Alejandro Lama estudió Derecho. Se reconoce admirador de los viejos cómics de Mortadelo y Filemón, Zipi y Zape o Superlópez, pero también de autores de hondo colado como Goethe, Freud, Neruda o Cortázar.
Theia, con valentía, sinceridad y humildad desnuda lentamente su alma detrás de lo que a todas luces parece una conspiración político-sanitaria, pero también en los brazos de las personas que ama; lo hace durante doce instantes, doce momentos, Doce minutos de conexión. Continúa el relato Guillermo, su hermano, en una aventura oscura: una búsqueda agobiante Sin ruido de fondo. Mientras tanto, el simviba (una simbiosis de virus y bacteria) va arrasando con todo.
“Y, de nuevo, de repente, empecé a notar el pasillo como siempre. Ni más chico, ni más grande. Ni más oscuro, ni más claro. Simplemente, como siempre. Eso me relajó de verdad, respiraba aliviada. Estaba exhausta por lo pasado, pero entraba en mí aire agradable. Me iba tranquilizando, sintiéndome bien segundo a segundo porque nada resultaba ser raro. Cómo eché de menos en tan poco tiempo mi simple rutina, las sensaciones conocidas. Cuánto reconfortaba que lo que veía rojo simplemente era rojo. ¡Ufffff!” (Cicatrices mojadas, La Equilibrista)
Claudio Colina construye un relato caleidoscópico en el que se van intercalando, casi estroboscópicamente, secuencias de distintas etapas de la vida de Víctor, un periodista aficionado a la pintura cuya vida queda marcada por su breve amistad con un excompañero de facultad, Óscar Jaramillo. Este lo introduce en una turbia trama de tejemanejes políticos que cambiarán el rumbo apacible de su vida: una mezcla de alcohol, sexo y desapego junto a una renombrada pintora veinte años mayor que él, quien lo ha tomado como pupilo.
Claudio Colina (también conocido como G. Díaz) merodea habitualmente por Tenerife, donde ha sido profesor, vendedor y guía turístico, entre otros oficios. Entre 2007 y 2021 ha publicado El cuaderno asintomático, Delta, Escaleno, Al norte de abril, Se busca donante de dinamita, Trueque y El año pasado en Marina Abad. Actualmente imparte cursos de narrativa y de estructura novelística a la vez que ultima sus próximas publicaciones.
“Esto es ser periodista licenciado, me dije: acercarme a la secretaría de la Universidad una espléndida mañana de viernes en la que el cielo parece colgar sobre la Tierra como un telón grueso e infinito, sin un solo pliegue, ni una arruga. Pocos pintores han logrado plasmar un cielo así, tan intenso. Una vez allí, pagar los derechos del título, saludar a la funcionaria con un apretón de manos, como quien se despide para siempre jamás. Y acto seguido viajar hasta El Lomo para entrevistar al alcalde.” (Ocho, La Equilibrista)
Sergio Antón ha desarrollado su carrera profesional tanto en el ámbito de la internacionalización de empresas como en el de la docencia; es autor de diversos estudios y artículos y ha vivido, estudiado, enseñado y trabajado en numerosos países, entre ellos Francia, EEUU, Japón y Argentina.
Después de una vida repleta de penurias, una madre decide llevarse de la mano a sus dos hijos pequeños y arrojarse por un acantilado. Este es el punto de partida de esta enternecedora novela que avanza a caballo entre el costumbrismo más crudamente descriptivo y el realismo mágico de influencia latinoamericana. Narrada desde la voz de la niña, conoceremos las vidas de su madre y de Tía Elvira, la bondadosa anciana que la recogió y cuidó.
“Nosotros no éramos mucho de pensar en cosas grandes como la vida, la muerte o la existencia de Dios; supongo que para poder dedicar la mente a esos menesteres debes no sentir continuamente los calambres que produce tener las tripas sin nada que triturar, ni estar todo el día vigilando para no quedarte solo y que nadie se te lleve a malearte por ahí, o para abrirte y quitarte todos los órganos, como decían que les ocurría a todos los niños pobres como nosotros que desaparecían desde hacía tanto tiempo. Pero he de decir que cuando madre dijo aquello, sentí un agujero tan profundo, justo debajo de las costillas, que capaz hubiera sido de tragarse la villa entera.” (La niña que quiso saltar desde un acantilado, La Equilibrista)