Monrovia, 18 ago (dpa) – Los niños juegan en las calles de Monrovia y los habitantes de la capital de Liberia acuden a sus trabajos. Pero muchos evitan el contacto estrecho con los demás por un motivo: tienen miedo al ébola.
La enfermedad infecciosa se cobró en pocas semanas cientos de vidas en ese país del oeste africano y muchos temen que con sólo dar la mano a alguien se puedan contagiar. Monrovia parece cubierta por un velo de miedo.
«La situación me da miedo», dice Fatu Ibrahim. «Ni bien uno se despierta a la mañana, recibe las primeras noticias de muertes». Por eso quiere dejar el país.
Para Thomas Quiah, del suburbio de Gardenersville, el ébola es como la guerra: «La situación es como en los años 90, cuando había guerra. Nadie sabe lo que le pasará al día siguiente».
Muchas veces, la gente no se atreve a ocuparse de sus familiares enfermos, tengan ébola o no. «Una familiar, que era enfermera, murió. Estaba infectada. Yo no la visité», relata Sia Kettor, de 30 años, sobre un caso en su familia.
Diariamente pueden verse cadáveres en las calles. Permanecen mucho tiempo allí porque nadie los quiere llevar a la morgue. Las unidades de ébola oficiales no tienen tiempo de recogerlos, ante la falta equipo y personal.
La enfermera Mabel Saybay habla sobre los efectos de la epidemia en la comunidad: oyó del caso de dos niñas, de cinco y siete años, cuya madre murió. Otros vecinos dejaron solas a las niñas con el cadáver, por miedo. Nadie quiso ocuparse de las pequeñas, hasta que alguien alertó a las autoridades. Tras ello, fueron llevadas a una estación de aislamiento.
El miedo al contagio hace aún más terrible la pérdida de un ser querido. El hijo de Joseph Tandanpolie murió, presumiblemente a causa del ébola: Trabajaba en una clínica. «Para alguien que pierde a un familiar es muy terrible no poder estar cerca de él y no ir al entierro por miedo al ébola», relata el hombre de 64 años. Su sobrino admite: «Aún no le di mi pésame. Tengo miedo de que él y otros familiares estén contagiados. Según me contaron, él cuidaba a su hijo».
Delante de las entradas a muchas oficinas y negocios hay baldes con agua con cloro. Es obligatorio lavarse las manos. Las advertencias de las autoridades sanitarias están dando sus frutos. En otros emprendimientos, a los clientes se les mide la fiebre al entrar. También en muchas casa privadas hay baldes con desinfectantes delante de la puerta. La vida debe continuar. En mercados y tiendas el movimiento es menor del habitual, pero se sigue comprando y vendiendo.
El gobierno cerró las escuelas y algunas oficinas públicas y advirtió que no deben celebrarse reuniones públicas. Pero sin embargo hay encuentros para orar y de misas con cientos de participantes. Además, no todos los liberianos están convencidos del peligro del ébola.
Algunos afirman que la enfermedad no existe. Cuando las personas enferman, es porque alguien las maldijo o son castigadas, según una creencia muy extendida. Otros presumen que el gobierno quiere hacer dinero con la enfermedad. Según una de las historias que circula, a los enfermos les roban los órganos.
Por Terence Sesay