Pekín (dpa) – Nunca antes habían sido tan grandes las aspiraciones de poder de China, y nunca antes tan feroz la resistencia, fuera y dentro del país. Xi Jinping, sin embargo, no se deja amedrentar: «Ninguna fuerza podrá detener el progreso del pueblo y la nación china», enfatizó el presidente y máximo dirigente del Partido Comunista de China en las celebraciones del 1 de octubre por los 70 años de la República Popular.
Con el desfile militar más masivo en la historia de China, el mandatario apuntaló sus ambiciones de convertir al país en gran potencia. No hay duda de que nadie ha movilizado la política exterior de la República Popular tanto como Xi Jinping, y ninguno de sus predecesores inmediatos ha introducido tantos cambios.
«Veo un renacimiento de los tiempos de Mao Zedong», afirma un embajador europeo sobre la nueva ideologización basada en las virtudes «rojas». Muchas víctimas de la Revolución Cultural (1966-1976) iniciada por el líder chino no pueden dejar de relacionar la situación actual con las antiguas purgas políticas y persecuciones de todos aquellos que no eran «buenos» comunistas.
Al igual que entonces, los representantes del partido citan hoy a los directivos de las empresas en sus oficinas para poner a prueba sus conocimientos sobre el pensamiento y la visión del «gran presidente». Lo mismo se aplica a los periodistas chinos, cuyo carné de prensa está condicionado a la realización de un examen digital que acredita su lealtad al partido y su solidez ideológica.
El temor se está extendiendo, especialmente desde que los legisladores chinos aprobaran en 2018 una reforma constitucional que permite a Xi Jinping gobernar de por vida. En el marco de las reformas, se decretó también una nueva ley de supervisión que permite meses de detención e investigación de todos los empleados estatales pasando por alto el poder judicial.
Desde entonces, cada vez son más las personas que no se atreven a hablar abiertamente. Ya no son el primer ministro y los miembros de su gabinete quienes gobiernan el país, sino grupos de liderazgo y comisiones del partido en torno a Xi Jinping.
Así se pone fin a la máxima del pragmático reformador Deng Xiaoping, según la cual China debía mantener un perfil bajo en política exterior y esperar el momento adecuado. Xi Jinping está convencido de que el momento ya ha llegado y quiere que China recupere su antigua grandeza en el mundo.
En el «sueño chino» se enmarca también el gran proyecto de la nueva «Ruta de la Seda», conocida bajo la iniciativa «One Belt, One Road», que tiene como objetivo extender la influencia económica y política de China hasta las regiones del Ártico. Para sus inversiones, China exige la fidelidad —o al menos la aprobación tácita— de los países que se benefician del proyecto.
El historiador chino Zhang Lifan opina que, en la época de Mao, China exportó la revolución, y que la situación actual es muy similar. «Se trata de transformar el ejemplo chino en un modelo global de gobierno», señala. «El objetivo final es probablemente un imperio rojo global». Lifan advierte que, sin embargo, los valores del Partido Comunista Chino no son compatibles con los valores universales de Occidente: «Tarde o temprano, esto llevará a un conflicto».
Napoleón describió una vez a China como un «gigante dormido»: «Cuando despierte, sacudirá al mundo». El país en desarrollo se ha convertido en la segunda potencia económica mundial. China no sólo está explotando su creciente fuerza económica y tecnológica, sino que también está llenando el vacío dejado por Estados Unidos con la retirada de su presidente, Donald Trump, de la responsabilidad global.
«Bajo el liderazgo de Xi Jinping, China se ha convertido en un interlocutor cada vez más duro, especialmente en el transcurso de este año (2019)», aseveró Kristin Shi-Kupfer, experta de MERICS, instituto alemán con sede en Berlín especializado en el ascenso de la nación asiática en el sistema mundial.
Shi-Kupfer explica que la «dureza política», especialmente en la persecución de la minoría musulmana uigur y frente al movimiento de protesta en Hong Kong, fue «impactante». La experta añade que China también utiliza «sin reparos» mercados abiertos, medios de comunicación e instituciones de todo el mundo para sus propios fines: «El régimen chino apenas se ha abierto sustancialmente en el plano económico. En cambio, oprime y lucha contra valores universales, a los que considera occidentales y perjudiciales».
Occidente parece a menudo paralizado o todavía demasiado preocupado por las consecuencias actuales de la crisis financiera de 2008, la pérdida de confianza en la economía de mercado y la democracia, así como por el aumento del populismo, el nacionalismo y la autocracia en muchos países.
Europa se encuentra atrapada entre dos frentes: por un lado, la debilitada superpotencia Estados Unidos y, por otro, la emergente China. El fantasma de una «nueva Guerra Fría» recorre Europa, mientras que Trump sigue librando su guerra comercial contra China y presionando para un «desacoplamiento» de las dos economías más grandes del mundo.
De esta manera, Xi Jinping tiene que lidiar con varios escenarios a la vez. Shi-Kupfer opina que el mandatario chino debe resolver el conflicto comercial «rápidamente», ya que, al haberse hecho de tanto poder, se le considerará responsable si la disputa acarrea «más consecuencias dolorosas o compromisos demasiado importantes».
La experta añade que, sin embargo, el conflicto con Estados Unidos continuará, incluso después de un acuerdo comercial, y seguirá siendo el «mayor desafío estructural para Xi Jinping».
Shi-Kupfer explica que los meses de protestas en Hong Kong son una amenaza para Xi Jinping, que tiene que preservar a toda costa el centro financiero, pero sin perder el control sobre el pueblo.
«Los opositores que Xi Jinping se ha hecho a través de su campaña anticorrupción están a la espera de que cometa un error o de que las crisis se intensifiquen». Otro problema que se deriva de tanto poder: «El dilema de cualquier gobernante o aparato totalitario es que, por miedo o por cálculo, ciertas informaciones no son transmitidas».
«Creo que muchos están secretamente en contra de él», dice el crítico Zhang Lifan, y explica que muchas personas son sumisas en la superficie, pero que en el fondo persiguen sus propios intereses y no cooperan, situación que probablemente empeorará.
Sin embargo, Zhang Lifan considera que el «mayor problema» de Xi Jinping es la desaceleración de la economía china, que tiene que ver tanto con la guerra comercial como con las protestas en Hong Kong. «Puede llevar a un descontento de las masas con el régimen», advierte el historiador refiriéndose a la amenaza del desempleo y del malestar social. «Sólo el crecimiento económico puede mostrar que el régimen aún tiene algún grado de legitimidad».
Por Andreas Landwehr (dpa)