El peor enemigo de cualquier tipo de relación se llama la desconfianza, ya sea en el amor, en el trabajo, con los amigos o conocidos, e incluso dentro de la familia, no se puede vivir apuntando cada día a esa persona o personas que lo dan todo por ti con el dedo acusador esperando a que no haya una reacción y no se puede vivir bajo la presión del ¿qué pasará ahora?, eso no es amor, no es amistad, simplemente no es sano.
El mejor momento de cualquier tipo de relación son los recuerdos, los que uno elige y no le imponen, los que uno quiere guardar y no tienen dueño, son esos momentos en los que uno es realmente feliz, se deja llevar, no teme y no duda, son parte de lo vivido, son lo que has hecho, lo que te enamora y lo que te hace recordar que sí vale la pena seguir adelante.
Para muchas personas los recuerdos tienen un valor especial que ni todo el dinero del mundo podrían pagar, comprar o sustituir, una foto… un olor… un sabor… una mirada, un viaje en tren o un momento de tú vida nadie te le puede devolver, el motivo es simple, lo has vivido y sentido, ha pasado, ya no será igual, un recuerdo feliz es un tesoro único.
Para otras personas guardar recuerdos es como abrir la caja de los fantasmas, o pensar que esos recuerdos podrían ser usados el día de mañana en su contra, y aquí comienza y termina el problema, ¿Para qué guardar algo bonito con un fin negativo?, eso nadie en su sano juicio lo haría, solo lo harían las mentes y personas enfermas de maldad.
Nadie que tiene un bonito recuerdo lo usaría jamás para hacer daño a otra persona, pues ese recuerdo es una parte de su vida, en un momento dado podría deshacerse de ese objeto, sentimiento o “momento”, pero más pronto que tarde un día se dará cuenta de que perder un recuerdo feliz es perder una parte de ti, ¿Tirarías a la basura una foto con tus abuelos, con tu hermana, con tu madre, con la madre de tus hijos?, quizás lo hayas hecho, quizás lo hagas, pero cuando la luz comience a apagarse quizás te gustaría volver a verlo; algo bonito se guarda para conservarlo…
¿Tienen dueños los recuerdos?, la respuesta es clara, sí, la persona que lo ha vivido y la persona que lo ha querido guardar para no olvidar nunca lo que ha vivido o tenido, pero cuando hablamos de amor o de algo parecido llega un día en el que alguien te puede decir, “devuélveme ese objeto”, “borra mis fotos”, “me olvide de ti”, “olvida lo nuestro”, ¿cómo se puede pedir que alguien olvide una parte de su vida o que lo borré?, la gente que actúa de esa manera no se da cuenta de que cuando un recuerdo es eliminado ese momento comienza a tener fecha de caducidad y ese sentimiento se queda vacio, se seca, se consume y se apaga, sin darte cuenta le estás diciendo a la otra persona “no quiero que me recuerdes”, en otras palabras… “no me interesa que tú tengas un recuerdo mío”, y eso es una señal a tener en cuenta, es algo que te hace dudar y que te hace pensar… “¿No quieres que tengamos recuerdos?”… y quizás te haga responderte con un: “Aquí algo falla”
Hablar de recuerdos felices no es hablar de temas íntimos, de algo que nos comprometa, es hablar de lo vivido y de lo que nos une, pues… ¿Qué seríamos sin recuerdos felices?, qué sentido tiene vivir la vida y no tener un pedazo de ella a la que aferrarnos cuando la soledad o la nostalgia llama a nuestras puertas, o cuando abrimos ese baúl bonito para decir “así fuimos, y así seguimos siendo”, los recuerdos felices no tienen precio, pero obligar a olvidar tiene sus consecuencias, y una de ellas es quitar a esa persona una parte de lo que le hace o hizo feliz.
¿Conclusión?, olvidar lo “malo” es bueno, olvidarse de lo bonito es muy malo.