(dpa) – En realidad, en Río de Janeiro todo el año es carnaval. Ni bien terminan los desfiles, las escolas do samba de esa metrópoli brasileña ya se ocupan del tema, del vestuario, la música y las carrozas que llevarán al sambódromo en la siguiente edición.
Ahora, en enero, las escolas estarían invitando a los ensayos abiertos en sus sedes, donde los bailarines entrenan con los famosos trajes hasta altas horas de la madrugada. La «Cidade do Samba», en la zona del puerto de Río, se asemejaría a una colmena. «Eso debería estar sucediendo aquí», comenta Phelipe Lemos, de la escola do samba «Unidos da Tijuca». Viste pantalón deportivo y la camiseta de «Tijuca» y observa el espacio en el que se suele preparar el carnaval.
Está vacío y silencioso. Solo las figuras del año pasado se ven delante de la gran sala de la agrupación. Phelipe, el maestro de ceremonias, y Denadir Garcia, la portadora de la bandera, están de visita esta tarde. «No podemos vivir sin esto», señala Phelipe.
Debido a la pandemia de coronavirus, Río postergó el carnaval en el sambódromo, que iba a tener lugar en febrero, y canceló los festejos en las calles. Según LIESA, la asociación que agrupa a las escolas do samba, la nueva fecha dependía de cuándo se llevase a cabo una campaña de vacunación. Entretanto, el alcalde de Río, Eduardo Paes, informó que el carnaval no será celebrado en julio, como se esperaba, ni tampoco en el transcurso de 2021.
Brasil es uno de los focos de la pandemia. Más de 7,7 millones de personas ya se infectaron con coronavirus. Y casi 196.000 murieron como consecuencia del Covid-19. Río de Janeiro es uno de los estados más afectados. La ocupación de las camas en las salas de cuidados intensivos con pacientes con covid-19 volvió a aumentar recientemente.
El coronavirus golpeó a Río de Janeiro en medio de su corazón. El virus le quitó la vida en las calles, el encuentro en las plazas y los bares, que casi siempre se acompañaba de música. El samba es el alma de esta metrópoli de millones de habitantes, su falta se ha sentido en los últimos meses. Desde hace muy poco volvieron a abrir las escolas do samba. Por primera vez desde 1912 no se celebrará el carnaval.
El carnaval es la catarsis anual en la la gente que se libera de toda la presión acumulada. Casi todo está permitido: bailar, flirtear y más. Ayuda en la huída hacia un mundo al revés, según la teoría del antropólogo brasileño Roberto da Matta: los conductores de coches se detienen cuando pasan las escolas do samba. Los hombres se visten de mujeres. Los blancos aclaman a los negros.
Pero este año, la «Cidade do Samba» es una ciudad fantasma. «Como el carnaval no solo dura cuatro días, sino que para los que trabajan para él dura todo el año, esto también es muy perjudicial en cuanto a la economía», señala el periodista Philipe Alves, del portal «Carnavalesco». «Una serie de personas sufren por eso», desde las costureras pasando por los diseñadores de figuras hasta la reina de la escola do samba, agrega.
«Lo más triste es ver a toda esta gente sin trabajo», observa Elias Riche, presidente de la escola do samba «Mangueira». Está en la «Cidade do Samba» para reunirse con otro presidente. Meditabundo mira desde el primer piso del almacén hacia las figuras que están abajo, por ejemplo, un Jesús negro, con el que «Mangueira» causó revuelo en febrero pasado. En julio, la escola do samba suspendió el pago a cientos de empleados y colaboradores.
Lo mismo que a «Mangueira» le pasa a muchas otras escolas. A ello se suman los miles de empleados de la hotelería y la gastronomía. El samba primero fue despreciado como música de los afro-brasileños. Pero hace tiempo que el carnaval se convirtió en un acontecimiento social y una atracción turística. En Río la temporada alta va desde mediados de diciembre hasta después del carnaval. En febrero la ciudad recibe a cientos de miles de turistas.
Según un informe del portal «Carnavalesco», el espectáculo aporta al municipio ingresos por unos 620 millones de euros (unos 750 millones de dólares). Sin la fiesta de fin de año en Copacabana y sin el carnaval, la ciudad se quedó sin visitantes.
«Es muy complicado», sostiene Denadir Garcia. «Echo mucho de menos el carnaval». En realidad, esperaba debutar como portadora de la bandera de «Unidos da Tijuca» después de dejar otra escola do samba. Mientras Phelipe Lemos se las arregló temporalmente como conductor hasta que un accidente le impidió seguir con este trabajo, Denadir administra un centro de bronceado natural, que son tendencia desde hace unos años en las favelas.
Las mujeres se pegan cintas adhesivas sobre la piel y se colocan al sol, para tener la marca perfecta de la biquini, la «marquinha». El ansia por el sol y el bronceado es sagrado en Río. En la pandemia incluso las clientas de Denadir faltaron por temor a las aglomeraciones. Entre otras cosas, pasó a hacer visitas domiciliarias. «Como muchos brasileños, me reinvento cada día», concluye.
Por Martina Farmbauer (dpa)