(dpa) – El tren proveniente de la capital de Moldavia, Chisinau, acaba de llegar a la estación de Tiraspol, en Transnistria, desde donde continuará hasta el Mar Negro.
Solo unos pocos turistas extranjeros bajamos del tren. Tras el colapso de la Unión Soviética, Transnistria se separó inmediatamente de Moldavia, que a su vez acababa de obtener su independencia.
La república separatista ubicada dentro de Moldavia no ha sido reconocida como un país miembro de las Naciones Unidas (ONU), ni siquiera por Rusia, y la escasa información de Transnistria genera alguna sospecha entre viajeros. Sin embargo, tras permanecer unos días en Tiraspol posiblemente muchos puedan superar sus prejuicios.
No tuvimos que esperar más de diez minutos para obtener una visa, que también está disponible en las carreteras fronterizas.
La gente parece ser reservada y amistosa. En la estación, la encargada del baño sin embargo se mantiene firme y no acepta abrir la puerta a cambio de euros. Por suerte, en un mostrador aledaño una mujer cambia los euros por rublos de Transnistria.
Por muy poco dinero se puede comer en los mercados y restaurantes o usar taxis y autobuses, pero también los retretes.
La ciudad no ofrece atracciones típicas, no obstante se asemeja a un museo al aire libre lleno de logros soviéticos (tanques, desfile, bustos y estatuas de Lenin y otros héroes del comunismo). La hoz y el martillo, símbolo del marxismo-leninismo, se exhiben en las banderas.
Tiraspol puede ser recorrido fácilmente a pie en tres horas. A lo largo de las calles, que llevan los nombres de Rosa Luxemburgo, Karl Marx y Lenin hay bloques de edificios con una vegetación bien cuidada y parques infantiles.
Flores, arbustos y coníferas decoran las aceras de la avenida 25 de octubre. En el piso no se ve ni un solo papel.
Varias tiendas y supermercados se alternan con edificios oficiales, cafés y restaurantes, como por ejemplo la «Mafia», que tiene una superficie de dimensiones socialistas. También en este soleado sábado hay muchos clientes sentados afuera bebiendo una gaseosa o una cerveza, comiendo un bistec o un pastel de chocolate.
La plaza Suvorov es adecuada para desfiles y está rodeada de vegetación, banderas, edificios administrativos y monumentos. El fundador de la ciudad, Alexander Suvorov, saluda desde un corcel de piedra. Cerca de allí, un padre fotografía a su hijo sentado en un tanque soviético T-34, que forma parte del monumento a los soldados caídos en la guerra.
El mercado de Zeleny ofrece alimentos muy accesibles para la billetera del turista. Por ejemplo, un kilo de nueces recién peladas cuesta el equivalente a solo 2,50 euros (2,90 dólares). Los agricultores de los pueblos cercanos también ofrecen melones, manzanas, especias, tomates y patatas.
A pocos pasos del mercado está la única catedral ortodoxa rusa de 20 años de antigüedad con sus brillantes cúpulas doradas. En el cercano río Dniéster retumba la música desde uno de los pocos barcos de excursión y en la orilla se abrazan las parejas.
Al visitar el moderno estadio de fútbol del Sheriff Tiraspol surgen algunos problemas. Todas las taquillas están cerradas, pero los locales pasan por los controles y las barreras de acceso sin mostrar una entrada. De inmediato, un ayudante se da cuenta de la situación y grita en inglés: «¡Free, free!». La entrada al campo de juego es libre.
El equipo local gana 5-0. Son campeones de Moldavia y tienen experiencia en la Liga Europa.
Para el Gobierno en Chisinau, Tiraspol pertenece a Moldavia. Por eso los jugadores del Sheriff están muy contentos de no tener que jugar contra los pequeños clubes de pueblo de la autoproclamada República de Transnistria.
Por Bernd Kubisch (dpa)