Estambul, 21 jun (dpa) – El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, fue nombrado en una ocasión «Europeo del año», algo que hoy sería casi impensable. Las elecciones de este domingo podrían darle más poder que nunca o arrebatarle su aura invencible tras 15 años en el poder.
Una de las imágenes más inolvidables de su Presidencia es de julio de 2016, durante el intento de golpe de Estado para derrocarlo. Erdogan contactó vía smartphone con el canal CNN Türk y llamó al pueblo a salir a las calles. La gente le hizo caso y eso suposo el punto de inflexión en aquella dramática noche.
Erdogan volvió a mostrarse imbatible en esa ocasión, como en todas las elecciones que disputó en los últimos 15 años, en los que marcó el devenir de Turquía. Hasta hace poco aún parecía imposible algo que podría acabar siendo una realidad: que estos comicios no fuesen un paseo para él ni para su Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), de corte islámico.
Es el político más poderoso de Turquía desde el fundador de la República, Mustafa Kemal Atatürk. Aunque formalmente el jefe del Gobierno es el primer ministro, Binali Yildirim, todo el mundo sabe quien dirige el país: Erdogan, «el reis» (el jefe), como lo llaman sus seguidores.
También es el líder indiscutido del AKP, que cuenta con mayoría absoluta en el Parlamento. Nadie en el partido se atrevería a rebelarse contra él, aunque muchos no están de acuerdo con una política que ha llevado desde el intento de golpe a prisión o destituido de sus puestos a decenas de miles de personas.
De orígenes humildes y padre de cuatro hijos, Erdogan protagonizó una vertiginosa carrera. A partir de 1994 hizo méritos políticos como alcalde de su ciudad, Estambul, y después fue tres veces primer ministro. Según los estatutos del AKP no podía presentarse a un cuarto mandato, así que en 2014 se hizo con la presidencia. Y nombró como ministro de Energía a su yerno.
En los últimos años dividió profundamente el país. Sus seguidores lo idolatran y sus detractores lo detestan y lo acusan de querer imponer un Gobierno unipersonal. Si de él dependiera, este domingo vería aumentado su poder con las elecciones.
Entonces entrará en vigor el sistema presidencialista que impulsa desde hace años, sobre todo desde la intentona golpista. Por supuesto, su plan es estar él mismo al frente de ese sistema en el que el presidente es a la vez jefe de Estado y de Gobierno.
Pero no todo va según sus deseos. El candidato del mayor partido de la oposición, Muharrem Ince, es combativo y carismático. Al frente del Partido Republicano del Pueblo (CHP), secular y kemalista, Ince ha traído aire fresco a un panorama político dominado por el AKP desde 2002. En comparación, Erdogan parece cansando y desganado, con una campaña sin ideas.
El mandatario, de 64 años, insiste una y otra vez en los logros de su Gobierno, aunque en el exterior estos se difuminan en medio de la discusión sobre su estilo de liderazgo.
Erdogan aportó de hecho importantes logros a Turquía, sobre todo en el aspecto económico. En sus primeros años triplicó la renta per cápita y el «enfermo del Bósforo» se convirtió en un país floreciente. Tanto que sus infraestructuras son a veces mejores que las de naciones como Alemania.
Pero ahora la economía turca renquea, la inflación superó el 12 por ciento y la lira perdió el 20 por ciento de su valor respecto al dólar desde principios de año. Erdogan reaccionó como suele hacerlo, culpando a oscuros poderes occidentales. Su receta desde hace tiempo es presentarse como un baluarte que defiende a Turquía, el único que puede hacerlo y proporcionarle estabilidad.
En los últimos años Erdogan dio un giro dramático. Dio alas a la islamización de Turquía y tensó las relaciones con Alemania, la Unión Europea (UE) y Estados Unidos. En cambio considera su «amigo» al presidente ruso, Vladimir Putin, y se presenta como líder del mundo musulmán en los conflictos con Israel.
Según las encuestas, Erdogan podría no conseguir la mayoría absoluta en las presidenciales del domingo. Eso lo obligaría a ir a una segunda vuelta el 8 de julio, posiblemente con Ince. El presidente seguiría siendo el favorito pero quedaría dañada su aura de imbatibilidad. Posiblemente sería el principio del fin de una era.
También el AKP tiene motivos para temblar. Si el prokurdo Partido Democrático de los Pueblos (HDP) consigue entrar en el Parlamento, el AKP podría perder su mayoría absoluta. Y si bien el Parlamento será menos poderoso con el nuevo sistema, será capaz de hacerle la vida difícil al presidente.
Cuando en 2015 el AKP perdió la mayoría absoluta parlamentaria, Erdogan convocó de nuevo elecciones pocos meses después y se recuperó el equilibrio anterior. También esta vez podría volver a ser una posibilidad, aunque bastante arriesgada.
Según el líder del ultranacionalista Partido de Acción Nacionalista (MHP), aliado del AKP, el nuevo sistema ofrece salidas si el presidente y el Parlamento no son capaces de trabajar juntos. «Una de las partes podría convocar elecciones, por ejemplo», señaló Devlet Bahceli.
Es cierto que el presidente podría disolver el Parlamento, pero entonces él también debería volver a someterse a las urnas. Y no está claro si los turcos, ya cansados de votar, seguirían haciéndolo hasta que el resultado sea del gusto de Erdogan.
Por Can Merey (dpa)