Jartum (dpa) – Bajo el sofocante calor de Jartum, un grupo de jóvenes se sienta sobre las camas de una pequeña habitación de paredes de color púrpura. Uno lleva el brazo en cabestrillo, otro tiene vendado el hombro derecho, donde fue disparado, y un tercero se sube la camiseta para mostrar las heridas por golpes de porra en la espalda.
Al otro lado de la puerta, un viento cálido levanta polvo en la calle. Hay un silencio absoluto. La gente ha seguido la llamada de la oposición a paralizar el país con una huelga general.
Amar Mohammed al-Hassan, de 18 años, y sus amigos Abdu al Rahim y Ali Idris estaban presentes cuando recientemente las fuerzas de seguridad disolvieron de forma brutal la pacífica sentada de protesta frente al cuartel general del Ejército -donde los manifestantes llevaban semanas acampados- en el centro de la capital de Sudán.
Las fuerzas de seguridad dispararon, golpearon y persiguieron a los manifestantes. Quemaron tiendas de campaña y lanzaron cadáveres al Nilo.
Según una asociación médica, murieron más de cien personas. Desde entonces, la Junta Militar, que ostenta el poder, ha restringido en gran medida el acceso a Internet, por temor a nuevas protestas.
¿Ha frustrado ésto la última revolución en el mundo árabe? Según Idris: «En absoluto. Sólo acaba de empezar».
Sudán, aislada internacionalmente durante años, tiene reprimida a la oposición y la economía hecha jirones. Las protestas masivas de su frustrada población desembocaron en un golpe militar el pasado mes de abril en el que el presidente, Omar-al-Bashir, fue destituido después de permanecer 30 años en el poder.
La euforia se extendió rápidamente entre los 41 millones de habitantes de este país del noreste de África. Los manifestantes no querían un gobierno militar. Exigieron un gobierno civil y continuaron con la sentada frente al cuartel general del ejército en el centro de Jartum.
El pasado 3 de junio, después de que colapsaran las negociaciones entre los generales y la oposición para la formación de un gobierno de transición, las fuerzas de seguridad irrumpieron en la protesta.
«Llegaron con vehículos por tres lados distintos y rodearon a la gente», recuerda Idris, «empezaron a disparar cuando algunos manifestantes huyeron», añade. Idris entró en un edificio seguido por las fuerzas de seguridad. Asegura que empezaron a pegarle pero que se las arregló para escapar.
La violenta disolución de la sentada fue llevada a cabo por las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF, por sus siglas en inglés), aunque los residentes en Sudán se refieren a ellas con el nombre de la unidad a la que la mayoría de sus miembros pertenecieron anteriormente: Janjawed.
Durante el conflicto de Darfur, esta milicia árabe fue responsable de crímenes brutales contra la población. El líder de las RSF, Mohammed Hamdan Daglu, se hace llamar Hemeti y ostenta el segundo mayor rango en la Junta militar que gobierna el país.
Todo parece indicar que las temidas tropas de Hemeti controlan el centro de Jartum. En las principales calles y plazas de la ciudad hay camionetas tipo pick up de RSF cada pocos metros sobre cuyas plataformas de carga montaron ametralladoras equipadas con cinturones de munición cayendo a ambos lados. Está prohibido fotografiarlas.
Los soldados duermen en la parte trasera de los vehículos o se sientan junto a ellos a la sombra de los árboles. Algunos cocinan, otros lavan la ropa. Cuando la llamada a la oración islámica resuena por toda la ciudad, algunos rezan en pequeñas alfombras junto a sus armas.
Frente al cuartel general sólo quedan algunos rastros de la pacífica sentada de protesta, que duró semanas y se convirtió en un símbolo de la revolución. Muchas de las ilustraciones y carteles que pusieron los manifestantes han sido retirados de las paredes.
En algunos puntos pueden verse marcas provocadas por restos de fuego en el suelo -presumiblemente allí donde se quemaron tiendas de campaña-. En el patio en el que se había instalado una clínica móvil para los manifestantes hay ahora varios vehículos de RSF.
La Junta Militar está apoyada por Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos. Pero la oposición no pierde la esperanza y el pasado nueve de junio convocó una huelga general. Su objetivo era presionar a los generales para que entreguen el poder a un gobierno civil de transición.
En la ciudad reina ahora una calma tensa, como si la gente estuviese conteniendo el aliento. Apenas un puñado de coches y personas puede verse en las calles mientras que la mayoría de las tiendas y restaurantes están cerrados, con las persianas bajadas.
En algunos barrios, como en el norteño Omdurman, los manifestantes construyen barricadas con piedras para bloquear el paso a las fuerzas de seguridad. Demolidas una y otra vez, en seguida vuelven a reconstruirlas.
Pero, ¿hasta cuándo puede mantenerse esta situación? Aparte de algunas declaraciones en Facebook y Twitter, la oposición se ha contenido desde las brutales acciones de los militares. Los principales miembros de la alianza sindical SPA, organizadores de las protestas masivas de los últimos meses, apenas pueden ser contactados.
Algunos piensan que la oposición está asustada. Otros dicen que necesita tiempo para desarrollar una nueva estrategia.
Por lo que respecta a Idris, al-Hassan y al-Rahim, están listos para volver a las calles a manifestarse. Aquí, en la pequeña vivienda de la familia de al-Hassan en el barrio de Barri, se sienten seguros por ahora. «Los RSF están demasiado asustados para venir aquí», dicen orgullosos los jóvenes.
La determinación de lucha de al-Hassan no se ha debilitado ni un ápice: «Tener a la Junta Militar en el gobierno es casi peor que tener a al-Bashir».
Por Gioia Forster (dpa)
Foto: Gioia Forster/dpa