Moscú (dpa) – El impacto en el este fue profundo, las ovaciones en el oeste fueron grandes. La carrera espacial entre Estados Unidos y la Unión Soviética terminó hace 50 años, cuando la NASA conquistó la Luna con una misión tripulada posando al comandante Neil Armstrong en su superficie.
Hasta ese momento, la pugna entre las dos potencias parecía estar ganándola la Unión Soviética, entre otros gracias a una figura clave en el desarrollo de su programa espacial: el ingeniero Serguéi Koroliov.
El diseñador aeroespacial es responsable de muchas victorias de los soviéticos, sus ideas hicieron posibles los vuelos al espacio y los viajes a la Estación Espacial Internacional (ISS, por sus siglas en inglés).
Décadas más tarde, los logros del talentoso ingeniero siguen alimentando el anhelo de los rusos de nuevas aventuras espaciales. ¿Es posible el éxito sin un cerebro como Koroliov?
La historia de Rusia y de su capital está muy estrechamente relacionada con el espacio. Prueba de ello es el Museo de la Cosmonáutica en Moscú, que atrae tanto a turistas internacionales como a escolares moscovitas.
El recinto del museo se encuentra debajo de un espectacular obelisco de titanio de más de 110 metros de altura, el Monumento a los Conquistadores del Cosmos. En él desemboca el denominado Callejón de los Cosmonautas, con heroicos bustos de los pioneros del espacio, entre ellos Yuri Gagarin y Valentina Tereshkova.
Para encontrar en esta majestuosa avenida el monumento en memoria de Koroliov, sin embargo, los visitantes tienen que buscar durante más tiempo.
«¿Quién quiere volar al espacio?», pregunta un profesor a sus alumnos. Casi todas las manos de los jóvenes moscovitas se disparan. Y no son los únicos: uno de cada tres rusos sueña hoy en día con una carrera de cosmonauta, indican los datos recogidos por el instituto de sondeo ruso WZIOM.
El experto Viacheslav Klimentov, del Museo de Cosmonáutica, explica que la profesión de técnico espacial también es muy popular, mérito que se debe a Koroliov, a pesar de que el país conoció su nombre sólo después de su muerte.
El ingeniero nacido en la ciudad de Zhytómyr, actualmente Ucrania, es considerado uno de los principales arquitectos de la técnica aeroespacial de la Unión Soviética.
En 1938, durante la Gran Purga de la dictadura estalinista, fue acusado de subversión y condenado a diez años de prisión. Cumplió su condena en uno de los infames campos de trabajos forzados del sistema GULAG en Siberia.
Durante la Segunda Guerra Mundial, el desarrollo de misiles se convirtió en una prioridad, y Koroliov fue liberado. Tras finalizar la guerra, fue enviado a Alemania para recopilar información sobre la tecnología del cohete de largo alcance V2.
Allí trabajó hasta llegar a diseñador jefe y obtener incluso una línea directa con el Kremlin. Por razones de seguridad, su identidad quedó protegida de por vida como un secreto de estado.
Hasta su muerte en 1966, dos días después de su 59 cumpleaños, construyó cohetes, satélites y naves espaciales en completo anonimato.
Bajo su dirección, los soviéticos pusieron en órbita el «Sputnik 1», el primer satélite artificial de la historia, en 1957. La esfera de aluminio con sus largas y finas antenas demostró al mundo que la Unión Soviética lideraba la conquista del espacio.
El Sputnik fue lanzado al espacio con el cohete intercontinental R-7, basado en el alemán V2. Hasta el día de hoy, los soviéticos siguen utilizando los principios básicos del R-7 para desarrollar los vehículos de lanzamiento y las naves espaciales del programa Soyuz.
Estos son utilizados para enviar misiones científicas, como la del alemán Alexander Gerst, a la Estación Espacial Internacional ISS.
La batalla librada por Koroliov y su eterno rival, el alemán Wernher von Braun -quien finalmente decidió la carrera hacia la Luna a favor de los estadounidenses-, fue siempre muy reñida.
«Ningún otro proyecto espacial de esta era impresionará más a la humanidad», había dicho el entonces presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy, refiriéndose a la carrera lunar. Tuvo razón.
El científico Klimentov señala que el verdadero motivo de la derrota soviética en el espacio fue la muerte prematura del diseñador jefe, ya que sus sucesores fracasaron en el desarrollo de la tecnología de cohetes.
«Estoy firmemente convencido de una cosa: si Koroliov no hubiera fallecido tan pronto, habríamos sido la primera nación en llegar a la Luna».
Detrás del escritorio de su oficina, en la planta baja del Museo de Cosmonáutica, cuelga un enorme retrato de Koroliov. «Un hombre único, un genio, un dios de la técnica», dice Klimentow.
Después de un largo período de inactividad, Rusia quiere volver a dominar en el espacio a través de nuevos proyectos de alunizajes tripulados.
Klimentow está convencido de que, para lograrlo, el país debe confiar en los visionarios e invertir en capacitación: «Habrá que esperar. Tal vez se nos dé otro genio como Koroliov».
El experto considera que los eternos rivales del pasado deben cooperar más estrechamente, tanto en tiempos políticos difíciles como en el espacio. «Proyectos como los asentamientos lunares o un viaje tripulado a Marte sólo se pueden lograr en el marco de una cooperación internacional».
La agencia espacial rusa Roskosmos quiere comenzar a enviar cosmonautas a la Luna a partir del año 2031 y establecer allí bases lunares de larga duración.
También tiene planes de desarrollar junto con Estados Unidos, China y Europa una estación espacial que orbitará la Luna. Esto abriría la posibilidad de realizar vuelos más profundos al espacio, con lo que se cumpliría la visión de Koroliov.
Por Claudia Thaler (dpa)
Foto: Claudia Thaler/dpa