(dpa) – Puede que muchos vean en un peluche apenas un osito o conejo desteñido y algo feo. Pero para muchos niños, estos juguetes pueden ser un consuelo, un amuleto de la suerte, un protector e incluso un amigo sin el que no pueden dormirse.
La desaparición de un peluche puede hacer que el mundo de un niño se venga abajo, y con él, la tranquilidad de los padres. ¿Qué hacer en esos casos?
Algunos padres postean en Facebook «peluche desaparecido» con la esperanza de que alguien lo encuentre. Otros compran el mismo peluche con la esperanza de que el niño no se dé cuenta y se sorprenden cuando éste detecta al intruso de inmediato.
«Los niños se huelen enseguida cuando se trata de otro peluche. A fin de cuentas, tan solo lavarlos suele ser una catástrofe. Los niños suelen amar a los peluches que los acompañan desde hace tiempo, que se ven un poco desvencijados y que, sobre todo, tienen el olor conocido», explica la experta en crianza Nicola Schmidt.
Es decir: los dinosaurios, ositos o ardillas favoritas de los niños no son tan fáciles de reemplazar.
Para Schmidt, autora de un libro sobre educación que tuvo gran éxito en el mercado, una verdad incómoda es que los peluches funcionan para los más pequeños como una suerte de objeto de transición que reemplaza por momentos a la figura de mamá y papá. Es decir que los niños generan un vínculo con el juguete. Por eso, su desaparición es un problema.
Schmidt opina que lo mejor en estos casos es el viejo consejo de no atarse demasiado a nada que pueda perderse. «En otras culturas, los niños crecen sin peluches. No los necesitan porque nunca están solos», observa. Por otro lado, tampoco recomienda a los padres que busquen reemplazar el peluche para acallar el dolor del niño por la pérdida.
«En lugar de ello, hay que acompañar al niño en su tristeza y dolor», aconseja Schmidt, madre de dos hijos. El niño o la niña deberían sentir que no están solos en este proceso de duelo. En estos casos, los padres deben hacerse cargo de que quizá fueron responsables de la pérdida y deben tratar de reemplazar esa presencia por la suya propia.
Schmit aconseja: «Se puede, por ejemplo, imaginar junto al niño dónde se encuentra ahora el peluche, a quién está consolando y haciendo feliz».