Islamabad (dpa) – Lubna Naseer se acomoda en el suelo de su sencilla habitación a las afueras de Islamabad y recuerda en voz alta cómo era su vida hace diez años.
«Una auténtica pesadilla. La gente nos maltrataba y la policía y los medios nos ignoraban por completo», asegura, y aspira largamente su cigarrillo antes de echar una bocanada de humo en dirección a la alfombra marrón sobre la que se sienta.
Naseer es una mujer transgénero que vive en el conservador e islámico Pakistán. Los transexuales luchan allí desde hace años por obtener más derechos, reconocimiento y protección.
Hasta ahora, los testimonios e informes respecto a cómo ha sido tratado este colectivo son terribles: abusos callejeros, agresiones sexuales e incluso asesinatos, más de 50 muertos desde 2015, según un informe de la Comisión de Derecho y Justicia publicado en otoño (boreal) de 2018.
Sobre el papel, Naseer debería tenerlo más fácil hoy. Hace un año que Pakistán aprobó la progresista Ley de Protección de Derechos de las Personas Transgénero.
La normativa fue calificada por los medios de comunicación locales de revolucionaria y está basada en varias decisiones de la Corte Suprema de Pakistán a favor de la comunidad transgénero. Fue puesta en marcha después de que un abogado presentara una petición para proteger a dicha minoría en 2009.
La ley tiene por objeto cambiar la percepción social que se tiene del denominado tercer género y mejorar sus condiciones de vida. Según la legislación, pertenecen a la categoría transgénero los intersexuales, eunucos y aquellas personas que perciben su género de modo distinto a aquél con el que nacieron.
Así, Pakistán se ha convertido en uno de los pocos países del mundo en reconocer la identidad de género autopercibida de las personas transgénero.
La normativa establece que todo el mundo puede elegir a qué sexo considera que pertenece: masculino, femenino o tercer género. Además, reconoce el derecho de los transgénero a heredar, a recibir una educación y a obtener un empleo.
Desde que se aprobó la ley, se han producido una serie de avances. Abrieron las primeras escuelas para transexuales. En Islamabad, el otoño pasado, por primera vez una mujer transgénero recibió su permiso de conducir -antes las autoridades rechazaban los documentos de identidad transgénero-.
Poco después, por primera vez una persona transexual abrió una cuenta bancaria. Y a mediados de 2018 diez individuos transgénero se presentaron a las elecciones parlamentarias.
Los progresos continúan. Hace dos meses la Policía de la provincia sureña de Sindh anunció que asignaría el cinco por ciento de los puestos a personas transgénero.
En la provincia conservadora de Khyber Pakhtunkhwa, en el noroeste del país, se emitieron por primera vez las denominadas tarjetas Sehat-Insaf, que permiten a los transexuales recibir servicios médicos y hospitalarios.
Recientemente, la ministra de Derechos Humanos de Pakistán, Shireen Mazari, contrató a una mujer transgénero para trabajar en el ministerio. Hasta la fecha, más de 2.500 personas han recibido una nueva tarjeta de identidad sexual, según las autoridades.
Mientras tanto, en la habitación de Lubna Naseer se reunieron siete mujeres transgénero más. Viven todas en el mismo piso, tras haber huido o haber sido expulsadas de sus familias. La mayor parte del tiempo lo pasan juntas, debido a las hostilidades de las que son objeto.
Dicen que han oído hablar de la nueva ley. Todas esperan poder llevar una vida digna pronto pero hasta el momento apenas notaron la implementación de la normativa. Naseer y sus compañeras de piso siguen siendo objeto de hostilidades. Se ganan la vida bailando en bodas. Otras tienen que mendigar u ofrecer servicios sexuales.
Es evidente que aún queda un largo camino para que los derechos de los transgénero sean una realidad. Una portavoz de la Policía en Sindh dijo que la admisión de transexuales era «una sugerencia». No reclutaron a ninguno todavía.
En cuanto a los candidatos transgénero presentados al Parlamento nacional o provincial, ninguno de ellos alcanzó los cien votos. Y muchos de los transexuales que acudían a la primera escuela para transgénero en la ciudad de Lodharan dejaron de asistir, según un representante gubernamental.
Lubna Naseer y sus compañeras sueñan con profesiones que les deparen el respeto de la sociedad. Pero muy pocas finalizaron sus estudios pues este colectivo casi siempre abandona la escuela antes de tiempo bien por la discriminación que sufren desde edad temprana bien porque sus padres se avergüenzan de ellas y no las dejan ir al colegio.
Además, para la gran mayoría de pakistaníes es inimaginable emplear a personas transgénero, ni siquiera como empleadas domésticas.
Naseer dice que por ello el Estado no sólo debe asegurarse de que la nueva ley se implemente y de que las personas transgénero reciban educación sino que además debe promover la aceptación de los transexuales por parte de la sociedad.
«La situación ha mejorado un poco», agrega, «pero sólo porque la gente teme la exposición a través de vídeos en los medios sociales que grabamos cuando somos discriminados».
De momento, sus respectivas familias, madres y hermanos seguirán evitándolos en público. Naseer seguirá sufriendo en soledad su vida de exclusión y burla hasta que él y resto de transgéneros sean plenamente aceptados.
Por Veronika Eschbacher (dpa)
Foto: Veronika Eschbacher/dpa