DOHA/ESTAMBUL (dpa) – Cualquiera que analice el conflicto armado en Mali, acaba tarde o temprano mirando hacia Qatar. Cada vez que la oposición siria elige nuevo presidente, el pequeño Estado del Golfo siempre tiene algo que decir. Qatar ayudó recientemente a Naciones Unidas en las negociaciones para la liberación de cuatro cascos azules secuestrados en los Altos del Golán. Y estos días, Qatar es algo más que la sede de las conversaciones entre los talibanes y la ONU.
A muchos árabes les resulta inquietante este nuevo papel de Qatar como potencia regional y su influencia en cuestiones de exportación, inversiones, suministro de armas y asuntos humanitarios. Critican especialmente que el hasta ahora emir, el jeque Hamad bin Jalifa al Thani, y su primer ministro, el jeque Hamad bin Yasim al Thani, se presenten como promotores de la democracia en Siria, Libia y Egipto, aunque Qatar se rija como una monarquía absolutista.
No obstante, el traspaso de poder que Al Thani, de 61 años, realizó el martes en favor de su hijo, el jeque Tamim (de 33), no es habitual en el mundo árabe. En opinión de los observadores, la decisión del emir supone una presión sobre las otras dinastías de los países del Golfo, gobernados por la generación de los abuelos.
Políticamente, el emirato de Qatar se apoya casi exclusivamente en Estados Unidos, que posee una base militar en el pequeño país del Golfo. Pero como potencia regional emergente, cuyas ambiciones abarcan desde el norte de África hasta el Hindukush, la cúpula catarí actúa de manera ampliamente independiente. «Qatar, un actor global subdesarrollado en política interior», titulaba recientemente el diario «Egypt Independent». En un transitado cruce de Trípoli, alguien ha pintado en un muro «Qatar, desaparece».
El emirato apoya el movimiento islamista de los Hermanos Musulmanes en viarios países árabes con dinero y con la cobertura informativa favorable de la televisión Al Yasira, con sede en Doha. Además, suministra armas a los rebeldes sirios, gestiona escuelas islámicas en Mali y está comprometido con la paz en la conflictiva región sudanesa de Darfur. El hasta ahora emir inyectó muchos millones en la Franja de Gaza. Pero cuando él y su esposa, la jequesa Mosa, calificaron su visita al gobierno de Hamas en Gaza de «visita de Estado», no sentó bien a los rivales políticos del movimiento islamista.
Cuando la pasada primavera, la nueva cúpula egipcia dominada por los Hermanos Musulmanes comenzó a estar en apuros debido a la caída de ingresos y la ausencia de inversiones, el jeque Hamad bin Yasum Al Thani se apresuró a entregar un nuevo crédito millonario al presidente Mohammed Mursi.
No obstante, la creciente influencia de los aproximadamente 1,87 millones de cataríes no sólo es el resultado de regalar dinero a rebeldes y gobiernos en quiebra. Como el mayor exportador mundial de gas licuado, el emirato mantiene también estrechas relaciones comerciales con numerosos países de Asia y Europa. A través de sus participaciones en empresas como Volkswagen, Credit Suisse y Barclays, el fondo estatal de inversiones catarí es desde hace tiempo un actor al que también hacen la corte políticos y directores gerentes europeos.
En este sentido, al comienzo de su mandato el anterior emir incluso tuvo dificultades para ser aceptado en el mundo árabe. Los emires y presidentes de la región, de tradición patriarcal, no miraban con buenos ojos que en 1995 desbancara a su padre en un golpe de Estado incruento. Con la reciente abdicación en su hijo Tamim se abre ahora una nueva etapa. Aunque probablemente, el cambio generacional no varíe mucho la típica mezcla de alta tecnología, grandes ambiciones políticas y pensamiento islámico-conservador que define a Qatar.