(dpa) – Antes, formaba parte de las vacaciones en la playa al igual que las quemaduras de sol y la arena pegada a los helados. Apenas se ponía pie en la costa, los padres echaban mano de la pala. Lo primero era formar una muralla alrededor del lugar en el que la familia se había ubicado.
Luego, los niños salían a buscar caracoles, piedritas y otros tesoros marítimos para colocar sobre el castillo de arena el nombre de la ciudad de origen o dibujar estrellas de mar o focas. Los más grandes ayudaban a palear arena. La obra solía ser rematada con una bandera del club de fútbol favorito o la ciudad de origen.
¿Y hoy en día? «Ya pasaron los tiempos en los que se podía convertir la franja costera del Mar del Norte y el Mar Báltico en paisajes llenos de cráteres como la superficie lunar», escribió el historiador del arte Harald Kimpel ya en 1995 en su libro «El castillo de arena. Un pasatiempo playero», que escribió junto a Johanna Werckmeister.
El director del Archivo Histórico de Turismo de la Universidad Técnica de Berlín, Hasso Spode, explica el surgimiento de los castillos de arena con la modificación de las costumbres de los bañistas a fines del siglo XIX.
«Hasta entonces no se pasaba mucho tiempo en la playa. La gente se subía a carros para bañarse», afirma. El carro era una especie de cabina rodante empujada por un caballo con la que la gente era adentraba en el mar. Desde allí se abría una puertita, se saltaba al agua, se daban un par de brazadas y se regresaba en el carro a la playa. «Algo no muy apropiado para grandes masas», señala el historiador y sociólogo.
Además, eran las familias burguesas las que dominaban los balnearios. «Eso quiere decir que iban también los padres. Y éstos se aburrían tremendamente», afirma Spode. Una posibilidad de hacer frente al no hacer nada era construir castillos de arena.
«De esta forma, el patriarca se convertía en un caballero constructor», señala. Añade que este tipo de ocupación era celebrada y que los castillos de arena eran incluso premiados por los balnearios.
«Hasta entrados los años 60 era común levantar muros alrededor del propio sillón de playa o reposera», dice Spode. Sin embargo, este entusiasmo fue cediendo con el paso de las décadas.
Pero incluso quien vacacionaba en la playa en las décadas del 70 y el 80 probablemente haya echado mano a una pala para levantar una muralla para protegerse del viento y delimitar su territorio. Kimpel asegura que construir castillos de arena con murallas circulares es un fenómeno típico alemán.
Distinto es el caso de los castillos de arena cerca del agua que construyen muchos chicos junto a sus padres. Para Kimpel, se trata de un fenómeno distinto. «Creo que hay una gran diferencia», asegura.
Esta construcción creativa de castillos de arena es en su opinión una reacción natural a este material maleable que permite darle forma a muchas cosas. Kimpel aclara que incluso hay construcciones con serias ambiciones artísticas y que el fenómeno es internacional, por lo que hay festivales de esculturas en arena en todo el mundo.
Kimpel, quien investiga la cultura del día a día, cree que el hecho de que construir castillos de arena amurallados ya no sea tan usual se debe a varios motivos. En la isla alemana de Sylt, por ejemplo, están prohibidos por una cuestión de preservación de la costa.
Otro motivo para las limitaciones son los aspectos de seguridad. También desempeñan un rol los aspectos comerciales. «Porque entonces la ocupación de la playa ya no sería tan densa como probablemente se desea desde el punto de vista económico», aventura. Y añade: «Hubo un cambio de mentalidad. Más que ponerse manos a la obra, la gente busca ahora que la entretengan», afirma.
Spode menciona otro posible aspecto: la generación del ’68, «a la que le parecía espantoso todo lo que tenía que ver con Alemania». Este juego de construir castillos fue transformado por ella en un símbolo de «carácter nacional retorcido».
Y esa acusación llevó, en su opinión, a que en los 70 fuera desapareciendo esta costumbre. Finalmente, para los 90, las murallas de arena en la playa eran bastante inusuales.
En las playas de la isla de Sylt y en la de Fohr, por ejemplo, está prohibido construir castillos todo el año y del 30 de septiembre al 15 de abril, respectivamente. En la isla frisia de Borkum está permitido, pero no es bien visto por todos.
El presidente de la asociación que nuclea a quienes alquilan tiendas para la playa en Borkum, Thomas Schneider, ve con malos ojos la construcción de castillos de arena y el cavar agujeros en la playa.
En su opinión, esto afloja la arena y hace que se vaya más fácil. A esto se suma que los agujeros profundos, pero también las murallas, pueden ser una fuente de accidentes porque pueden llevar a caídas y tropezones.
Sin embargo, según Schneider, cada vez se construyen menos de estos castillos. «Máximo un cinco por ciento construye actualmente buenos castillos», señala.
Por otra parte, estos castillos ya no son tan lindos de ver como antes: «Ya casi nadie les coloca banderitas o los decora con caracoles», afirma. En su opinión, quizá esto tenga que ver con que los balnearios ya no organizan concursos.
También en Binz, en la isla alemana de Rügen, donde se pueden construir murallas de 30 centímetros de alto y un diámetro superior de 3,50 metros, la época de los castillos amurallados de arena parece haber pasado. Apenas se los ve, según dice una portavoz del balneario báltico.
Las cosas se veían distintas hace algunas décadas, cuando también allí formaba parte de las buenas costumbres marcar el propio territorio con un castillo de arena y buscar en él protección del viento y el mal tiempo.
Quizá los castillos de arena tengan un «revival» en este verano marcado por la pandemia de coronavirus. A fin de cuentas, son una forma efectiva de mantener la distancia con el vecino.
Por Birgitta von Gyldenfeldt (dpa)