(dpa) – Uno se enamora, la pareja está en las nubes, todo funciona, pero el otro nunca viene solo. También nos vinculamos estrechamente con su familia. ¿Qué podemos hacer cuando nos damos cuenta de que el círculo familiar de nuestra pareja es muy distinto del nuestro?
Las diferencias pueden ser múltiples y darse en aspectos fundamentales de la vida: opiniones políticas, poder adquisitivo, religión, nivel de instrucción…Al ver estas diferencias, nos damos cuenta de que como pareja estamos ante un proyecto mayúsculo: mostrar comprensión por lo distinto y, al mismo tiempo, generar algo en el seno del nuevo núcleo que pueda tomar lo mejor las dos familias de origen.
«Los padres no sólo les inculcan a sus hijos cómo comportarse en la mesa o cuáles son los rituales de Navidad, sino que además les transmiten toda una visión de mundo», comenta la profesora Marina Henning. La educación, la religión, la comsovisión política terminan siendo cruciales a la hora de definir cómo pensamos nuestras vidas, y aunque el vínculo emocional con nuestra pareja sea muy fuerte, si cada uno tiene una visión distinta de los valores que nos rigen, será inevitable que surjan roces o conflictos.
Puede que al otro no le interese en lo más mínimo la Navidad, mientras que uno ya está pensando a fines de noviembre en los festejos y regalos, por poner un ejemplo trivial.
«Lo típico es que una de las partes espere que la otra cambie, y que eso genere que el otro se sienta violentado y tenga la sensación de estar haciendo las cosas mal», comenta la terapeuta Kerstin Kurzius. Si alguno de los dos se siente tentado a pensar que está en superioridad o inferioridad de condiciones por su familia de procedencia, se vuelve muy complejo encontrar una solución. La terapeuta recomienda sentarse a hablar abiertamente con el otro sobre sus valores, las tradiciones y las cosmovisiones de su familia. En esa conversación, es fundamental escuchar abiertamente y con paciencia lo que tenga el otro para decir, sin juzgar lo que nos cuente.
«Muchas parejas evitan el tema o no hablan mucho de sus respectivas familias», observa Kurzius. Algunas parejas lo evitan tal vez por miedo a dejar algo al descubierto o tal vez por no querer juzgar a sus vínculos más cercanos. Sin embargo, es una cuestión básica a la hora de entender cómo piensa el otro.
Es más, también es importantísimo para concientizar algo que está sucediendo y para evitar que alguna de las dos partes se sienta que no está a la altura de las circunstancias o tironeado por dos mundos.
Hay parejas que incluso comienzan a sentirse tironeadas cuando deben definir si contraer matrimonio o no, o cómo hacerlo. Eric Hegmann, terapeuta de parejas en Hamburgo, recomienda presionarse lo menos posible. Si los padres de las partes se muestras incómodos o dicen directamente qué correspondería, uno no se tiene que contagiar de su malhumor ni sentir que debe decidir lo que los deje más contentos. Al fin y al cabo, los que tienen que estar felices viviendo y decidiendo todo juntos son sus hijos, no ellos.
«Lo importante es que la pareja cree su propio mundo, y que al hacerlo sepa que puede incorporar lo que más quiera de sus familias de procedencia», dice Henning. Quizás, por continuar con el mismo ejemplo, no sea necesario hacer una maratón de preparativos antes de Navidad ni algo improvisado, sino organizar algo en un punto medio.
Las diferencias también pueden resultar sumamente enriquecedoras. «Las respectivas procedencias hacen que cada una de las partes llegue a una relación con herramientas totalmente distintas, con diferentes capacidades, experiencias y puntos de vista», apunta Hegmann. «A la hora de enfrentar desafíos, tener mayor herramientas puede darles a los dos mejores oportunidades de abordar una situación».
Kurzius también destaca los aspectos positivos. «Las diferencias son lo que hacen una relación más interesante. Además, llevan a que uno sea mucho más abierto», apunta. En caso de tener hijos, ellos también van a crecer y a ganar con esos distintos puntos de vista, aprendiendo a reconocer cómo son unos abuelos y cómo son otros, cómo viven la vida de un modo tan distinto. Y tal como ellos, uno también va reconociendo quién es y hacia dónde quiere ir a partir de lo que toma y lo que deja de la familia de crianza.
Por Ricarda Dieckmann (dpa)