(dpa) – El interior de las iglesias con vitrales policromados tiene algo de misterioso. A través de los cristales, los rayos de sol dibujan haces de colores en el suelo de piedra, juegos de luz y color que han inspirado a muchos artistas. Neo Rauch, Markus Lüpertz o David Hockney, todos ellos crearon diseños para ventanales para templos. También el alemán Gerhard Richter con su famoso vitral para la catedral de Colonia. Pronto se podrán admirar nuevos diseños de este artista conocido mundialmente en la abadía benedictina de San Mauricio en Tholey, en la región alemana del Sarre. Tres de los ventanales de su iglesia contarán con vidrieras diseñadas por Richter. La ejecución de las mismas está a cargo del taller especializado Gustav van Treeck en Múnich.
El taller está situado en un patio trasero del distrito de Maxvorstadt, en el centro de la capital bávara. Allí, uno puede empezar a hacerse una idea de cómo serán las vidrieras de colores que lucirá la iglesia gótica. En dos de las plantas del antiguo edificio se han dispuesto a modo de prueba las primeras piezas rectangulares. Figuras simétricas en rojo, amarillo, azul, verde y naranja generan multitud de reflejos de fuerte luminosidad. Patrones lúdicos en los que el espectador siempre puede descubrir algo nuevo. Las piezas formarán parte de una de las ventanas de aproximadamente dos por nueve metros de Tholey.
La producción de los diseños que Richter donó al monasterio es laboriosa. «Hemos desarrollado un concepto que hace justicia a la intensidad del color, la simetría y la atención a los detalles de los diseños de Richter», explica Katja Zukic, una de las dos directoras del taller especializado. El centro de cada ventana está compuesto por una pieza de vidrio con un estructura gráfica que recibe varias capas de pintura especial -a mano- antes de ser introducida en el horno a una temperatura de 620 grados. Por delante y por detrás de la pieza se adhieren cristales de vidrio soplado en rojo y azul en los que previamente se grabaron adornos con ácido fluorhídrico. Al final, se enmarca todo con tiras de latón. El vitral está listo para ser instalado en la iglesia.
Los ventanales con los diseños de Richter no son el único proyecto en el que actualmente se encuentra sumergido el taller Gustav van Treeck. El artesano Mahbuba Maqsoodi, por ejemplo, trabaja en otros 34 vitrales, también para Tholey. Las coloridas vidrieras narran escenas de la vida de los santos y secuencias de la Biblia. Armado con un fino pincel, el artista de Múnich contornea en negro las formas de vivos colores previamente pintadas por la pintora especializada Lilli Ramisch. «Para la mayoría de los pintores, la obra se crea sobre un lienzo», dice Maqsoodi. Él prefiere un material más delicado: «El vidrio está vivo, deja pasar la luz, y eso es fascinante».
En el estudio trabaja también Fred Mayerhofer. Concentrado, se inclina sobre un panel rojo presionando sobre él firmemente la cuchilla del cortador de vidrio. La figura recortada se separa milimétricamente del resto de la pieza. Con cuidado, el artista golpea la superficie suavemente y la figura se desprende por completo del panel: es una pequeña nube. Con una lima, alisa los bordes afilados para después colocar la pieza en una plantilla de papel sobre la que ya hay otros fragmentos coloreados. Son parte del conjunto ornamental de la puerta de acceso a la iglesia de San Pedro y San Pablo en Sigmaringendorf, en la región de Baden-Wurtemberg. «El vidrio es un material muy peculiar. Hay que habituarse a él», dice Mayerhofer mientras procede a cortar la siguiente figura. No tiene miedo a romperla. A sus 57 años, décadas de experiencia le dicen «cuándo presionar con más fuerza y cuándo hacerlo más suave».
Por su demanda de vitrales, las iglesias son los principales clientes del taller. La pérdida de poder e influencia que las iglesias cristianas han experimentado en la edad contemporánea ha hecho mella en el número de pedidos recibidos por Gustav van Treeck. «Las congregaciones han reducido considerablemente su gasto», comenta Zukiv.
En el caso de Tholey, los benedictinos consideran la instalación de nuevos vitrales en su iglesia como una oportunidad, ya que sin duda la obra de Richter atraerá mucho público. Pero al abad Mauritius Choriol le gustaría que las personas se acerquen a la iglesia no sólo por curiosidad intelectual. Choriol señala que los vitrales también tienen el fin de sorprender a la gente, animarla a reflexionar y acercarla a la belleza de la fe, ya que «ha llegado nuevamente el momento en el que queremos convocarla con todos los sentidos».
Por Cordula Dieckmann (dpa)