
Nueva York (dpa) – Una parte del Muro de Berlín se exhibe en el medio de Manhattan, Nueva York. «Trophy of Civil Rights» (Trofeo de los derechos civiles), ha escrito alguien en letras blancas sobre el hormigón gris.
Debajo hay pintada una pareja abrazada, recostada. Esta reliquia de la RDA de dos metros de alto y tres metros y medio de ancho es un recordatorio para los pueblos del mundo donado por Alemania a la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en 2002. El bloque de hormigón se encuentra en un jardín junto a la sede de la ONU.
Los 193 países miembro pueden hacerle regalos a la ONU y lo hacen de forma asidua. Desde que la organización se mudó a su nueva sede central en Nueva York, cientos de esculturas, pinturas, tapices y muebles se han acumulado en la sede de 39 pisos y sus alrededores.
De ninguna manera todos los regalos encarnan un mensaje del estilo del que transmite el muro alemán. Uno de los primeros regalos, una pintura mural de 1952 en la sala de reuniones muestra un huevo revuelto.
Al menos ese fue el nombre que le dio el entonces presidente de los Estados Unidos, Harry Truman, a la obra del artista francés Fernand Legér, compuesta de manchas negras, blancas y rojas.
En estos casi 70 años, el edificio de las Naciones Unidas sobre el East River se ha convertido en el hogar de pequeñas tablas de metal de Mongolia, un ejemplar del pájaro dodo dorado de Mauricio y una palma decorada con perlas de Bahrein.
Las famosas sillas azules de la sala de reuniones del Consejo de Seguridad provienen de Noruega. El Consejo de Administración Fiduciaria debe el mobiliario de su sala a Dinamarca y los muebles del Consejo Social son de Suecia.
Pero la generosidad de los Estados miembro tiene sus límites: las obras de arte no deberían tener sentido político y tendrían que, en lo posible, adaptarse al gusto de todos los integrantes del organismo multilateral.
Y después, sencillamente no hay lugar para todo lo que cada país le gustaría exponer en Nueva York. «No somos un museo«, aclara el diplomático alemán Werner Schmidt, a cargo de los regalos en las Naciones Unidas.
Un comité de arte integrado por siete miembros formula recomendaciones respecto a los obsequios que debería aceptar el secretario general y cuáles tendría que rechazar.
Tampoco son bienvenidos los retratos de personas, con la excepción de los propios secretarios generales. Se espera en breve desde Irán un retrato del actual jefe de la ONU, el portugués António Guterres.
Algunos regalos sobreviven en Manhattan incluso a sus propios países de origen. La escultura «Der Aufsteigende» (El ascendente) del artista de la extinta República Democrática Alemana Fritz Cremer se exhibe desde 1975 en el jardín norte de la ONU.
No muy lejos, desde 1959 luce un ciudadano soviético de bronce de tres metros de altura que convierte una espada en un arado.
Otras obras no tienen un tiempo de exposición tan largo en Nueva York. Una talla china de marfil de la década de 1970 fue retirada unas décadas después por Pekín. Se «había pasado un poco de moda», explica Schmidt diplomáticamente. El comercio de marfil está prohibido desde 1989.
Otros regalos pueden permanecer, pero no se muestran de manera muy prominente. Porque con la ONU pasa lo mismo que con cualquier otro obsequiado: los regalos no siempre se ajustan al gusto del destinatario.
Un elefante de bronce de tres metros de altura procedente de Kenia está bastante escondido tras un arbusto. «Es un animal muy tímido», dice Schmidt. Pero probablemente hay otra razón: Se rumorea que los representantes de la ONU están perturbados por el pene gigante del animal.
Por Helen Corbett y Hannah Wagner (dpa)