París, 6 feb (EFE).- La poesía y la violencia, la aridez, los miedos y las ansias de libertad que encierra «La casa de Bernarda Alba», de Federico García Lorca, toman forma en París con un nuevo montaje de la directora de escena belga Carole Lorang.
Interpretada por ocho actores, traducida al francés y adaptada por Mani Muler, esta nueva «Bernarda» se acompaña de una composición que mezcla piano, ambientes grabados y melodías rehechas, «porque queríamos contar también la casa desde punto de vista musical», explica la directora en una entrevista con Efe.
Lorang, que estrena esta versión el viernes en el Teatro des Bouffes du Nord, aspira así a «mostrar mejor la idea de que la propia casa de Bernarda tiene una vida», que hubo generaciones sucesivas que pasaron por ella, infinidad de silencios y fantasmas.
Después de haberla leído «hace mucho tiempo», la directora advierte haber comenzado realmente a interesarse en el universo del poeta granadino «trabajando en ‘Bernarda'».
«Lorca -subraya- la escribió justo antes de morir (1936), antes de ser asesinado por los franquistas, y se siente en este texto el inicio del fascismo».
Hay en ella «mucha violencia y poderío también», además de una gran riqueza poética. «Habla del encierro, de la privación de libertad»: Bernarda quiere condicionar a sus hijas, privarles de su vida de mujeres, de su sexualidad, destaca.
Lo interesante «es que trata de alguien que está siempre en la negación, que impone a la gente su visión de las cosas», algo que -comenta- puede extrapolarse en la actualidad a los países donde los partidos de extrema derecha «toman el poder e intentan imponer un pensamiento único, una cierta manera de ver las cosas».
Ese microcosmos familiar puede ser igualmente la metáfora de una situación en la que «lo económico prima sobre la política y la democracia», apunta Lorang, que asegura no haber intentado «dar una dimensión política explícita».
En nuestra sociedad, matiza, quizás no se encierra con muros a las hijas, sino con muros psicológicos. Por eso, «en nuestra escena, la acción transcurre como «en una isla» rodeada de tierra, para dar una idea de casa encantada, aislada del resto del mundo, y reflejar el encierro.
El montaje presenta «un núcleo familiar disfuncional, en el que alguien domina a los demás». Bernarda es una madre enfermiza y manipuladora, «y se dice -recuerda Lorang- que es mas difícil separarse de unos padres enfermizos».
Las hijas podrían marcharse, «pero no se van», programadas como están «por las reglas y el pensamiento materno de las cosas», comenta.
«Queríamos mostrar que Bernarda es una madre que tiene miedo de los otros, de las gentes del pueblo, de la mirada de los vecinos y que por eso se encierra con sus hijas», subraya Lorang, interesada en particular por la «dimensión instintiva» de la obra.
«Una pieza de mujeres que, curiosamente, habla sobre todo de hombres», resalta, y en la que el personaje principal, Bernarda, es una especie de «padre-madre híbrido: madre castradora y, a la vez, padre todopoderoso».
En esa sociedad patriarcal en la que la madre utiliza los mismos códigos que el hombre, Lorang decidió que el papel de Angustias, «la más fea, la más peluda», primera beneficiada del sistema al que se acomodó sin problemas, fuese encarnada por un hombre.
Las razones fueron diversas; entre otras, la directora menciona a esas familias en las que nació un niño, pero se quería una niña, y se niega su sexualidad, y también su deseo de reflejar «hasta qué punto el ser humano es capaz de hacer abstracción de su verdadera naturaleza».
Por María Luisa Gaspar.