(dpa) – Resulta bastante increíble que «La ronda» («Reigen») del austríaco Arthur Schnitzler, una obra sobre el deseo sexual, causara semejante revuelo hace 100 años y provocara uno de los grandes escándalos en la historia del teatro.
El 23 de diciembre de 1920, la pieza que Schnitzler había escrito en realidad casi 25 años antes celebraba su estreno en Berlín.
En diez diálogos íntimos esta obra del médico, narrador y dramaturgo gira en torno al sexo, que ni siquiera es mostrado. Se trata del poder, la seducción y el deseo. Incluso hubo un juicio después de ese estreno y de otro que tuvo lugar poco después en Viena.
«La ronda» causó disgusto debido a que no se mostraba la sexualidad como algo secundario, sino en el sentido totalmente psicoanalítico de Sigmund Freud, como la pulsión primaria de la acción, como un medio para alcanzar un fin, y de hecho en todas las clases sociales.
En «La ronda» se exhibe la pudibundez de la sociedad en Viena en torno a 1900. En esta danza de corro, o sea en episodios, se representa el erotismo desde el proletariado hasta la aristocracia, desde la prostituta hasta el soldado, pasando por la sirvienta hasta el poeta, la actriz y el conde.
Adelantándose a su tiempo, Schnitzler (1862-1931) también insinúa ideas sobre la liberación de la mujer: desde una falta de autonomía impuesta por la sociedad.
También alude a la división vigente entonces entre mujeres «puras, castas» que las convertía en candidatas adecuadas para ser desposadas por un hombre de buena familia y mujeres que habían perdido la virginidad y que en el mejor de los casos, eran buenas para las aventuras amorosas.
Schnitzler pone además en duda el derecho de posesión del marido sobre el cuerpo de su mujer. Y también problematiza el hecho de que las muchachas que evitan el mandato social de casarse -por el motivo que fuere- son más tarde ridiculizadas como viejas solteronas.
Pero en el propio ejemplo de Schnitzler se demuestra que toda teoría tiene sus zonas grises, ya que él mismo no logró pasar por alto el movido pasado de algunas amantes.
Cuando una de ellas quedó embarazada, la llevó al campo para que el hecho no se difundiera públicamente. Allí eligió padres adoptivos para el bebé, que sin embargo murió durante el parto.
Schnitzler consideraba que «La ronda» era una «variación melancólica sobre la insuficiencia del hombre y sus sentimientos». Hacia 1900, era consciente de que la pieza no podía llegar a los escenarios porque rompía demasiados tabúes.
En 1904 el libro fue prohibido en Alemania, a pedido de la fiscalía general de Berlín. Sin embargo, se vendieron decenas de miles de copias.
Hasta la Primera Guerra Mundial, hubo a lo sumo representaciones parciales y un estreno en húngaro en Budapest en 1912, que no contaba con autorización.
En 1919 Max Reinhardt le pidió a Schnitzler los derechos para el estreno. Sin embargo, interrumpió los preparativos y le transfirió los derechos a la directora del «Kleines Schauspielhaus» de Berlín, Gertrud Eysoldt.
El 23 de diciembre de 1920, el Ministerio de Cultura prusiano prohibió el estreno pocas horas antes de que se concretara. Pero Eysoldt se presentó ante el telón, explicó al público la situación legal y anunció que la amenaza de una condena de prisión no le impediría elegir la libertad artística.
Eysoldt defendió que Schnitzler no era un «escritor inmoral» y el estreno se concretó. Posteriormente el 3 de enero de 1921 un juzgado levantó la prohibición. Los jueces habían visto la obra y no la consideraron inmoral.
El propio Schnitzler asistió al estreno en Viena, el 1 de febrero de 1921. Antes del comienzo, alguien arrojó una bomba de olor. Pero luego de ventilar el lugar, la obra pudo representarse.
Schnitzler escribió en su diario: «Griteríos, alborotos, rugidos… Butacas y sillas arrojadas desde los palcos». Posteriormente el teatro fue evacuado por las fuerzas de seguridad.
La crítica contemporánea a Schnitzler adoptó con frecuencia rasgos y tonos antisemitas.
Cuando el juicio por «La ronda» iniciado por la fiscalía en Berlín -por «actos obscenos» en el escenario- terminó con una absolución en noviembre de 1921, el historiador literario Adolf Bartels amenazó sin rodeos: «Nosotros, los antisemitas, no cejaremos en nuestro empeño de que al final Judas cave su tumba con tales triunfos».
Schnitzler retiró su obra en 1922 e impuso una prohibición de representarla que se mantuvo vigente hasta 1982, cuando pasó al dominio público a los 50 años de la muerte del autor. Solo películas y una grabación en disco lograron eludir esa prohibición.
En 1982 la obra fue representada inicialmente en Basilea y luego también en Hamburgo y otras ciudades. Sin embargo, hoy en día es poco frecuente encontrarla sobre los escenarios.
Por Gregor Tholl (dpa)