Washington, 9 oct (dpa) – Las cosas no iban bien desde el principio. El lanzamiento de la misión de la NASA «Apolo 7» el 11 de octubre de 1968 estuvo a punto de ser cancelada. El viento era demasiado fuerte en el centro de actividades espaciales de Cabo Cañaveral en Florida. Pero la dirección de la NASA presionó. «Realmente era como si alguien quisiera despegar urgentemente», recuerda el comandante de «Apolo 7» Walter Schirra. «Yo luché contra ello, hasta que se complicó y me di finalmente por vencido, con gran preocupación.»
Había mucho en juego: aproximadamente un año y medio antes, tres astronautas de la NASA habían perdido la vida en el incendio de la cápsula «Apolo 1» durante un entrenamiento. Por eso, los astronautas vivían el lanzamiento de «Apolo 7» como algo dramático. «Cuando escuché el encendido, hubo un ruido brutal y vibrante. Irreal. En el lanzamiento apenas podía ver bien el reloj y pensé que el mundo se desmoronaba», contó Schirra después. Pero el lanzamiento transcurrió con éxito.
Sin embargo, poco después continuaron los problemas. El comandante Schirra se resfrió y contagió a sus dos compañeros Donn Eisele y Walter Cunningham. Como en el espacio las secreciones nasales no se escurren automáticamente debido a la ingravidez, un resfriado en el espacio es bastante más desagradable que en la Tierra. Los tres astronautas se sentían cansados y débiles, mientras se les exigía completar un riguroso programa de pruebas.
Schirra estaba especialmente malhumorado y discutía constantemente con la dirección de la misión en la Tierra. «Me gustaría que averigüen el nombre del idiota que inventó este test», les espetó en una ocasión durante una prueba de propulsión. «Quiero saberlo y quiero hablar con él en persona cuando vuelva a estar abajo.»
Como si esto no fuera suficiente, había otros problemas: la comida -macedonia de frutas deshidratada, tostada de canela, cacao, ensalada de pollo, entre otros- era «mucha y demasiado dulce» para los astronautas. Los baños no funcionaban correctamente y ninguno de los tres dormía bien. «Durante todo el tiempo que pasé allí arriba no pude dormir bien», recordó Eisele después. «Esto se debía al horario cósmico, así como a las actividades y conversaciones de los otros». Además, la NASA pedía constantemente a los astronautas completar el ya de por sí estricto programa de trabajo.
Pero nada de todo esto salió a la luz. «Apolo 7» llevaba por primera vez una cámara a bordo con la que se podían hacer transmisiones en directo por la televisión. Los tres hombres aparecían sonrientes ante la cámara, sosteniendo cartas de sus admiradores y dando las gracias. Para la NASA, todo un golpe maestro de las relaciones públicas, por el que incluso ganó un Emmy, el premio más importante de la televisión estadounidense.
Sin embargo, detrás de los focos la polémica continuaba y culminó finalmente con el aterrizaje. Los acatarrados astronautas no querían llevar sus cascos porque tenían miedo de no poder taparse la nariz y que sus tímpanos estallaran. Pero la dirección insistió por miedo a que se pudieran romper la nuca. «Ordeno que se ponga el casco», dijo el astronauta jefe Deke Slayton desde la Tierra al comandante Schirra, que respondió: «Deke, entonces suba aquí arriba y póngamelo.»
El aterrizaje, después de 10 días, 20 horas, 9 minutos y 163 órbitas a la Tierra, salió bien. Sin cascos. La misión había sido un éxito, en eso estaban todos de acuerdo. Las numerosas pruebas habían aportado informaciones importantes. Pero el ambiente estaba enrarecido. «Yo estaba muy enfadado», recordó después el director de la misión Glynn Lunney. «Fue una afrenta inoportuna.»
Eisele murió en 1987, Schirra en 2007. Cunningham tiene 86 años. La tristemente célebre misión «Apolo 7» fue el último vuelo espacial de los tres astronautas.
Por Christina Horsten (dpa)