(dpa) – Las dificultades a las que se enfrentan niños, estudiantes, padres y ancianos en la crisis provocada por el coronavirus están recibiendo gran cobertura. Pero nadie parece interesarse por la situación de las prostitutas.
«Beratungsstelle Amalie», centro de asesoramiento para este colectivo en la ciudad alemana de Mannheim de la asociación benéfica evangélica Diakonie, se ha propuesto aliviar la difícil situación de estas mujeres.
Para ello la organización distribuye bolsas de «supervivencia» llenas de alimentos y productos de higiene. Harina, arroz, espaguetis, así como cepillos de dientes y tampones. Mujeres como Natascha, que prefiere no revelar su verdadero nombre, reciben con alivio la ayuda.
«Queremos ayudar a estas mujeres en este período en el que está prohibido ejercer la prostitución, demostrarles que no están olvidadas», explica Julia Wege, directora del centro diaconal, que cuenta con el patrocinio de la ciudad de Mannheim y del Ministerio de Asuntos Sociales.
«La situación es catastrófica», resume la Federación alemana de Servicios Eróticos y Sexuales (BesD), «la pandemia agudiza problemas como la pobreza, carencia de protección sanitaria y falta de vivienda».
Hasta el momento se ha utilizado un fondo de emergencia de 25.000 euros (27.400 dólares) procedentes de donaciones privadas para apoyar a un centenar de mujeres que no pueden solicitar la protección básica ni recurrir a otras fuentes de financiación.
«Pero el Estado debe de contribuir a solucionar el problema, no puede dejarse solo en manos de particulares», añade Susanne Bleier-Wilp, portavoz de BesD.
Natascha se quedó sin hogar y lleva alimentos a su compañero a cambio de un lugar donde dormir. Su situación es mejor que la de muchas otras mujeres que también se quedaron sin techo y no pueden ejercer a causa de la pandemia.
Muchas quedaron confinadas con sus clientes y tienen que pagar con sus cuerpos por un sitio en la cama o en el sofá, explica la directora de «Beratungsstelle Amalie».
Aún no está claro cuándo terminarán las restricciones para las 400.000 prostitutas que se calcula ejercen en Alemania, de las cuales sólo 33.000 están registradas. No hay fecha, ni siquiera una vaga perspectiva de cuándo podrán reanudar su trabajo.
En algunos casos la prostitución continúa ejerciéndose en secreto «en vehículos, al aire libre o con clientes habituales», acota Wege. «¿A quién le interesa controlar lo que sucede en la habitación de un prostíbulo?», se pregunta Natascha.
Pero Bleier-Wilp, de la Federación alemana de Servicios Eróticos y Sexuales, lo ve de otro modo: «Los burdeles están cerrados y los controles policiales y de las oficinas de orden público son estrictos».
Y añade que ninguna trabajadora del sexo quiere ser multada con 5.000 euros por desobedecer la prohibición. «Incluso hay funcionarios de la policía que se hacen pasar por clientes para dar con prostitutas que siguen en activo», explica esta mujer de 52 años que ejerció durante una década la prostitución.
De origen extranjero, Natascha comprende el dilema al que se enfrentan las inmigrantes que viven del sexo (entre el 80 y el 90 por ciento). «Tienen que ganar dinero», dice. Muchas mujeres de Rumanía, Bulgaria y Hungría tienen que mantener a sus hijos, madres, o incluso esposos en su país de origen.
Incluso antes de la situación generada por el coronavirus, una meretriz, madre de cuatro hijos, estaba tan desesperada que ofreció sus servicios por cuatro euros. Según la asociación BesD, el 70 por ciento de las prostitutas son madres.
Por su parte, Harriet Langanke, directora de la fundación sin ánimo de lucro Sexualidad y Salud, con sede en la ciudad alemana de Colonia, está segura de que se seguirá ofreciendo sexo a cambio de dinero.
Por lo que en la situación actual muchas prostitutas se ven obligadas a comportarse de forma ilegal. La tipología y variedad de prácticas que ofrece la profesión requieren un enfoque diferenciado, según la sexóloga.
Así, considera que se podrían permitir prácticas sexuales como el bondage o el sadomasoquismo así como para los servicios de compañía.
«La cuestión es si hay que negociar la flexibilización de restricciones a nivel regional o municipal». También la portavoz de BesD, Bleier-Wilp, aboga por que se permitan los masajes eróticos y los servicios de dominatrix.
Por su parte, la Asociación de Derechos Sociales y Políticos de Prostitutas «Dona Carmen», con sede en Fráncfort, exige que se abran de nuevo los prostíbulos y considera que con el cierre actual lo que se pretende es implementar la prohibición general de la prostitución en Alemania.
Eso es exactamente lo que Leni Breymaier tiene en mente. La diputada socialdemócrata y co-fundadora de una asociación de ayuda para salir de la prostitución está a favor de la prohibición de la compra de sexo en el «país de destino de la trata» y ve ahora una oportunidad para que las meretrices dejen definitivamente de ejercer.
«Son muchas las que quieren salir de la prostitución pero no saben cómo», asegura.
Breymaier se basa en el denominado «modelo nórdico», implementado por primera vez en Suecia. Consiste en prohibir el sexo a cambio de dinero, descriminalización de las prostitutas, programas para salir de la prostitución y educación sexual para jóvenes.
«Las mujeres necesitan cursos de idiomas, viviendas, seguro médico, trabajo y terapia post traumática», según Breymaier, quien añade que la mayoría de mujeres que ejercieron están destrozadas física y emocionalmente. Además, considera que abrir los prostíbulos sería absolutamente irresponsable teniendo en cuenta la pandemia vírica.
Un experto virólogo que no quiere mencionar su nombre en este contexto está de acuerdo: «Si una mujer infectada con el coronavirus contagia a clientes y colegas las consecuencias pueden ser desastrosas».
El burdel, dice, se convertiría en un foco de propagación del virus por lo que considera que solo pueden ser reabiertos una vez que la vacuna se comercialice.
A juicio de Natascha, receptora de las bolsas de ayuda de «Beratungsstelle Amalie», la profesión más antigua del mundo no puede ser abolida.
Para ella es importante ser escuchada por alguien sin prejuicios, como las trabajadoras sociales de Amalie. De ellas, lo que más valora es «que me tratan con normalidad, como a cualquier otra persona».
Por Julia Giertz (dpa)