado casas y viven bajo el lema de «vuelta a la naturaleza».
Lo que podría convertirse en algo demasiado cierto en caso de que Rumania no repare su infraestructura y, sobre todo, mejore su servicio sanitario. Actualmente, en caso de sufrir un ataque cardíaco o incluso una rotura de fémur es complicado recibir la adecuada atención médica.
Anna Holt está convencida de que Bulgaria puede ofrecer mucho más que una vejez a buen precio. «Aquí he recuperado mi fuerza y encontrado la paz para necesaria para reencontrarme conmigo misma».
Además, adora el aroma de la fruta y la verdura búlgara, sin olvidar el vino y el aguardiente casero -domashno y rakija, respectivamente-.
No se cansa de vivir en un pueblo de cien habitantes porque alterna sus estancias allí con numerosos viajes. Preguntada sobre su próximo proyecto contesta: «Me encantaría compartir casa con otros ancianos».
Por Elena Lalowa y Matthias Röder (dpa)