Monza (dpa) – Massimo Del Bene se sienta frente a su escritorio y abre sucesivas fotos en la pantalla de su ordenador. «¿Se desmaya Ud. con facilidad?», pregunta, y se detiene en la imagen que muestra el estado en que quedó la mano de un migrante cuando la interpuso entre su cabeza y el machete del torturador que pretendía decapitarle en un centro de detención libio.
«Soy testigo de las heridas de esta gente, de lo que les ha sucedido: no cuento pamplinas», afirma Del Bene. Este cirujano de mano trabaja en el Hospital San Gerardo en Monza, Italia, donde trata a víctimas procedentes de Libia que llegaron por mar a la costa italiana: los migrantes que algunos en Europa no quieren recibir.
De naturaleza tranquila, este hombre de 65 años no gusta de conceder entrevistas pero en los últimos meses pudo más su voluntad de contraponerse a aquéllos que niegan las torturas que se llevan a cabo en Libia.
Es evidente que Del Bene preferiría pasar desapercibido. Mientras se ajusta las gafas no puede reprimir un: «malditos negacionistas».
Con ello hace referencia indirecta a personas como Matteo Salvini, ex Ministro del Interior y líder populista de derechas, que se refiere a los migrantes como turistas de crucero que buscan una vida cómoda en Italia.
Ello pese a que organizaciones internacionales denuncian desde hace años los brutales métodos de tortura a los que son sometidos en Libia.
Estas denuncias tampoco hicieron cambiar la postura de la Unión Europea (UE), que continúa pagando a los guardacostas libios para que capturen a los migrantes que se dirigen en botes hacia Europa y los devuelvan a Libia, un país en guerra civil.
Del Bene puede leer en las manos de sus pacientes el tipo de sufrimiento al que han sido sometidos en los centros de detención libios. Denuncia que son torturados con métodos propios de la Edad Media.
Durante los últimos años ha visto manos abrasadas, martilleadas y prácticamente seccionadas a machetazos. «Es una tortura que busca la mutilación», dice.
Mohammed D., de 24 años y originario de Ghana, lo vivió en carne propia. Explica a los medios cómo un torturador pretendía decapitarlo y él elevó la mano para protegerse. Salvó la cabeza pero el machete cortó nervios y tendones de su mano.
Del Bene logró que Mohammed D. recuperara parte de la movilidad manual. La imagen de cómo encontró la mano de su paciente es la que mostró en la pantalla de su computadora en el Hospital San Gerardo.
Un médico puede lograr resultados óptimos si las lesiones se tratan inmediatamente. Pero a menudo las heridas que trata Del Bene tienen hasta tres años de antigüedad. «El plazo máximo para salvar un nervio es de seis meses», explica.
Las heridas físicas son sólo la punta del iceberg de la violencia en Libia, según la doctora Francesca Faraglia, quien trabaja en una Clínica para víctimas de la tortura dirigida por Médicos Sin Fronteras en Roma.
«Paradójicamente, son más fáciles de tratar», dice, y añade que curar traumas psicológicos o integrar a las personas en la sociedad es mucho más complejo.
Recientemente, la policía de Sicilia arrestó a tres hombres que llegaron a Italia a bordo del barco de rescate alemán «Sea-Watch3» capitaneado por Carola Rackete.
Se los acusa de haber torturado e incluso asesinado a sus víctimas con descargas eléctricas y golpes para extorsionar a sus familiares. Otros de los refugiados los reconocieron en un centro de acogida en Sicilia y los denunciaron a la policía.
Las organizaciones de rescate conocen el problema: no sólo transportan a las víctimas sino que también puede darse el caso de que en ocasiones transporten a los verdugos.
«Socorremos a aquéllos en situación de auxilio», explica Rueben Neugebauer, portavoz de la organización de salvamento humanitario Sea-Watch.
Añade que si los migrantes fuesen rescatados directamente por el servicio de guardacostas italianos existiría el mismo problema. «Nos alegramos de que en un juicio justo y basado en el Estado de Derecho se aclare lo ocurrido realmente y se haga justicia a las víctimas de la tortura», asevera Neugebauer.
Mientras tanto, cuando se jubile, Del Bene espera abrir una clínica para niños con heridas de guerra. Le guía la fe en Dios. En su oficina hay una imagen del papa Francisco y otra de la Virgen María.
Su trabajo es apoyado por la asociación cristiana Cáritas. «Creo en la solidaridad, creo en el Evangelio», asegura. «Dios nos creó para dar, no para recibir. Cuando damos, somos felices».
Por Alvise Armellini y Annette Reuther, dpa